miércoles, 20 de mayo de 2015

Oda a la mosca


Esta depravada mosca
se ha propuesto joder mi ocio
con tan odiosa insistencia...

Reviento en tenaz ataque; 
esquiva todos los golpes 
con la maestría del boxeador mañoso 
portada de la revista. 

Creo tenerla al alcance 
y suelto toda mi furia 
con ganas de arrancarle la miserable vida;
entonces se desvanece 

–aún no explica la ciencia 
tan misterioso escapismo 
irritable hasta lo bufo–. 

Cuando pïenso “ya se ha ido”, 
aparece ella en mi frente,
tuna humilladora en toda su insignificancia; 
pisoteado por seis patas. 

El boxeador de la portada atina un gancho 
en mi desquiciada testa; 
la mosca revolotea 
frente a mí, ridículo árbitro 

de este insólito combate 
donde el degradado vence: 
rompo al boxeador con mis dientes. 

Y de tan insoportable que es este insecto 
me exilio de la cama 
maldiciendo: “¡maldita suerte!” 

sábado, 2 de mayo de 2015

Presagios

No pocas veces
ni tampoco muchas,
saco del bolsillo mi navaja
y sonrío en la penumbra.
—Casandra, no me dejas ver la tele.

A la calle. Hay otros ojos.
Duelen menos porque saben que no existes
y no lo disimulan.

Saco de nuevo mi navaja
ante un montón de sonrisas fluorescentes
y con ella hago un dibujo.
Es un Pollock de tiempos fantaseados
en los que éramos felices.
—Quizás tú si lo fuiste.

Chorrea sobre las relucientes baldosas.
Me doy cuenta que las baldosas son un espejo
para mirarle el culo a las que vienen con minifalda.
—¡Cuenta más, Criswell, cuenta!

Recuesto mi cabeza en la mórbida penumbra.
Alguien dice que vio las señales
en las piedras pintadas del patio.
—Miente.
Miente, pero le creen del mismo modo
en que creemos en los dioses
o en los presentadores de las noticias de la tele.

—Tu dibujo está dibujando en el piso un feo charco.

Los que no me veían no quieren verme
ni saber nada de tu dibujo.
De nuevo a la calle.

Se encuentra con su doppelgänger en la esquina.
Te das un beso y sonríes.
Otra vez la navaja.

—Ahora sabes que soy invidente.
—Ahora sé que no soy un vidente.