Inicia Julio César, de El Bardo, con Flavio y Marulo (no éste
un Marulanda de Marinilla), patricios, recriminando a los “simples” (no salgo
aún de el enigmático nombre de la rosa [y aspiro no salir nunca], Eco, eco, eco…)
por su veleidad: otrora vitoreaban a Pompeyo mas en este día esperan a Julio
César, quieren verlo y aclamarle, siendo César rival y verdugo de la sangre de
Pompeyo. Pero no teman, que de entre el pueblo uno, un bribón, bribonazo, sabe
muy bien, con pomposo cinismo, hacerle frente a los de alta cuna: el “cirujano
de zapatos viejos”: –¡Caminen, limen sus suelas en las
calles de Roma; yo repararé sus zapatos; por menos de un denario tendrán viejos
zapatos nuevos!
El remendón tiene claro que no perderá un día de trabajo sino
que ganará varios, o, interpretando la conversación de otro modo, su voluntad,
como veleta cuando no sopla el viento, apunta fijo en una dirección: burlar a
los dos ceñudos señores. No, más bien, francamente, a decir verdad, está
matando dos pájaros con el mismo tiro.
¡Ah!, no es del todo culpa nuestra. “¡Los hombres son algunas
veces dueños de sus destinos!” ¡Sólo algunas veces, Cayo Casio!, y las
pocas veces que podemos sujetar las riendas de ese potro son fugaces. Veleidosa
es la Diosa Fortuna. ¡O Fortuna, velut luna, statu variabilis!” Quizá debamos seguir
el consejo de aquel gran medievalista, Ignatius Reilly: “Cuando Fortuna hace
girar su rueda hacia abajo, vete al cine y disfruta más de la vida.” Hay
cineclubes a los que puedes ir y apreciar de lo mejor del Séptimo Arte, gratis.
No te salgas del tema, comentador, estamos en la antigua Roma, no en Cinecittà.
¿De qué hablaba? Del pueblo veleidoso.
Confieso que he plagiado… No, ¡qué palabra tan fea! Confieso
que la idea inicial para escribir este malogrado… (esto no es ensayo ni crítica ni reseña…) La idea inicial saltó como salmón de unos comentarios
del escritor Joaquín Mattos Omar, exhibidos en la vitrina de un negocito de un
tal Fuckerverg, dizque Féizbuk, donde vendemos los productos de nuestra pujante
empresa nominada (no a ningún premio) Clan de Lectura Crítica (crítico estoy yo
con esto) de la Biblioteca Piloto del Caribe, con sede en la arroyosa Charran-kill-a.
Uno de ellos dice: “¿La voz del pueblo es la voz… de qué? Y bajo ese epígrafe
nos hace notar lo fácil que es variar el cauce de ese río, los “simples” Adso,
el pueblo lego (perdónenme los etimologistas); primero desean rendirle honores
a Bruto y poco después lo consideran despreciable. Fijémonos, de esto se
quejaba Marulo, sin embargo el mismo Marulo acude al recurso de la palabra (la
palabra tiene poder, la palabra a viva voz) como lo hará después Marco Antonio.
No hay duda, Joaquín, que la voz del pueblo es la voz de “ese dios”, y que la
voz de “ese dios” canta ¡Ooo Fortuuuuunaaaaa…!
Aun esto, digamos lo que es justo decir, no casquemos sólo
al pueblo de “ese dios”, que los privilegiados por Fortuna también dicen cosas que
denotan su esencia contradictoria. Casca llama “honrados vecinos” al pueblo, a
la gente que tenía al lado mientras César se vanagloriaba y caía, y luego, en
la misma conversación con Bruto y Casio, suelta estas perlas: “la chusma
vitoreó y aplaudió con sus callosas manos, echando por alto sus gorros
mugrientos y exhalando tal cantidad de aliento pestífero porque César había
desdeñado la corona, que medio lo asfixiaron, pues se desmayó y rodó por el
suelo. Y en cuanto a mí, no me atreví a reírme, de miedo de abrir la boca y
tragar aquellas miasmas.” La hiel de Casca también se manifiesta aquí contra
César. El juego de la burla retorna invertido: al principio el zapatero
mofándose de los nobles y luego el noble mofándose de la plebe, cayendo César
en la última mofa mientras que en la primera estuvo a salvo. ¡Y hay más!, la
burla en griego de Cicerón, seguro mofándose de lo acontecido con César, y el
que entendió que entienda.
Y como no estoy haciendo un discurso sobre la mofa sino
sobre la inconstancia, Porcia, mujer de Bruto, da prueba de su firme
constancia: se hiere el muslo, con tal de saber qué perturba a su esposo, y
promete ser discreta si éste le revela qué lo saca del lecho, pero qué va,
Porcia no se aguanta tanto; y César, dice de sí mismo que es constante como la
estrella polar, pero lo vimos titubear: –Ir o no ir, ése es el dilema–
cuando Calpurnia le ruega que no vaya al Senado.