miércoles, 28 de febrero de 2018

Fuera de La carretera




Leer La carretera, de Cormac McCarthy, en diciembre: el espíritu festivo, la esperanza de un porvenir maravilloso se cubren de cenizas. Pero al final…
El inicio de esta novela, al primer intento, no me atrajo. Presentado a manera de adivinanza, pedante: «Si tu coeficiente intelectual no es alto, no cogerás la pista». Toda la novela me incomodará por frases de esta índole: “Su mano subía y bajaba al compás de la preciada respiración”. También me fastidió mucho encontrar pasajes típicos de película taquillera gringa:
“Querías saber qué pinta tenían los malos. Pues ya lo sabes. Podría ocurrir otra vez. Mi deber es cuidar de ti. Dios me asignó esa tarea. Mataré a cualquiera que te ponga la mano encima. ¿Lo entiendes?”
Un poco más adelante, como para reblandecer al lector y más aún al espectador de la película que nadie me quita la idea de que este libro se hizo pensando en llevar la historia al cine sigue:
“¿Todavía somos los buenos?, dijo.
Sí. Todavía somos los buenos.
Y lo seremos siempre.
Sí. Siempre.
Vale.”
Escenas de este tipo son las que para mí, insisto, están hechas a la medida del gusto cinematográfico de los gringos, su cine más comercial, el de los “héroes” que representan la más idealizada imagen que ellos tienen de sí mismos: el bueno y bizarro estadounidense que es capaz de sobreponerse a todas las adversidades, encontrarle solución a todo. Escenas patéticas, con grandes dosis de ternura y esperanza, mas sin dejar de lado la practicidad, el positivismo que ha de estar bastante maltrecho dadas las circunstancias que es estereotipo de ese país.
Con esto los gringos todos somos América, dice Rammstein se sentirán muy satisfechos. Menos mal también encuentro para resarcirme lo siguiente:
“[¿…] si siempre estás alerta ¿quiere decir que todo el rato estás asustado?
Bueno. De entrada supongo que tienes que estar un poco asustado para que estés alerta. Ojo avizor. Vigilando siempre”.
Me da la oportunidad Cormac para tirarle duro a los gringos, ya que considero esto una pista de lo que ha llevado al Estados Unidos no sabemos si todo el mundo de La carretera a ser un gran país chamuscado. Me explico: esa política de seguridad internacional de los gringos en la que siempre están “ojo avizor” ante cualquier cosa que les parezca rara y amenazante, nos los muestra, bajo esta lógica, como si siempre estuvieran asustados del resto del mundo. Y, precisamente, asustada está la sociedad gringa por esa misma política internacional: el enemigo externo puede ser el vecino. Ese mismo miedo perenne los ha llevado a desconfiar, a temer de sí mismos: la paranoia, el ataque preventivo, las masacres estudiantiles, la locura, mata antes de que te maten. Asustados y armados, los gringos son muy peligrosos.
Además, me fastidió mucho las referencias comerciales: en esta obra el señor McCarthy parece tener fijo en mente la idea de su versión cinematográfica insisto y la expresión “la última Coca Cola en el desierto” está implícita varias veces, lo que por descontado aseguraría un gran inversor aquí entre nos, de buena fuente me he enterado de que sí hubo versión cinematográfica; Vigo Mortensen actuó en ella.
Otro escollo fue la técnica de los punto y seguido; no me convence. Siento frases cortadas de manera abrupta y seguidilla de frases, enunciados que pueden ir, en vez de separadas con punto, relacionados con coma, o punto y coma. Quizás al traductor en la versión que leí, Luis Murillo Fort, aunque me han dicho que no, que es cosa de Cormac se le pueda imputar el exagerar dicha técnica.
Con todo, llegué al final. Superando estos escollos, continúo en La carretera porque pongo mi interés en descubrir qué fue lo que llevó a los personajes al estado en que los encuentro, qué sucedió con el mundo. El ambiente en que se desarrolla el relato me parece lo mejor trabajado por el autor. Un mundo “cinéreo”, sobrecogedor, del cual se espera, quizás, el resurgir de la humanidad, renovada, mejor, como el Ave Fénix.
Los defectos son subsanados por las virtudes que hallo en el trayecto. Ya dejados muy atrás en el camino aquellos primeros párrafos casi tan áridos como el mundo que se transita, encuentro delicias verbales que sí insinúan cierta presencia de William Faulkner[1], reminiscencias a Luz de agosto, no obstante que Cormac McCarthy siga usando muchos punto y seguido; ya no es tan cortante, tan parco, tan seco. Incluso el uso de términos que lo obligan a uno a buscar en el diccionario lo ubican más cercano a Faulkner que a otro autor que me parece tiene cierta influencia en su escritura: Ernest Hemingway. Podría pensarse que McCarthy quiso encontrar un punto medio entre estos dos grandes autores; pero al final se ve que la balanza se inclina por fortuna un poco más hacia el del condado de Yognapatawpha. Me parece, no le va bien cuando se acerca más a Hemingway. Leamos esto, juzguen ustedes:
“Mucho tiempo atrás en algún lugar cerca de aquí había visto un halcón abatirse por la larga pared azul de la montaña y romper con la quilla de su esternón la grulla que iba en el centro exacto de un bando y llevársela al río toda hecha un guiñapo y arrastrando su plumaje suelto y descuidado por el quieto aire otoñal.”
Olvida los punto y seguido, incluso no hay comas; el efecto es magnífico.
Es difícil en ocasiones diferenciar al narrador, si es omnisciente o es “el hombre” quien está consignado la historia por escrito en alguna libreta o algo así esto es pura especulación mía‒ o simplemente está hablando para sí mismo, divagando. Uno de esos apartes en que el narrador se torna oscuro es cuando alguien dice: “No todas las palabras moribundas son verdad y esta bendición no es menos real porque la hayan despojado de su suelo”. La voz la tenía el narrador, pero parece que estas palabras las dijera “el hombre”. La novela nos presentará otros momentos similares. Ocurre que McCarthy, sin nada que lo indique, pasa de la voz del narrador a la voz de “el hombre”. Toca estar atentos para inferir, en estas transiciones, quien está hablando.
Eso que hace las veces de narrador omnisciente, al parecer evadía todo juicio de las personas y de las circunstancias. Cierto es que no son muchas las personas que aparecen en escena, quiero decir, en la narración objetiva del trasegar de los dos protagonistas en la realidad del mundo que nos relata, ni en las evocaciones de estos personajes, en especial “el hombre”. Cualquier concepto que el narrador haya emitido sobre las personas es velado, no directo; buenos o malos, estos juicios no son emitidos abiertamente como tal respecto a las personas, al mundo, a las cosas; sin embargo, en una escena en la que “el hombre” se enfrenta a otro sobreviviente, el narrador usa la palabra “forajido” para referirse a aquella persona extraña. Expresada por el narrador omnisciente,  la palabra “forajido” aparece de manera sorpresiva. Pocas veces más el narrador omnisciente dirá algo, aunque sea una sola palabra, como “forajido” que juzgue, califique o descalifique.
Las reflexiones van por cuenta de “el hombre”, por lo general; “el chico” es quien cuestiona, inquiere sobre lo que está sucediendo, sin dejar de sentir curiosidad por cómo era antes el mundo.
Respecto al futuro, sólo algo: llevar el fuego. Recordemos que Prometeo nos entregó el fuego a los humanos y por ello fue castigado. El mundo de La carretera está todo abrasado, pero es el fuego, para “el hombre”, la representación de la moral, la luz que preserva las más altas y nobles manifestaciones de la conciencia humana; “el chico” es el fuego. “El hombre” tiene la esperanza de que ese fuego no se apague, no sólo porque es su hijo, sino porque es lo que queda de bondad en el mundo: el resto de los sobrevivientes son, casi todos, la representación de la absoluta degradación de la humanidad, la representación de los peores instintos y comportamientos gobernando la conciencia, seres en cuyo interior ya no habita ningún principio ético, regidos por el afán de sobrevivir a toda costa cual alimaña humana cuya avaricia y adicción al poder nos está llevando a un mundo de pesadilla. Esta novela me ha recordado La peste, de Albert Camus. Pienso: Camus aboga por la ética: no hay Cielo ni Infierno, ni dioses ni demonios; estamos nosotros, los seres humanos. Yo tengo conciencia el médico del bien y del mal, no de manera metafísica sino práctica, yo quiero hacer el bien, voy a ayudar a los enfermos.  Y como el médico, muchos se ofrecen y trabajan como voluntarios para luchar contra la peste. Los hay unos pocos que en vez de ayudar lo que hacen es aprovecharse de la situación en pos de absurdos beneficios personales; éstos, en un proceso de degradación hasta la pérdida de todos los principios éticos, serían los mismos caníbales de La carretera. La novela de Camus tiene más fe en la humanidad que la novela de McCarthy.
En la página 204 de la versión en pdf que tengo “el hombre” le dice a “el chico”: «Tienes que llevar el fuego». Sin duda, el niño es para el padre, y para nosotros, los lectores, la última esperanza, la última representación de la parte puramente buena, noble de la humanidad. Pero el final de McCarthy me decepciona tanto como me decepciona el final de Los hermanos Karamazov. La esperanza de McCarthy nos devuelve a otra jugarreta de Yahvé: arrasar el mundo como lo hizo en el Diluvio Universal, con sus elegidos destinados a retomar el buen camino: salir de la sucia carretera en que se ha convertido la humanidad. ¿“El chico” será su nuevo profeta?

Domingo José Bolívar Peralta
25 de febrero de 2.018


[1] No es raro por parte de la crítica literaria que se mencione a Faulkner cuando se estudia la obra de McCarthy.

viernes, 2 de febrero de 2018

Respuesta a una pregunta frecuente


Algunas veces me han preguntado por las influencias, es decir, que debo tener un grupo selecto de autores que sean mi faro para no navegar sin rumbo en el inmenso —¿o debería decir incierto?— mar de la literatura. Por supuesto, he respondido a esta pregunta, pero siempre con incertidumbre, pues nunca he estado seguro de quiénes son mis faros. Podría —en efecto, así ha sido varias veces— mencionar a Julio Flórez, el poeta chiquinquireño que murió en Usiacurí, ya que por la vecindad de este municipio con el corregimiento de Isabel López pude conocer su casa museo y adentrarme en su poesía. Sin embargo, no soy un especialista, no conozco la totalidad de la obra de Julio Flórez, y en cuanto a su biografía, no creo conocerla mucho mejor de lo que la conocen la mayoría de sus admiradores.

En ocasiones he mencionado escritores y obras que he conocido desde mi infancia, por las clases de español y literatura en la escuela primaria y el bachillerato o porque de vez en cuando caían en mis manos libros o revistas y no los dejaba ir sin leerlos aunque sea un poco. Garcilaso de la Vega viene de una época ya lejana la de él, y ahora casi igual de lejana para mí aquella en que por primera vez leí:

Soneto V

Escrito 'stá en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo,
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto 'stoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nascí sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

Este poema me parecía —y aún me sigue pareciendo— un poema para recitar el Día de las madres. Ahora sé que se puede dedicar si no a la madre de uno, al menos sí a aquella de quien uno quiere ser padre de sus hijos. De esos mismos años fue la lectura de El licenciado Vidriera, otra locura de Miguel de Cervantes Saavedra. Por cierto, de esta obra recomiendo a los “adeptos y amantes de la poesía” —parafraseando a Federico García Lorca— que lean al menos aquella parte en la que Vidriera habla de los poetas y de la misma poesía. La relectura me ha revelado que, al respecto, las disertaciones del cristalizado letrado contienen ideas que parecen haber trasegado de una mente a otra desde épocas anteriores a Cervantes; que ese contraste entre cantidad y calidad es antiguo y contemporáneo. Así que la percepción del “estado actual de la poesía”, viene siendo pesimista por tradición.

Claro, yo no podía entender a cabalidad. Que un niño lea estas obras sin la ayuda de alguien que le pudiera aclarar aspectos lingüísticos y le explicara su contenido… Tuve algunas buenas maestras en la primaria, pero ellas estaban limitadas por la rigidez y miopía del sistema educacional.

También al término de un recital, respondiendo a esta pregunta de las influencias, dije que me marcó en aquellos años finales de la primaria e iniciales del bachillerato, en el tránsito de la niñez a la pubertad y la adolescencia, algunos poemas de origen náhuatl, de Nezahualcóyotl:

Yo, Nezahualcóyotl, lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.

No he podido conseguir nuevamente un ejemplar de aquel libro de español y literatura donde estaban esos poemas. Lo más extraño es que recuerdo, o creo recordar, el estribillo de un poema: «tormenta de agua y de nieve», pero ni por internet he podido hallar el esquivo poema escribiendo estas palabras como referencia.

En fin, para no contar la historia de mi vida en detalle, resumiré que luego mi interés por la lectura se intensificó. Llegaron más libros y más autores, algunos de “lectura obligatoria” del colegio, entre los cuales puedo mencionar El cantar del Mío Cid, El Lazarillo de Tormes, La Celestina, cuentos y poemas de Poe, Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba y Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, La vorágine de José Eustacio Rivera, La rebelión de las ratas de Fernando Soto Aparicio, María de Jorge Isaacs, El túnel de Ernesto Sábato. Otros textos y autores me seguían llegando de manera inesperada como besos robados: Marcial Lafuente Estefanía con sus noveletas de vaqueros; El enigma de los templarios, libro de Vignati y Peralta, me puso de presente el esoterismo, asombrándome la forma en que se entremezclan historia y leyenda. Hubo en casa un libro de historia, las páginas amarillas y frágiles de lo viejo —el mismo libro era en sí una reliquia—, un tomo de historia que abarcaba hechos relevantes de los Siglos XVIII y XIX. De él recuerdo, por ejemplo, la versión pictórica de Marat asesinado, en la tina. En aquellos años las noticias que encabezaban los noticieros tenían que ver con los carteles de la droga en Colombia; mientras, yo leía sobre la “Guerra del opio” en China. Cometí un error que me dejó una lección: presté el libro a alguien. Pasadas dos semanas fui a su casa por el libro, ¿cuál libro?, contestó. Seguí insistiendo, cada vez más incisivo, pero fue infructuoso; se hizo el desentendido y jamás volví a ver el venerable tomo.

Recuerdo que leí una novela de Lahos Zilahy, autor húngaro, titulada El alma se apaga. De esa lectura sólo conservo en la memoria un sentimiento de melancolía.

Lo más “porno” en literatura que tuve en mis manos, en mis primeras lecturas, fue la Biblia. La pacatería cristiana no alcanza a reprimir la libertad de la imaginación; así que tenía a Sara y a Abraham revolcándose de lo lindo en su tienda —la televisión ya me había dado un adelanto disimulado de esas cosas—, y las suspicacias que siempre ha habido en torno a Jesús y María, la del perfume, y los celos de Judas. Imaginaba, gracias a la “palabra de ese dios”, un mundo en el que el fruto prohibido jamás fue mordido, todos desnudos y fornicando en cualquier sitio, a la vista de todos, como los animales. Un tiempo después apareció un librillo con un título tentador: La prostitución. En éste supe de sacerdotisas al servicio de Ishtar, de las hetairas griegas que en las suelas de sus calzados hacían grabar “sígueme” y de esta manera sus huellas indicaban a los hombres el camino hacia ellas, de las muy influyentes cortesanas francesas como Ninon de Lenclos. Y ya que estamos en éstas, recuerdo que también por aquellos años leí La dama de las camelias, de Alejandro Dumas “junior”, otro libro que no sé cómo llegó ni cómo se fue de la casa.

Como se ve, si a esto podemos llamarle influencias, los estilos son muy variados. No soy capaz de dar una respuesta definitiva sobre libros y autores favoritos, porque a medida que voy conociendo nuevos libros y nuevos escritores, voy sumando unos y restando otros.

A lo que sí puedo dar una respuesta más certera es a qué tipo de literatura me siento más atraído. María, de Jorge Isaacs, es una historia bonita, pero no creo que la vuelva a leer a menos que se trate de un algún trabajo. Si quiero leer una historia de amor, prefiero Cumbres borrascosas, de  Emily Brontë, o Drácula, de Bram Stoker. Otra historia de amor, que he leído una y otra y ya no sé cuántas veces es Ligeia, de Edgar Poe, por el mero gusto. ¿Podría decir que Poe es uno de mis autores favoritos? Creo que sí, pero como en el caso de Julio Flórez, tampoco he leído toda su obra y no me considero un conocedor minucioso de su biografía. Por placer he repetido novelas de Stephen King como La zona muerta. Me ha llevado el Diablo al divertido conciliábulo en el monte Brocken, al leer Fausto, de Goethe. Goethe también me ha maravillado con una historia de amor, en verso: la novia de Corinto. Las terribles deidades y cultos secretos de H.P. Lovecraft me entusiasmaron muchísimo. Ambrose Bierce me parece genial con su Aceite de perro. El horla, de Guy de Maupassant, me sedujo por la aborrecible presencia intangible.  Ya está claro que la literatura de terror, de horror, la literatura gótica está en lugar de privilegio entre mis gustos.

Pero no solamente respondo bien ante fantasmas, vampiros, dioses temibles y psicópatas asesinos; he leído algunas obras del Marqués de Sade, Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautremont; obras de Rimbaud, de Baudelaire, de Verlaine, llamados “poetas malditos”; Madamme Bovary, de Flaubert; de Dostoiesvki, Los hermanos Karamazov; la conmovedora narración en primera persona de Humbert Humbert con su Lolita, de Nabokov; William Blake me estremeció con sus cantos de inocencia y experiencia y El matrimonio del Cielo y el Infierno. Y mencionaré, aunque parezca que no tiene parentesco con los libros y autores precedentes, La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Toda esta literatura tiene en común cuestionamientos a los juicios de valor, encara a la moral cristiano-burguesa. Me gusta la literatura que reta incluso la fe y los valores de sus propios autores y del contexto en que surgen.

Asimismo —y debo decir que contra la “literatura de superación personal” tengo esta literatura—, leer novelas, cuentos, poemas, ensayos que traten sobre la naturaleza del ser humano desde un punto de vista filosófico, en especial desde el enfoque del existencialismo, ha sido para mí muy gratificante no sólo a nivel intelectual sino también por la calidad estética de ciertas obras como la peste, El mito de Sísifo, El extranjero, éstos de Albert camus; Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietszche —de quien además conozco un excelente libro de poemas—; La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera; El libro negro, de Orham Pamuk.

He mencionado pocas mujeres —lo cual puede motivar reproches— y no tantos poetas y libros de poesía —cosa que les puede parecer extraña—. Entre Gabriela Mistral y Alfonsina Storni, elijo a Alfonsina. Entre Meira Delmar y Alejandra Pizarnik, escojo a Alejandra. Sor Juana Inés de la Cruz, si no fue admitida en el Cielo cristiano, sí estará en el Monte Parnaso de los poetas. Emily Dickinson de vez en cuando reaparece fantasmal en mis rincones. Safo de Lesbos sigue lozana. Silvia Plath carcome de lo lindo.

Y por último, mencionaré algunos contemporáneos y coterráneos que han dejado su semilla en mí, no por insistencia mediática o su cercana amistad, sino por formas y fondos en poemas suyos que de una forma u otra han nutrido mi poesía: Margarita Vélez Verbel, Joaquín Mattos Omar, John Better, Antonio Silvera, Fadir Delgado, Leo castillo…

De allende el vecindario, pero del mismo país, puedo mencionar a Harold Alvarado Tenorio, Pedro Blas Julio, John Fredy Galindo, Jaime Jaramillo Escobar…

Ya está claro que mis influencias y gustos son variados, que no me caso con un solo libro o un solo escritor, o con dos. Tengo un harem de autores y libros como influencias, y lo que caracteriza este harem es la selecta variedad. Todo puede entrar, pero no todo queda en él.


Domingo José Bolívar Peralta
Enero 30, 31; febrero 2 de 2.018.