martes, 14 de junio de 2016

Sacado del pozo

Es un hombre, en una habitación muy pobre. La narración empieza por la tarde, contándonos que ha estado despierto, tirado en la cama, desde mediodía. El calor, el desprecio a la gente, su voluntario aislamiento, lo llevan a este momento en que decide, ya cercano a cumplir los 40 años, escribir, de manera muy personal, tal como van apareciendo las ideas e imágenes, sobre sí mismo; porque de alguna manera considera que tiene algo interesante que contar, y porque lo flagela la imagen que tiene de sí mismo: la de un fracasado. La psicología o la chismografía nominan situaciones como esta “crisis de los 40”. Este personaje, además, nos recuerda aquella canción que dice “Con el pucho de la vida, apretado entre los labios…”, ya por el título de la canción –Las cuarenta (por cantar su verdad, su desencanto, y por la edad a que llega)–, ya por la frustración contenida en sus versos.Además, el relato de Eladio Linacero habla de unos “malevos” que están con el pucho en los labios, como si se tratara, así también en la canción, de una metáfora de esa existencia, de esa vida que conoce: un pucho insignificante: fuego, cenizas y humo.

Resulta conmovedor este hombre dueño de una fortaleza que lo hace capaz de asumir la ‘vida real’ como un caso perdido, y que ve en los sueños esa otra realidad digna de ser vivida, de ser tomada como parte integral de la existencia, al punto que son sus “aventuras” oníricas las que tienen mayor alcance en su relato, y su sueño recurrente, el de “la cabaña de troncos”, es continuación de un hecho sucedido en esa ‘vida real’, cuando era un adolescente; quizás una forma de redimirse, al rescatar a un fantasma que sufre en el interior de su mente; la Eurídice a la que él mismo llevó al abismo. Pienso que aquel muchacho de 15 ó 16 años amó a esa muchacha de 18 años; la amó con odio.

Llama la atención que siendo este texto de Onetti un experimento narrativo, haya mencionado una escopeta colgada en una pared, que nunca fue usada. A los maestros hay que superarlos, me recordó una amiga hace poco. Si no es posible superarlos, al menos llevarles la contraria, pero bien. Y este experimento narrativo es como si se tratara del último estertor de los movimientos vanguardistas de inicios del siglo 20, un relato fragmentario que presenta una serie de “sucesos” o “aventuras”en donde el personaje principal, el narrador Eladio Linacero, es el eje, quien nos va contando lo que escribe, y sobre la marcha hace reflexiones de lo que queda en el papel, hace digresiones acerca de lo que decide escribir, de los cómo y porqué… Aparte, no le importa si divaga, lo que se justifica, ya metiéndome con el verdadero escritor, Onetti, cuando Eladio se define como alguien que tiene una “indiferencia apacible por todo”. Metaliteratura pura, en palabras de Gabrio Mendoza, joven escritor a quien a veces le leo ejercicios similares, como el que nominó Sobre la destrucción del hombre secreto.La narración, el foco, siempre de Eladio Linacero, va y viene entre el pasado remoto, el pasado reciente y el presente: los “sucesos”, y aquello que no es posible medir con relojes y calendarios con convicción científica: las “aventuras”.

Es mucha la desazón del protagonista, al afirmar que “No hay nadie que tenga el alma limpia, nadie ante quien sea posible desnudarse sin vergüenza.” Siente, no obstante, la necesidad de escribir esos “sucesos” y ante todo las “aventuras”, la de la cabaña de troncos en especial; ese “deseo ciego y oscuro” de desnudarse así, ante los eventuales lectores, quizá ni uno. Él, Eladio Linacero se da cuenta de eso, trata de explicarlo y ¡qué va!, se queda en puntos suspensivos. Ni siquiera un poeta y una prostituta tienen la pureza de alma para escuchar un sueño y comprender lo bello que es, sin glosas. ¿¡Acaso todo tiene que ser racionalizado!?, es tal vez lo que grita sin decirlo. De todos modos, probablemente, Cordes pensará lo mismo si acaso llegara a leer lo que escribe Eladio: “si todo eso es un plan para un cuento o algo así.”


En ese grito, que no se oye sino como un eco que viene de muy lejos, sólo audible si contemplamos en silencio, está guardada la más grave inquietud de Eladio Linacero: el amor, último presentimiento de algo mejor, capaz de llenar los cascarones vacíos que son las personas: “El amor es maravilloso y absurdo e, incomprensiblemente, visita a cualquier clase de almas. Pero la gente absurda y maravillosa no abunda; y las que lo son, es por poco tiempo, en la primera juventud. Después comienzan a aceptar y se pierden.”Esta es la clave de su actitud ante la vida. “El amor es algo demasiado maravilloso para que uno pueda andar preocupándose por el destino de dos personas que no hicieron más que tenerlo, de manera inexplicable.” Porque el amor, así como viene, se va “Se trataba del amor y esto ya estaba terminado, no había primera ni segunda instancia, era un muerto antiguo.”—, sin dar explicaciones, y de él sólo queda el eco, el humo. Se reduce a un “suceso”, o, en el mejor de los casos, se convierte en una “aventura”. Después de eso, todo pierde su gracia; todo importa un “corno”.
https://www.youtube.com/watch?v=1_-x95Q9JFo

martes, 7 de junio de 2016

Manuel Bandeira: poeta de la vida en muerte

Manuel Bandeira
(Sousa Bandeira.
El nombre entero
tenía Carneiro.)
Yo me interrogo:
—Manuel Bandeira,
¡qué disparate!
Mira una cosa:
¿Por qué no osas
firmar entonces
Manuel de Sousa?

Así es, nació en Recife el 19 de abril de 1.886, y fue bautizado Manuel Carneiro de Sousa Bandeira Filho. Su padre, ingeniero, fue quien lo inició en las lecturas y animó a que se hiciera escritor (¡padre bendito!), mas deseaba que su hijo fuese arquitecto. No tengo claro aún si el padre alentó a Manolito a ser escritor a raíz de sus problemas de salud (desde muy joven tísico), los cuales obligaron al hijo a abandonar sus estudios de arquitectura, e incluso internarse por un tiempo en un sanatorio en Suiza, o si desde antes lo quería más que nada escritor; más viendo en la arquitectura una alternativa para que su hijo pudiera expresarse como artista y a la vez vivir sin angustias económicas... En todo caso al hijo le quedó gustando la arquitectura, y se lamentó no haber podido ser arquitecto.

A Manuel Bandeira se le adjudica ser la cabeza (el San Juan Bautista, según otro gran poeta de la época: Mário de Andrade) de un movimiento de vanguardia en la literatura y en general las artes en Brasil, capullo que empezó a abrir sus pétalos iniciando la década de 1.920 (muchos críticos señalan con precisión el año 1.922): el modernismo. El modernismo brasilero pugnó por encontrar en las mismas raíces brasileras, en la exuberancia natural del país, en los usos y costumbres del pueblo, sus motivos y valores estéticos. Esto daría como resultado un arte generoso, auténtico, libre de las imposturas de los artistas que se dedicaron a calcar modelos foráneos.

Esta poesía vanguardista de Bandeira es el intento de romper con la forma y el fondo tradicionales de la poesía. Su propósito fue descubrir la estética y los valores humanos de su propio país. Bandeira proclamó que el portugués de los escritores brasileros debe ser el portugués de la gente de Brasil, y así lo manifestó en su poema Evocación de Recife, que en unos versos dice:

La vida no me llegaba por los diarios ni por los libros
venía de la boca del pueblo en la lengua errónea del pueblo
lengua veraz del pueblo
porque él es quien habla sabroso el portugués de Brasil
mientras nosotros
lo que hacemos
es macaquear
la sintaxis lusíada

Con este acercamiento al habla del pueblo brasilero, no sólo encontró el poeta una forma de romper con los modelos formales de la poesía de su país hasta entonces, sino que también encontró un tono irónico y un humor afable que le ayudó a sobrellevar su vida, porque Bandeira no sólo fue un enfermo de tisis desde muy joven; tuvo que soportar la muerte de su familia en el transcurso de seis años (1.916 a 1.922), y estrecheces económicas, porque su padre no era tan rico y le dejó como herencia (¡bendito padre!) una pensión  que resultaba escasa. Menos mal Bandeira contó con “A little help of my friends”, lo que le ayudó a acceder a cargos como profesor y funcionario en el sector de la educación. Asimismo, la poesía de Bandeira es catártica, ya que sus experiencias personales son poetizadas con mucho tino —eso sí­— y en él se cumple aquello que dejara sentado por escrito Jaime Jaramillo Escobar en el libro Método fácil y rápido para ser poeta, Tomo I: “Cuando el gran poeta dice Yo, arrastra consigo a todos los demás. Cuando el poeta mediocre dice yo, no hace más que confirmar su nulidad”.

Bandeira es un poeta al que no le interesan los pedestales, y consecuente, arremete contra el poeta que fue bajado del suyo por un mundo que lo ha convertido en un objeto decorativo, y para ganarse las simpatías de ese mundo estandarizante sigue las reglas de producción del modelo económico y la cómoda hipocresía moral burguesa. Esta clase de poetas pusilánimes y áulicos se ve reflejada en Poética, poema aparecido en el libro Libertinagem, de 1.930, que sienta las bases de su obra, y es considerado fundamental en el ámbito del modernismo en la poesía brasilera:

Poética

Estoy harto del lirismo comedido
del lirismo que se porta bien
del lirismo funcionario público con libro de punto expediente protocolo y   
[manifestaciones de aprecio al señor Director

Estoy harto del lirismo que se detiene y va a averiguar en el diccionario el cuño
                   [vernáculo de algún vocablo

Abajo los puristas

Todas las palabras sobre todo los barbarismos universales
Todas las construcciones sobre todo las sintaxis de excepción
Todos los ritmos sobre todo los innumerables

Estoy harto del lirismo enamorador
Político
Raquítico
Sifilítico
De todo lirismo que capitula a lo que quiera que sea fuera de sí mismo
Por otra parte no es lirismo
Será contabilidad tabla de cosenos secretario del amante ejemplar con cien modelos de  
   [cartas y las diferentes maneras de agradar a las mujeres etc.

Antes quiero el lirismo de los locos
El lirismo de los borrachos
El lirismo difícil y pungente de los borrachos
El lirismo de los clowns de Shakespeare

—No quiero saber más del lirismo que no es liberación.

Más adelante reconfirmará, en el libro Belo belo (1.948), su posición con este poema:

Nueva poética

Voy a lanzar la teoría del poeta sórdido.
Poeta sórdido:

Aquél en cuya poesía está la marca sucia de la vida.
Hay un sujeto,
sale un sujeto de casa con la ropa de brin blanco muy bien almidonada, y en la primera
         [esquina pasa un camión, le salpica el saco o el pantalón con una mancha de   
      [barro:

es la vida.

El poema debe ser como la mancha en el brin:
hacer que el lector satisfecho de sí se desespere.

Sé que la poesía es también rocío.
Pero éste queda para las nenitas, las estrellas alfa, las vírgenes ciento por ciento y las
                                                                              [amadas que envejecieron sin maldad.

Al respecto del poemario Libertinaje, dice Harold Alvarado Tenorio: “El libro oscila entre un fuerte deseo de libertad vital y artística y la necesidad de hacer íntimas, cada vez más, las imágenes que retrataran un país (…). Ha sido calificado como la más representativa contribución al Modernismo.”

Ah, hay que dejar claro que no es hacer por hacer. Manuel Bandeira no es ingenuo. La libertad de temas, vocabulario, sintaxis, tropos, métrica, rima, ritmo… no es a la ligera, porque la verdadera poesía no es mero artificio sin hondura. Mejor dejo que lo explique el mismo poeta de quien estoy hablando:

“Sin duda no cuesta nada escribir un trozo de prosa y después distribuirlo en líneas irregulares, obedeciendo tan solo las pausas del pensamiento. Pero eso nunca fue verso libre. Si lo fuese, cualquier persona podría poner en verso hasta el último informe del Ministro de Hacienda. Esa engañosa facilidad es causa de la superpoblación de poetas que infectan ahora nuestras letras. El modernismo tuvo eso de catastrófico: trayendo a nuestra lengua el verso libre, dio a todo el mundo la ilusión de que una serie de líneas desiguales es poema. Resultado: hoy cualquier subescribiente de municipio con ataque de celos, cualquier niñita desilusionada del novio, cualquier balzaquiana desubicada en su ambiente familiar se juzgan habilitados para competir con Joaquín Cardozo o Cecília Meireles”.

Manuel Carneiro de Sousa Bandeira Filho, o simplemente Manuel Bandeira, murió en Río de Janeiro el 13 de octubre de 1.968, a los 82 años de edad, lo cual es mucho si tenemos en cuenta que la tuberculosis le sobrevino a los 18 años. Como ya había dicho antes, madre, padre y hermana fallecieron entre los años 1.916 a 1.922; no es extraño, luego, que asuma la muerte de una manera muy personal y sea motivo frecuente en sus poemas. Él mismo consideró que su vida, de por sí, era un milagro, pero a la muerte le concedió el trono de la paz absoluta, algo así como la más cierta de todas las libertades. En 1.965 escribió:

Antología

La vida
no vale la pena y el dolor de ser vivida.
Los cuerpos se entienden pero las almas no.
Lo único que queda por hacer es tocar un tango argentino.

¡Ya me voy para Pasárgada!
Aquí yo no soy feliz.
Quiero olvidarlo todo:
—El dolor de ser hombre…
Este anhelo infinito y vano
de poseer lo que me posee.

Quiero descansar
humildemente pensando en la vida y en las mujeres que amé…
En la vida entera que podía haber sido y que no fue.

Quiero descansar.
Morir.
Morir de cuerpo y alma.
Completamente.
(Todas las mañanas el aeropuerto de enfrente me da lecciones de partir.)

Cuando la Indeseada de las gentes llegue
encontrará labrado el campo, la casa limpia,
la mesa puesta,
con cada cosa en su lugar.

Otro poema suyo dice:

Preparación para la muerte

La vida es un milagro.
Cada flor,
con su forma, su color, su aroma,
cada flor es un milagro.
Cada pájaro,
con su plumaje, su vuelo, su canto,
cada pájaro es un milagro.
El espacio, infinito,
el espacio es un milagro.
El tiempo, infinito,
el tiempo es un milagro.
La memoria es un milagro.
La conciencia es un milagro.
Todo es milagro.
Todo, menos la muerte.
—Bendita la muerte, que es el fin de todos los milagros.

Tras los rumbos del rumbero

“¡A menudo, al clavar la hachuela en el tronco vivo sentí deseo de descargarla contra mi propia mano, que toca las monedas sin atraparlas; mano desventurada que no produce, que no roba, que no redime y ha vacilado el libertarme de la vida.”
Estas palabras dichas por un esclavo al que la selva nunca le había arrebatado su conciencia y se mantuvo por encima de la más básica de las reacciones del ser humano que habita en el Infierno: el vampirismo. Porque el buen Clemente Silva hace honor a su nombre y sólo hacia el final de La vorágine es capaz de gritar con desesperación y rabia “Mátelos, mátelos a todos.”
Uso la expresión vampirismo para evidenciar la actitud depredadora del humano que no tiene piedad de nada y chupa para su egoísta beneficio, placer y, ante todo, para sobrevivir, la vitalidad, aptitudes y hasta lo que pueda haber de bondad en los demás. Vampirización que no se limita al “prójimo”; especies animales y vegetales también son víctimas de este vampiro que liba sangre roja y savia blanca en las selvas amazónicas. Esta fue la denuncia que en su momento José Eustacio Rivera, a quien acaso el vampirismo de negra savia mineral lo persiguió en New York hasta dejar su tintero sin tinta.
Sí, no es descabellada esta idea dado el carácter del poeta y el derrotero que descubrió para sí en las explayadas llanuras y tortuosas trochas de los “territorios nacionales”. No lo es, si tomamos muy en serio esta sentencia “Mas yo no compadezco al que no protesta. Un temblor de ramas no es rebeldía que me inspire afecto”, como una declaración que dicha a viva voz por su autor, y replicada, amplificada por miles, millones de voces movilizadas en las otras selvas, las más despiadadamente humanas… Estoy dejándome llevar por un pensamiento, por un deseo…
Me fui por otro lado. No había proyectado escribir algo como lo que ya está escrito. Quería escribir sobre cómo el humano, que se tiene a sí mismo como la cereza que corona el pastel de la Creación (pastel, en todo caso, hecho por un pésimo repostero) se ve inerme, reducido a un currutaco de alfeñique en la profundidad de la selva. En la penumbra, los altos árboles, los intrincados arbustos y bejucos, los sonidos de animales esquivos a los ojos, el rumor del viento en las hojas y el de los bichos en la hojarasca, todo enerva los sentidos, da la sensación de ser espiados, que los árboles nos vigilan, que toda la selva está confabulada para perdernos. Se da cuenta uno que todo esto que vive y muere seguirá aún después de nuestra muerte. “El hombre, diminuto y temeroso, siente el peso de la naturaleza salvaje —el hombre que ha creído ser el amo del planeta— y pierde el control de sí mismo.” Y viene, producto del temor, una revelación: “El vegetal es un ser sensible cuya psicología desconocemos.”
Esta vegetación densa, oscura, laberíntica, pavorosa, se opone en todo a aquella otra de las “soledades domesticadas” de que habla Arturo Cova, la de los poetas que sueñan con la Arcadia, la del ideal bucólico. No es raro, luego, que otros autores del “Nuevo Mundo” hayan coincidido en caracterizar a la selva, al bosque americano, como una entidad siniestra, amenazadora. Así lo vemos en obras de autores especialistas en el horror y el terror como Howard Philips Lovecraft y otros, quienes de una manera u otra se alimentan de los ambientes lúgubres de la literatura gótica, sólo que en este caso, es el trópico (como en la Mansión de Araucaíma) quien produce estados de ánimo delirantes, mórbidos.
En esta historia las víctimas de la selva son todos: al final es la selva quien terminará ganando. Esclavos y esclavistas se pudrirán como los troncos caídos y las hojas sueltas, serán alimento de los hongos y vegetales que les chuparán hasta la médula de los huesos, devorados por tambochas, caimanes, caribes… ¿Fue este el final de Arturo Cova, Alicia, Fidel, Griselda…, ¡la hija de Cova y Alicia!
Dos vidas malogradas —Arturo y Alicia— de dos hijos de bien; Alicia, de alta cuna de la mojigata sociedad santafereña (la Bogotá de entonces, casi la misma de ahora, en sus más altos estratos sociales); Arturo, de provincia pero con cierta respetabilidad por su apellido. Ambos rebeldes a sus destinos o en busca de destinos diferentes a los signados por la sociedad, la familia. Lanzan los dados juntos, pierden. El azar los llevará por caminos de dolor. Ambos sabían que iban por una senda que el algún momento se partiría en dos. Se sabían insensatos. Diría el poeta Cova de su compañera de infortunio: “Indudablemente, era de carácter apasionado: de su timidez triunfaba a ratos la decisión que imponen las cosas irreparables.”
Alicia era consciente de no amar a Arturo; al menos no de amarlo como él deseaba ser amado. ¿Cómo deseaba ser amado Arturo? Ni él mismo lo sabía muy bien. Era un ideal romántico, al parecer, viciado por la literatura, semejante al caso de Emma Bovary. Era también consciente Alicia de que Arturo no era un santo y la responsabilidad por la desgracia de ambos, sería de ambos. Esa responsabilidad la asume Arturo al decir: “¡La adversidad es una sola, y nosotros seremos dos!”
Alicia, después de todo, no es la típica damisela en peligro de las novelas que Cervantes parodió con las andanzas del “Caballero de la triste figura” o los cuentos de los hermanos Grimm. Su carácter es fuerte, aunque su físico lo desdiga. Soporta las incomodidades con temple y lucha a fuerza de voluntad contra la adversidad. No es ingenua hasta la estupidez (como muchas de las “fieras” de las telenovelas de las décadas de 1.980 y 1.990): se sabe perdida y se aferra a Arturo hasta que éste muestra su peor catadura, enloquecido por los celos. Por demás, Arturo Cova es un poeta que padece del mismo mal que padecieron poetas como Baudelaire: la desazón inexplicable, el no hallarse satisfecho con nada, hastío, desencanto: spleen.
La vorágine es una novela con mucha tela para cortar, no sólo por ella en sí misma sino por todo lo que generó y sigue generando a su alrededor. Toda una leyenda sobre los personajes que en ella aparecen, sobre lo que sobrevino luego cuando Colombia entró en guerra con Perú, la misma muerte de Rivera, etc.

Y es una novela que no deja de ser actual, porque aunque los hechos objetivos que se narran y el lenguaje utilizado parezcan cosa del pasado, hay que admitir que llega al fondo de las pasiones humanas, los abusos de unos, las tragedias de otros… Y eso, eso sigue vigente, y lo seguirá.