lunes, 4 de mayo de 2020

Al perro más flaco es al que siempre se le pegan las garrapatas, así como al hijo de “menos madre” (o de madre ausente) es al que más hijueputean



“La crueldad es monopolio de quienes poseen el sentido moral. Cuando un bruto inflige dolor, lo hace de un modo inocente”, escribió en ‘El forastero misterioso’ Mark Twain.

Pero lastima, digo yo, por lo que considero que no hay dios alguno del monoteísmo, politeísmo, panteísmo o putiteísmo (ni vuestra Pacha Mama, excelentísimas majestades) que sea una deidad benévola, amorosa y que nos cuide de manera especial. ¿Por qué habría de haber dios alguno, me pregunto yo, que nos cuide de manera especial? Es por ello que necesitamos de dioses que nos hicieran a su imagen y semejanza, me respondo, para poder descargar en ellos nuestras culpas, las de nuestro “sentido moral”, que es el pecado original de los creyentes morbosos del monoteísmo bíblico, y servirnos de ellos, los dioses bienhechores, como paliativos de nuestra razón, la conciencia, que nos restriega todas nuestras inmundicias morales, moral por nosotros mismos inventada, tal como nos hemos inventado seres malignos sobre los cuales nuestros dioses benefactores arrojan toda la culpa de nuestras inmundicias morales, exculpándonos de ellas por tratarse de la influencia de seres tan poderosos sobre criaturas tan débiles como somos, expuestas al pulso superior entre los magnos representantes del bien y los representantes del mal, siendo que curiosamente, en este balance de fuerzas, bien y mal se acomodan a las necesidades e impulsos humanos, razón que explica por qué nos matamos sin llegar a exterminarnos, pues necesitamos del otro para sacar provecho de él, lo que explica a su vez la inmoralidad recurrente del abuso de unos en perjuicio de otros, base de sistemas económicos como el esclavista, el feudal y, no nos digamos mentiras, el sistema capitalista.

Reinan, según parece, en este, el planeta que habitamos (el único planeta que hemos podido habitar aún y quizás el único que podamos habitar hasta nuestra extinción, salvo que unos cuantos, no sé si se les podrá considerar afortunados, puedan habitar como colonos la Luna en el corto plazo y quizás Marte u otro astro o megaestructura como la “Estrella de la Muerte” después), reinan, digo, en este planeta y en el universo conocido, la inocente cruel brutalidad, ¡inimputable!,  gritan en coro mis amistades jurídicas, desde los agujeros negros que devoran estrellas hasta la araña que envuelve a sus presas en sus hermosos hilos para chuparles la vida en vida; y también en nosotros, los humanos, animales con “sentido moral”, los hay que carecen de éste (y en vez de cárcel son remitidos a instituciones psiquiátricas). Sin embargo, no es esto lo peor; lo más terrible es que, hasta el momento, con plena certidumbre, no conocemos criaturas más crueles que los seres humanos (y sus creaciones más extrañas, imaginarias, aclaro: los dioses), porque ninguna, hasta donde sabemos, excepto nosotros, practica la crueldad teniendo por cierta la existencia del bien y el mal y teniendo por norma que debemos practicar siempre el bien, siendo la crueldad una de las manifestaciones del mal. Somos crueles hasta con compañeros nuestros, que domesticamos para que convivieran con nosotros, como los gatos y los perros, y, como no, lo somos con otros seres humanos, en especial aquellos que han sido enjuiciados y condenados por ateos o antiteos, inmorales y malignos, y también somos crueles con aquellos que menospreciamos o detestamos por ser de “clase inferior” o tan sólo por ser “los otros”.

Y siento el hedor intenso de la farsa metafísica humana y de las carroñas que se pudren en los abismos siderales, cuando vuelvo a estos versos de Julio Flórez, poeta que no abandonaré por mucho que me digan que es muy menor:

¡Dios mío!

¿Por qué hiciste, Señor ―oye mi queja―,
al tigre que, famélico, del risco
abrupto baja al sosegado aprisco
a hundir su garra en la apacible oveja?

¿Por qué, Señor, creaste la serpiente
que, oculta en un recodo del camino
hinca en el descuidado peregrino
su largo, agudo y venenoso diente?

¡Ah!, todo puede ser… Pero, ¡Dios mío!
¿por qué formaste al hombre, ese sombrío
ser más feroz que el tigre y la serpiente?

¡Cómo él junta al instinto de la fiera
la reflexión, sobre el planeta impera,
refina el mal y se hace omnipotente!

Retomo ‘El forastero misterioso’ de Mark Twain para convenir que somos “[…] tal cual Satanás pensaba de nosotros, es decir, que somos una raza idiota y trivial”. Crueles, idiotas y triviales. No soy Satanás (hasta quisiera serlo, me digo mentalmente, en vez de ser este pobre diablo encerrado en su dormitorio, ninguneado en la casa por pobre y por diablo, es decir, por no estar generando ingresos monetarios para la casa y por pensar y actuar distinto a su pensar y actuar de esa gente que me ningunea, y encerrado en un pueblo con exceso de deficientes mentales congénitos o sociales (que al tarado congénito se le excusa, es inimputable, mas no al tarado que llega a tal condición por pereza mental y subordinación a la publicidad y mercadeo, a todo aquel liderazgo espurio que le impone formas de pensar y actuar bajo los rótulos de “moda”, “voluntad divina”, etcétera de cucarachas mentales), subnormales, como diría Ignatius Reilly (a quien semejo, ya ven, también soy cruel, ejerzo la crueldad), del que no puedo salir ya por falta de dinero y, en estos momentos, sobre todo, por causa de un nuevo coronavirus, el covid-19, una cosa microscópica en los límites entre lo que se considera y no se considera un ser viviente, cosa que no tendría sobre el majestuoso Satanás repercusión alguna, pero sí nos tiene a los fatuos humanos, criaturas predilectas de los dioses, encuarentenados, demostrándose una vez más que como especie somos la conciencia apuntando su dedo acusador sobre su propia insensatez), infortunadamente, tal vez; pues si fuera Satanás estaría por encima de toda esta humanidad a la que pertenezco y que me decepciona hondamente.

Esta decepción humana mía procede de ir de la mano de Friedrich Nietzsche, como Dante de la mano de Virgilio, recorriendo “con una cautela sombría el manicomio de milenios enteros”. Sólo que a diferencia de Nietzsche, quien en ‘El anticristiano’ arremete contra esta contradictoria rama ramificada del monoteísmo bíblico, para mí el manicomio es mucho más aún; es toda la farsa humana, la incongruencia entre los valores que predica y la violación de tales valores al actuar. Más lejos voy por los pasillos de este manicomio, me interno más adentro en sus estancias; para mí el problema está en el contrasentido que representa la idiotez y la trivialidad del ser pensante que detesta pensar, cosa que el Satanás de Twain enseña y por la cual desdeña el valor del ser humano.

Luego viene el golpe más fuerte, aquel con el que este Satanás me ha derribado haciéndome sangrar la boca. Pedro Calderón de la Barca hizo razonar a Segismundo:

“Decir que es sueño es engaño;
bien sé que despierto estoy.
¿Yo Segismundo no soy?
Dadme, cielos, desengaño.”

Más adelante dirá el príncipe:

“Cielos, si es verdad que sueño,
suspendedme la memoria
que no es posible que quepan
en un sueño tantas cosas.
¡Válgame Dios, quién supiera,
o saber salir de todas,
o no pensar en ninguna!”

Pocos versos después:

“[¿…] Luego, fue verdad, no sueño;
y si fue verdad ―que es otra
confusión y no menor―
cómo  mi  vida le nombra
sueño? […]”

Y en otro libro, ‘El kybalion’, se proponen ciertas ideas entre las cuales la primera y quizás más importante es la que dice: “El TODO es Mente; el universo es mental”, explicando que todo aquello que percibimos es producto de una “realidad sustancial detrás de todas las manifestaciones y apariencias que conocemos bajo los nombres de «universo material», «fenómenos de la vida», «materia», «energía», etc., y en una palabra, todo cuanto es sensible a nuestros sentidos materiales, es espíritu, quien en sí mismo es incognoscible e indefinible, pero que puede ser considerado como una mente infinita, universal y viviente. Explica también que todo el mundo fenomenal o universo es una creación mental del TODO en cuya mente vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.”

Hago referencia a estos dos libros porque el final de ‘El forastero misterioso’ sorprende.

¡La que has revelado, qué horrible verdad, Satanás, despiadado crítico interior, conciencia en la cual el sentido moral viene despojado de mentiras consoladoras y trampas evasoras de sí mismo! ¡Yo, que como yo soy apenas una entelequia de mí mismo, que mi existencia, tras todos los velos de apariencia que es el universo físico considerado real, es sólo “un pensamiento nómada, inútil, sin hogar propio, que vagabundea desamparado por el vacío de las eternidades”, soy ese dios superior detrás del dios creador, y toda esta tropelía no es más que invención mía, incluyéndome, dios encarnado, oscuramente autoengañado de ser carne, carne que es ilusión y yo ficción en la ficción humana en un universo falso! ¡Soy responsable de todo el dolor y el horror que me golpea, de todo el dolor y el horror que abunda en este inexistente universo! ¡Soy un pensamiento sadomasoquista artífice de un universo horrendo! ¡Y gracias a este Satanás, otra ficción, que representa a mi conciencia, a mi sentido moral, más ficción, me estoy recriminando todo lo que como pensamiento he creado, estoy creando!

¡Estoy cagado de terror si todo esto es cierto!

¡Pero qué tonto pensar! Si todo es falso, sin sentido que no existe, pesadilla sin consecuencias, el dolor y el horror que se imponen en este mundo quimérico tampoco existen; ergo, nada sufre, salvo lo único que sí es: el pensamiento apesadumbrado que está imaginando ahora que su alter ego humano está escribiendo estas líneas.

Yo no soy Satanás, pero si he pensado y creado a este Satanás mediante la ficción de un libro llamado ‘El forastero misterioso’, escrito por un literato ficticio llamado Mark Twain, es porque no me he creído la mentira en la que me he ocultado. Sin duda, este Satanás ha estado apareciendo en mí dentro de esta ficción humana que me he inventado para mí (si es verdad que la vida humana y este universo físico es un sueño, una ilusión) de diversas formas: la cachetada de una tía porque cierta vez no quise ir a misa, el gusto que me causó “Sympathy for the Devil” desde que la oí por primera vez aun sin saber qué decía Jagger, el libro de Anton LaVey… Porque para mí Satanás no representa el mal; es el rebelde con causa y es la verdad incómoda, el conocimiento oculto y, en últimas, la libertad.

Domingo José Bolívar Peralta
6 de abril del año 2.020, calendario gregoriano.