lunes, 9 de marzo de 2020

Toco el timbre


“En síntesis, a excepción de lo normal, todo ha marchado correctamente.” La frase es de Luis Vidales. Está registrada en la página 247 de la quinta edición de Suenan timbres[1], y es muestra de su humor irónico, que es no un tropo literario sinó un talante de individuo, expresión de su carácter, sensibilidad e inteligencia.

Aldo Pellegrini habla sobre el humor en la Poesía como manifestación subversiva de la misma cuando pululan los poetas del aplauso y la dádiva ―es decir, la poesía desposeída de Poesía―, y éstos operan como instrumento de adormilamiento a favor de los dueños del mundo. Cuando tales poetas ahítos de tropos y de lontananzas vacuas se imponen y llenan salones sociales, el desagravio a la Poesía surge de nuevos poetas, inconformes que reciben de manos de las musas la posta que dejaron anteriores poetas que hicieron la renovación en su momento. Porque la Poesía nunca consentirá la artritis en sus articulaciones ni arrugas en su rostro.

Y en los años 20 del siglo 20, cambalache problemático y febril, cuando en Colombia urgía sacar de un patadón la solemnidad y remilgos anquilosados de los poetas de salón que cómodamente instalados hacían las delicias de nuestros conservadores patricios, irrumpe como milagrosamente conectado ―milagrosamente, porque el país literario cachaco andaba tan atrasado mirándose el ombligo en el espejo de la producción literaria de siglos pasados, y sin saberlo, pues cómo carajos iba a saber en esa Bogotá provinciana y recoleta, que su corazón de poeta estaba bombeando la misma savia que corría también por entonces por las venas y arterias de Breton, Kandinski, Tzara, Huidobro, Vallejo, Picasso y otros tantos― con la Vanguardia que sacudía el mundo de las artes, Luis Vidales.

Con sus poemas, que en su momento fueron considerados una desfachatez, Vidales le tuerce el pescuezo a aquella envejecida y aguada forma de poetizar cimentada en Colombia. Precisamente, junto a Vidales aparecen nuevos valores que recibieron más por confluencia generacional que por integrar un ismo artístico diferenciado, definido, el nombre de “Los Nuevos”. Entre éstos se destacó Luis Vidales por el uso del humor, la ironía jocosa, que no era simple chiste simplón como los del “Sábados Felices” de ahora, sinó ataque rudo y medido contra todo lo que de este mundo es impostura y formalidad vanilocuente, a juicio del poeta, que cuando poeta real, es el juicio justo, aunque no case con el juicio del común sentido imperante.

Consideró Vidales que él, como hombre antena que era, captó las señales del cambio de paradigmas estéticos, el “zeitgeist” de un siglo 20 que marchaba a toda prisa con sus avances tecnológicos y las revoluciones que agitaban el cotarro del mundo. Atribuía, entre otros, a las influencias de sin duda poetas revolucionarios como el conde de Lautreamont con Los cantos de Maldoror, a Arthur Rimbaud, a François Villon su talante de poeta. Y éstos fueron anteriores a esas vanguardias posteriores que surgieron pasada la Gran Guerra europea.

Luis Tejada, periodista y revolucionario de la vida capitalina de entonces, fue en cierto modo el dr. Frankenstein que le dio vida al monstruo poético que fue Luis Vidales, pues impulsó y dotó con piezas de su propio carácter y pensamiento el talento ya demostrado del joven calarqueño. Es por ello que a Vidales no le cayó bien que en una crítica ―página 105 de la segunda edición de Suenan timbres―, aunque a manera de elogio, se le calificara de “buen poeta”, ya que los “buenos poetas” son los poetas domesticados de que hablara el mencionado Aldo Pellegrini en su texto La acción subversiva de la Poesía, y esos eran justamente el tipo de poetas a los que les debía caer el meteorito aniquilador, según Tejada, y contra quienes tuvo que combatir Vidales desde antes de la aparición de Suenan timbres, al ir publicando desgranadamente poemas en medios como los suplementos literarios de los diarios El Espectador y El Tiempo.

Y me es grato coincidir con Juan Manuel Roca, quien escribió el prólogo a la quinta edición de Suenan timbres, al leer en la página 23 de ésta:

“Parece que a este nuestro pueblo, al igual que al personaje de Poe, le ha invadido la irremediable cobardía de no abrir los ojos, no tanto por esquivar la visión de horribles cosas como por el fundado temor de no ver nada”.

Estas palabras de Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en 1.948, daban cuenta de la tétrica tradición de inmovilidad o del espantoso bucle del espíritu y acontecer nacional que sigue vigente, tal como Luis Vidales en su campo de poeta también se percataba en los 20 del 20 y hoy yo recojo en el “20 20”.

En el mismo prólogo, página 24, otra grata coincidencia con Roca. Hay algo sobre el humor, la risa, que me lleva a desacuerdo con Isaías Peña, quien también escribiera sobre Suenan timbres y su autor en un texto publicado primero en su tercera y vuelto a aparecer en esta quinta edición. Roca, sobre el humor de Suenan timbres, de Vidales, comenta:

“Si Bertolt Brecht dice que “el que ríe no ha recibido la terrible noticia”, jugando a los contrarios se podría decir que lo liberador es reír después de recibirla. Imaginar la primera risa de Adán tras su expulsión, cuando aún merodeaba en los suburbios del paraíso, es creer que el reír no nace sólo de la alegría sino, también, del dolor que exorciza. Así cree entenderlo Vidales”.

Y seguimos coincidiendo. Esta vez nos conjuga, en la página 26, la mención e ideas de Aldo Pellegrini cuando escribe: “hay un signo inmediato que revela a la verdadera poesía: provoca la irritación y el encono de los mediocres”. Y añade Roca: “es su visión del humor que subyace en la tragedia lo que lo hace subversivo”. El humorismo de Vidales en Suenan timbres es, por supuesto, de tipo subversivo. No olvidemos que Luis Vidales era doblemente subversivo: como hombre político por su militancia comunista y como poeta por esa rebeldía retórica y sustancial que buscaba nuevas formas y nuevos fondos.

Así, me queda muy difícil coincidir con Isaías Peña, quien dejó sentado en su texto, el que tengo entre las páginas 275 y 280 de la quinta edición de Suenan timbres, en la página 276, lo que sigue:

“Llegó a Bogotá y la descubrió en el estupor y la mágica alegría de quien va por primera vez al circo. Nada de atardeceres y arreboles; nada de cuitas trasnochadas; nada de jardines versallescos; nada de tristezas y lamentos. Sin afiliarse a ningún ismo, sin lanzar ningún manifiesto, creó su propia escuela para dar cuenta de su alegría”.

Como si la poesía de Luis Vidales fuese un canto ingenuo y unívoco al progreso científico, al avance tecnológico, al crecimiento de las ciudades..., a las transformaciones vertiginosas de inicios del siglo 20. Y no. En la poética de Vidales están los arreboles, el campo, las mujeres, la muerte, las angustias, los temores, los dolores... Todo lo que en poesía es y será siempre; con la diferencia en el tratamiento, en el despojarse de la solemnidad y el oropel retórico de los caducos, destacándose el sentido del humor que, como dije líneas arriba, no es chiste simplón de los actuales “Sábados Felices” sinó carajadas de domingos plácidos y desventurados. Toda esta hipótesis creo yo la corrobora Vidales con su “cuentoema” Los antípodas, donde nos invita a echar cuerda sobre “las situaciones de humorismo que nos arrancan leves sonrisas capaces de hacer amables las existencias, aun aquellas atenazadas por una desgracia”.

Ese humor de Vidales se amanceba con Los cantos de Maldoror, reconocida por Lucho la influencia de Isidore Ducasse en su temperamento poético, más notoriamente en ese otro “cuentoema”, El antipático, en el que lo macabro se combina con lo jocoso sin que lo uno le menoscabe a lo otro su propio espacio.

Si Vidales ve en Bogotá y la descubre “en el estupor y la mágica alegría de quien va por primera vez al circo”, dicho circo pronto le revelaría cierta hostilidad al poeta. Nos cuenta Vidales que se armó de una apariencia en la que el vestir, los ademanes y la actitud eran un conjunto dispuesto para enfrentar a la capital de Colombia. En el mismo sentido afirmó (páginas 197 y 198, segunda edición): “Mi poesía se hizo en pugilato con el público, en el sentido de que en ella debía resonar más el escándalo y el sensacionalismo a medida que éste se airaba más contra mí”.

Así, la primera edición de Suenan timbres fue un éxito de ventas, pero sólo por la curiosidad y el morbo de los compradores que querían ver, ahora sí como si fuesen a un circo, pero no más a ver una presentación de “fenómenos”, qué tan malo era ese libro tan mal referenciado por críticos y poetas de la anacrónica y sosa poesía “centenarista”. De Suenan timbres, de la poesía de Luis Vidales se decía que era “una poesía que no es poesía, que no es gramática, que no es prosa, que no es literatura en ningún sentido, que no es nada sino germanía” (página 201, segunda edición). Todo esto Vidales lo enfrentó con la dignidad de un sentido del humor que daba la vuelta a la arepa de sus detractores y a la vez hacía sus búsquedas en el envés del mundo.

Concluyo esta tesis doctoral en timbres con mi afirmación de que la poesía de este libro es tetradimensional. Sus tres dimensiones lógicas son: espacio, tiempo y movimiento. La cuarta dimensión, la ilógica, es la imaginación (“la loca de la casa”). En esta cuarta dimensión, la de la imaginación, residen el misterio, el humor y la irracionalidad de imágenes y eventos presentados en Suenan timbres. Es en esta dimensión donde se configuran el absurdo chocarrero y la chanza macabra, está también todo lo irónico que hace burla y escruta lo dado por sentado de las tres dimensiones lógicas.

Sí, Suenan timbres es un libro chistoso, y a la vez de pensamientos profundos, como lo son todos los grandes humoristas.



[1] Entrevistado por María Mercedes Carranza, este texto tuvo su primera aparición en la revista Nueva Frontera, No. 118, Bogotá, febrero de 1.977, págs. 24, 25 y 32.
“En síntesis, a excepción de lo normal, todo ha marchado correctamente.” La frase es de Luis Vidales. Está registrada en la página 247 de la quinta edición de Suenan timbres[1], y es muestra de su humor irónico, que es no un tropo literario sinó un talante de individuo, expresión de su carácter, sensibilidad e inteligencia.

Aldo Pellegrini habla sobre el humor en la Poesía como manifestación subversiva de la misma cuando pululan los poetas del aplauso y la dádiva ―es decir, la poesía desposeída de Poesía―, y éstos operan como instrumento de adormilamiento a favor de los dueños del mundo. Cuando tales poetas ahítos de tropos y de lontananzas vacuas se imponen y llenan salones sociales, el desagravio a la Poesía surge de nuevos poetas, inconformes que reciben de manos de las musas la posta que dejaron anteriores poetas que hicieron la renovación en su momento. Porque la Poesía nunca consentirá la artritis en sus articulaciones ni arrugas en su rostro.

Y en los años 20 del siglo 20, cambalache problemático y febril, cuando en Colombia urgía sacar de un patadón la solemnidad y remilgos anquilosados de los poetas de salón que cómodamente instalados hacían las delicias de nuestros conservadores patricios, irrumpe como milagrosamente conectado ―milagrosamente, porque el país literario cachaco andaba tan atrasado mirándose el ombligo en el espejo de la producción literaria de siglos pasados, y sin saberlo, pues cómo carajos iba a saber en esa Bogotá provinciana y recoleta, que su corazón de poeta estaba bombeando la misma savia que corría también por entonces por las venas y arterias de Breton, Kandinski, Tzara, Huidobro, Vallejo, Picasso y otros tantos― con la Vanguardia que sacudía el mundo de las artes, Luis Vidales.

Con sus poemas, que en su momento fueron considerados una desfachatez, Vidales le tuerce el pescuezo a aquella envejecida y aguada forma de poetizar cimentada en Colombia. Precisamente, junto a Vidales aparecen nuevos valores que recibieron más por confluencia generacional que por integrar un ismo artístico diferenciado, definido, el nombre de “Los Nuevos”. Entre éstos se destacó Luis Vidales por el uso del humor, la ironía jocosa, que no era simple chiste simplón como los del “Sábados Felices” de ahora, sinó ataque rudo y medido contra todo lo que de este mundo es impostura y formalidad vanilocuente, a juicio del poeta, que cuando poeta real, es el juicio justo, aunque no case con el juicio del común sentido imperante.

Consideró Vidales que él, como hombre antena que era, captó las señales del cambio de paradigmas estéticos, el “zeitgeist” de un siglo 20 que marchaba a toda prisa con sus avances tecnológicos y las revoluciones que agitaban el cotarro del mundo. Atribuía, entre otros, a las influencias de sin duda poetas revolucionarios como el conde de Lautreamont con Los cantos de Maldoror, a Arthur Rimbaud, a François Villon su talante de poeta. Y éstos fueron anteriores a esas vanguardias posteriores que surgieron pasada la Gran Guerra europea.

Luis Tejada, periodista y revolucionario de la vida capitalina de entonces, fue en cierto modo el dr. Frankenstein que le dio vida al monstruo poético que fue Luis Vidales, pues impulsó y dotó con piezas de su propio carácter y pensamiento el talento ya demostrado del joven calarqueño. Es por ello que a Vidales no le cayó bien que en una crítica ―página 105 de la segunda edición de Suenan timbres―, aunque a manera de elogio, se le calificara de “buen poeta”, ya que los “buenos poetas” son los poetas domesticados de que hablara el mencionado Aldo Pellegrini en su texto La acción subversiva de la Poesía, y esos eran justamente el tipo de poetas a los que les debía caer el meteorito aniquilador, según Tejada, y contra quienes tuvo que combatir Vidales desde antes de la aparición de Suenan timbres, al ir publicando desgranadamente poemas en medios como los suplementos literarios de los diarios El Espectador y El Tiempo.

Y me es grato coincidir con Juan Manuel Roca, quien escribió el prólogo a la quinta edición de Suenan timbres, al leer en la página 23 de ésta:

“Parece que a este nuestro pueblo, al igual que al personaje de Poe, le ha invadido la irremediable cobardía de no abrir los ojos, no tanto por esquivar la visión de horribles cosas como por el fundado temor de no ver nada”.

Estas palabras de Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en 1.948, daban cuenta de la tétrica tradición de inmovilidad o del espantoso bucle del espíritu y acontecer nacional que sigue vigente, tal como Luis Vidales en su campo de poeta también se percataba en los 20 del 20 y hoy yo recojo en el “20 20”.

En el mismo prólogo, página 24, otra grata coincidencia con Roca. Hay algo sobre el humor, la risa, que me lleva a desacuerdo con Isaías Peña, quien también escribiera sobre Suenan timbres y su autor en un texto publicado primero en su tercera y vuelto a aparecer en esta quinta edición. Roca, sobre el humor de Suenan timbres, de Vidales, comenta:

“Si Bertolt Brecht dice que “el que ríe no ha recibido la terrible noticia”, jugando a los contrarios se podría decir que lo liberador es reír después de recibirla. Imaginar la primera risa de Adán tras su expulsión, cuando aún merodeaba en los suburbios del paraíso, es creer que el reír no nace sólo de la alegría sino, también, del dolor que exorciza. Así cree entenderlo Vidales”.

Y seguimos coincidiendo. Esta vez nos conjuga, en la página 26, la mención e ideas de Aldo Pellegrini cuando escribe: “hay un signo inmediato que revela a la verdadera poesía: provoca la irritación y el encono de los mediocres”. Y añade Roca: “es su visión del humor que subyace en la tragedia lo que lo hace subversivo”. El humorismo de Vidales en Suenan timbres es, por supuesto, de tipo subversivo. No olvidemos que Luis Vidales era doblemente subversivo: como hombre político por su militancia comunista y como poeta por esa rebeldía retórica y sustancial que buscaba nuevas formas y nuevos fondos.

Así, me queda muy difícil coincidir con Isaías Peña, quien dejó sentado en su texto, el que tengo entre las páginas 275 y 280 de la quinta edición de Suenan timbres, en la página 276, lo que sigue:

“Llegó a Bogotá y la descubrió en el estupor y la mágica alegría de quien va por primera vez al circo. Nada de atardeceres y arreboles; nada de cuitas trasnochadas; nada de jardines versallescos; nada de tristezas y lamentos. Sin afiliarse a ningún ismo, sin lanzar ningún manifiesto, creó su propia escuela para dar cuenta de su alegría”.

Como si la poesía de Luis Vidales fuese un canto ingenuo y unívoco al progreso científico, al avance tecnológico, al crecimiento de las ciudades..., a las transformaciones vertiginosas de inicios del siglo 20. Y no. En la poética de Vidales están los arreboles, el campo, las mujeres, la muerte, las angustias, los temores, los dolores... Todo lo que en poesía es y será siempre; con la diferencia en el tratamiento, en el despojarse de la solemnidad y el oropel retórico de los caducos, destacándose el sentido del humor que, como dije líneas arriba, no es chiste simplón de los actuales “Sábados Felices” sinó carajadas de domingos plácidos y desventurados. Toda esta hipótesis creo yo la corrobora Vidales con su “cuentoema” Los antípodas, donde nos invita a echar cuerda sobre “las situaciones de humorismo que nos arrancan leves sonrisas capaces de hacer amables las existencias, aun aquellas atenazadas por una desgracia”.

Ese humor de Vidales se amanceba con Los cantos de Maldoror, reconocida por Lucho la influencia de Isidore Ducasse en su temperamento poético, más notoriamente en ese otro “cuentoema”, El antipático, en el que lo macabro se combina con lo jocoso sin que lo uno le menoscabe a lo otro su propio espacio.

Si Vidales ve en Bogotá y la descubre “en el estupor y la mágica alegría de quien va por primera vez al circo”, dicho circo pronto le revelaría cierta hostilidad al poeta. Nos cuenta Vidales que se armó de una apariencia en la que el vestir, los ademanes y la actitud eran un conjunto dispuesto para enfrentar a la capital de Colombia. En el mismo sentido afirmó (páginas 197 y 198, segunda edición): “Mi poesía se hizo en pugilato con el público, en el sentido de que en ella debía resonar más el escándalo y el sensacionalismo a medida que éste se airaba más contra mí”.

Así, la primera edición de Suenan timbres fue un éxito de ventas, pero sólo por la curiosidad y el morbo de los compradores que querían ver, ahora sí como si fuesen a un circo, pero no más a ver una presentación de “fenómenos”, qué tan malo era ese libro tan mal referenciado por críticos y poetas de la anacrónica y sosa poesía “centenarista”. De Suenan timbres, de la poesía de Luis Vidales se decía que era “una poesía que no es poesía, que no es gramática, que no es prosa, que no es literatura en ningún sentido, que no es nada sino germanía” (página 201, segunda edición). Todo esto Vidales lo enfrentó con la dignidad de un sentido del humor que daba la vuelta a la arepa de sus detractores y a la vez hacía sus búsquedas en el envés del mundo.

Concluyo esta tesis doctoral en timbres con mi afirmación de que la poesía de este libro es tetradimensional. Sus tres dimensiones lógicas son: espacio, tiempo y movimiento. La cuarta dimensión, la ilógica, es la imaginación (“la loca de la casa”). En esta cuarta dimensión, la de la imaginación, residen el misterio, el humor y la irracionalidad de imágenes y eventos presentados en Suenan timbres. Es en esta dimensión donde se configuran el absurdo chocarrero y la chanza macabra, está también todo lo irónico que hace burla y escruta lo dado por sentado de las tres dimensiones lógicas.

Sí, Suenan timbres es un libro chistoso, y a la vez de pensamientos profundos, como lo son todos los grandes humoristas.




[1] Entrevistado por María Mercedes Carranza, este texto tuvo su primera aparición en la revista Nueva Frontera, No. 118, Bogotá, febrero de 1.977, págs. 24, 25 y 32.