lunes, 3 de octubre de 2022

Al maestro Echandía

El Paupérrimo (Usiacurí) - Salgar (Puerto Colombia) - Barranquilla y en los buses entre uno y otro lugar, 18 de septiembre a 3 de octubre de 2.022 c.g.
 

 
Como presagio de lo que está sucediendo desde cierto momento en Palestina, como interpretación de lo que embriaga ser el favorito de un dios, Ludwig Richard Johann Grieben, el autobiógrafo de ‘La noche del Uro’, novela de Dalton Trumbo, en la parte final del capítulo primero titulado ‘Me presento, confieso mi dolor y afirmo mi identidad con Dios’, nos restriega en la cara:
            «¿Para quién no está claro ya que Dios no es ni el Bien ni el Mal, sino Todo, simplemente? Mi propia vida es una prueba. Dotado por Dios con maravillosas capacidades para el Bien y para el Mal (como tú), las utilicé hasta la disolución total, cada una hasta su diferente, ciego, orgiástico final. Y allí estuve, creado a Su imagen, ya no Su semejanza sino Su misma substancia, Su hijo. Como tú mismo eres Su hijo. Como también tú pondrás en acción las capacidades que te ha dado Dios tan pronto como dispongas del poder para hacerlo.
            El secreto, observarás, es el poder, y el secreto del poder total, la unidad con Dios. No es un fenómeno raro, como podrías pensar. Llega un momento en la vida de todo hombre (si permanece alerta y entiende su significado) en que el poder completo sobre algo –un animal, una mujer, incluso un hombre y a veces sobre la humanidad– reposa en sus manos o en las manos de sus camaradas como un tembloroso pájaro cautivo. En ese supremo instante, el poder del hombre se funde con el poder de Dios para convertirse en poder absoluto, esa enceguecedora apoteosis de divinidad que ningún hombre, por bajo y cobarde que sea, puede rechazar.
            Así que, cuando llegue tu momento de poder, actuarás como lo hice. Sin vacilación, sin mirar atrás, incluso con alegría; abrazarás el poder absoluto y con él el Bien y el Mal de la divinidad. Será así, o te someterás débilmente a él».
            Grieben es un nazi que no agacha la cabeza por su pasado, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial y de la cacería subsiguiente. Escribe las líneas transcritas siendo un viejo de 73 años. Trumbo, comenzó a escribir esta obra en 1.960 y al momento de recibir la visita de la Parca, en 1.976, la consideraba inacabada. El Estado de Israel –el proyecto sionista– se arraiga sobre Palestina en 1.948, todo después de Cristo.
            El poder es afrodisíaco, dio a entender Kissinger. Un afrodisíaco en forma de licor que nos embriaga de divinidad. De ahí la presunción de divinos o revestidos de poder divino de los monarcas. De ahí la concupiscencia, el deseo insaciable que el poder provoca hasta convertirse en vicio, pervertirse.
            Alguien –no recuerdo ahora quién– ya ha explicado que al cambiar las relaciones de poder, las víctimas no raramente pasan a ser victimarios. No sé si también habrá estudiado que al cambiar las relaciones de poder, tampoco es raro que los victimarios pasan a victimizarse incubando dentro de sí un resentimiento que justifique retomar el poder por la fuerza, como habituados que han estado a ser los victimarios.
            Por derecho divino, voluntad de poder y ejercicio del poder. ¿Pero por qué el sadismo?
            La anterior pregunta que me hago (y hago a ustedes, lectores de mi esperanza) plantó cara antes de haber arribado al último párrafo del capítulo 3 (‘Encuentro a la Muerte en los bosques y desfallezco ante su embrujo, su crueldad, su amor’), en el que Grieben se hace una pregunta muy semejante: «¿Qué es lo que hay en nosotros que nos hace ser crueles cuando deseamos ser bondadosos?» El anciano tiene la certeza o sospecha que «Hay algo equivocado en este mundo» y se muestra convencido de que el amor, en la Naturaleza y, sobre todo, en la naturaleza humana –la que hasta donde sabemos es la única que ha desarrollado una moral en que existen los conceptos Bien y Mal– está sujeto al Mal. Dice que la experiencia –su experiencia– le ha enseñado que inevitablemente «el bien se torna en mal, el deseo en lujuria, el amor en odio, la vida en muerte».
            No quisiera estar de acuerdo con Grieben; no obstante, concuerdo en que hay algo equivocado en este mundo, en la existencia, en el Todo. Un error fundamental, como si en el algoritmo (permítanme usar la palabra algoritmo como programador sin cartón y ya desprogramado que soy y pasen por alto que se está usando mucho por el desarrollo del recontraespionaje de Maxwell Smart-phone) que rige el Universo, hubiese en alguna de las primeras líneas una instrucción errada cuyo influjo hacia abajo causa procesos fallidos. El hecho de que la vida tenga que alimentarse de la muerte y de que la muerte devore la vida, tiene catadura de círculo vicioso, con el agravante de que matar es, además, el vicio con el que se llega a experimentar el poder absoluto, esa «unidad con Dios» de que habla Grieben.
            Disponer de otra vida, como vicio, como poder absoluto, sin embargo, no se queda en la facilidad de quitarla. Yo pregunto por el sadismo porque así como Séneca consideró el suicidio como la máxima expresión de la voluntad libre del que ejerce con total soberanía de sí mismo el poder absoluto al quitarse la vida, la máxima expresión de poder absoluto de un individuo sobre otros se da al impedirles la muerte a la par que se les provoca malestar, sufrimiento, tormento. El licor que embriaga de divinidad se consigue al oprimir con “mano fuerte y corazón firme”, hasta agotar su zumo, en nombre del Bien y del Amor, a todas las criaturas que tengan la desgracia de caer en nuestras manos, porque nos embriaga la comunión con ese dios hecho a nuestra imagen y semejanza. La tortura es la refinación del divino poder absoluto; ya no basta, por ejemplo, jugar fútbol si no es ante una población que ve rodar y ser pateada como balón la cabeza de uno de sus conciudadanos.
            Nos basta para hacer analogías, leer en las páginas 129 a 142 correspondientes al primer capítulo (Grieben y el auge del Tercer Reich) de la segunda parte del libro, titulada ‘Sinopsis de Trumbo’. La representación que de los freikorps hace Trumbo, no nos puede dejar, como colombianos, indiferentes; precisamente porque la representación de esos grupos armados alemanes de la convulsa época de entreguerras, nos los pinta muy semejantes a nuestros guerrillos y paracos; en especial estos últimos.
            Sabiendo que el álgido debate sobre el caso Eichmann, las argumentaciones de la defensa sobre la presunta ética kantiana del raptado, enjuiciado y sentenciado por el Estado de Israel, el compromiso de cumplir el deber, lo mejor posible, se encontraba todavía en boga en la época en que Trumbo escribía ‘La noche del Uro’, no dejó de sorprenderme hallar en la página 135 las siguientes palabras, relacionadas con el derrotero de las vidas de camaradas de armas de aquella Alemania que dentro de la ficción de Trumbo fue la Alemania real que hubo entre la Primera y Segunda Guerras Mundiales: “Odian el cometido, pero lo ejecutan como está mandado”. El poder de un subalterno siempre está limitado por las obligaciones contraídas para con los superiores, es un poder nimio; sólo el poder absoluto, como poder divino que es, no presenta excusas, no rinde cuentas a nadie, se ejerce con total libertad, sin cortapisas. Y como nos lo expone Trumbo, no tiene que ser, necesariamente, el poder de disponer de las vidas de miles y millones de criaturas; basta con tener una mariposa en nuestras manos, con que Marina Abramovic te diga «Soy tuya, has conmigo lo que quieras, lo que te dé la gana», para embriagarnos de poder, para acceder a la gloria de nuestro dios único y verdadero.
 
Domingo José Bolívar Peralta