domingo, 29 de marzo de 2015

A los lectores, escritores y lectores-escritores.

He terminado de leer la revista Latitud del diario El Heraldo (Barranquilla) del día de hoy (29 de marzo de 2.015). Casi no lo hago por esa presentación semejante a La Atalaya o Despertad; sin embargo, pudo más la curiosidad de lector.

A lo que voy es a esto: La palabra tiene poder, pero debemos desacralizarla, para no tragar entero. 

A esta conclusión, no nueva, por supuesto, llego luego de ver con qué salieron en esa revista: psicología de la felicidad, dios amoroso que nada exige sino que le creas y le sigas totalmente convencido "desde tu corazón". Al menos hizo contrapeso lo que concierne a la teoría de Viktor Frankl, y me entretuvo lo de la restauración en Pompeya.

En fin, Ramón Illán Bacca es un bizco que ve muy bien. Se tolera que el señor Grey se la haya introducido a su sobrina-nieta y muchas personas más, siempre que no se queden en ese tipo de lecturas, sino que avancen hacia obras más pulidas y profundas. Que no se queden en el "Todas mis amigas se la han leído, no podía quedarme sin saber el tema del momento", sino trascender al tema del momento, superarlo.

Una preocupación ha subido de un salto muchos escalones en la escalera de la incertidumbre, luego de leer esta divertida anécdota de Ramón Illán Bacca: ¡En Isabel López está mi pequeña biblioteca, mis libros expuestos al alcance de cualquier mano, y lo peor, hay varios que aún no he leído!

miércoles, 18 de marzo de 2015

Curioso y aterrador (Desayuno en Tiffany’s)


Aunque ya nos habíamos reunido para hablar de Desayuno en Tiffany's, ahorita veo algo que se nos pasó a todos: "Margaret Thatcher Fitzhue Wildwood. ¡Mag!" Según Wikipedia, esta novela corta fue estrenada (primera edición) por la editorial Random House en 1.958., mientras que Margaret Thatcher, la infame mujer que llegó a ocupar el cargo de Primer Ministro de Gran Bretaña (o Reino Unido, como sea), empezó a destacarse en la política en 1.959, año en que "ganó un escaño en la Cámara de los Comunes. Dos años más tarde fue nombrada secretaria de Estado para Asuntos Sociales, y luego ministra de Educación y Ciencia, durante el mandato del conservador Edward Heath." (http://www.biografiasyvidas.com/biografia/t/thatcher.htm). El cargo de Primer Ministro lo conquistó en 1.979. ¿No es curioso que Truman Capote haya usado ese nombre? ¿O será que la conocida "Dama de Hierro" se identificó tanto con Mag que buscó un marido con apellido Thatcher. Fijémonos en este detalle: el nombre de soltera de esta figura cimera de la política neoliberal era Margaret Hilda Roberts, y se cambió al de Margaret Thatcher al casarse con Denis Thatcher, de quien no diré más porque no nos interesa, que se quede a la sombra de su esposa, como siempre fue.

¿Acaso se trata de una enrevesada profecía que ni el mismo Capote pudo entender? Mag:, cuerpo grandote, duro = Thatcher: dama de hierro. Mag: capaz de enfrentarse a golpes contra los hombres = Thatcher: capaz de enfrentarse, como a golpes, en la política, contra otros hombres (y países). Mag: una modelo = Thatcher: para mucho(a)s un modelo a seguir. Y paro de contar. No sé... Quizás sí estaba biche.

Y para reafirmar esa impresión que tuvimos Joaco y yo de que el narrador es homosexual, encontré esto mientras estaba en el intento de conocer cuándo fue la primera vez que se publicó esta novela: "b) El narrador y protagonista del cuento raramente podría enamorarse de una mujer (Marilyn, Audrey, o la que ustedes se imaginen), cuando los críticos han coincidido en ver en él una suerte de segundo Truman Capote, homosexual reconocido para los que no sepan." http://unlibroaldia.blogspot.com/…/truman-capote-desayuno-e…

Compañeros, compañeras del Clan de Lectura Crítica de la Biblioteca Piloto del Caribe y público en general; así concluye mi intervención sobre los ovnis avistados desde las playas de Salgar, y no lo olviden, "La verdad está ahí afuera." Muchas gracias.

martes, 17 de marzo de 2015

Breves consideraciones sobre el arte literario y el oficio del escritor




Sesión 14 de marzo de 2.015.
Taller Literario José Félix Fuenmayor.

Como no he visto aún otra entrada en el blog, me he decidido a hacerla yo.

El pasado sábado, 14 de marzo del año 2.015 del calendario gregoriano, volvió la mula al trigo, vuelve la perra y jala el cuero (si hubiese tomado estas perlas para el ejercicio que se explica en la entrada anterior, habría escrito que...), volvió el aire acondicionado a recibirnos con su frívola cháchara a la que nadie le presta atención pero que todos tenemos que soportar (ya es hora, Comfamiliar, lean entre líneas).

Antonio Silvera, bosquejó esta sesión en un mensaje vía correo electrónico, de la siguiente manera: “Remataremos el tema de la palabra como material de la literatura e iniciaremos el de lectura y escritura. Recuerden que hay una tarea.” Como no había asistido el sábado anterior, no sabía cuál era la tarea. ¡Póngale cero!, diría El Chavo.

La reunión versó más que todo sobre lo anunciado por Silvera. En primer lugar, éste exponía ante nosotros la importancia de conocer las palabras, de su buen uso. Recalcó la necedad de pensar que la literatura sólo es buscar palabras que suenen bonitas, que hay palabras, por poner un ejemplo, poéticas y palabras que no lo son. Todas las palabras valen, sólo hay que saber combinarlas de manera que den como resultado un texto con valor estético y semántico que lo eleve a la categoría de artístico, es decir, un texto literario. Se puede escribir bien, de acuerdo a las normas gramaticales, y será un buen texto empero no necesariamente un texto artístico; así como es posible escribir faltando en cierto grado a la gramática y, sin embargo, lograr un sorprendente cuento, un poema exquisito, una novela poderosa. Rememoró la frase de Marcel Proust (creo) que dice, más o menos: "Un escritor mediocre se conoce porque escribe excesivamente mal o excesivamente bien." Si no es así, corríjanme ustedes.

Ya no recuerdo bien el orden, si esto es lo segundo o lo primero. ¡Qué importa el orden!, diré que como segundo tema a tratar, conversamos sobre la importancia de escribir más allá de lo meramente íntimo y que sólo preocuparía al autor, trascender a sí mismo para poder comunicarse con los lectores, hacer que se sientan interesados, identificados con lo que se presenta en un texto literario. Hubo participaciones al respecto de varios integrantes del Taller donde se expusieron opiniones más o menos de acuerdo.

Otro filón al que se le metió la pica fue la metaliteratura y la vida misma. El “eterno retorno” a los mismos temas, que conlleva a que una obra literaria tenga rastros de otras, explícita o implícitamente. En comunión con este punto, un aspecto de la literatura que hizo parte de la charla fue el de las herramientas utilizadas por los autores, que son limitadas, lo mismo que los temas, e igualmente con antecedentes que tocan los orígenes de este arte. Recursos literarios como las metáforas, las volteretas sintácticas, las estructuras narrativas, et caetera, ya están inventados, y la esencia humana representada en sus emociones y sentimientos ha permanecido intacta. El reto de los autores es conseguir, con los mismos temas y recursos, dar una “vuelta de tuerca”, reinterpretar lo vivido y escrito y poner un sello distintivo a su obra. A propósito de reinterpretaciones, una vez más Kavafis fue uno de nuestros invitados de honor. Dos poemas de él (Troyanos e Ítaca) vibraron en el aula, a despecho del señor aire acondicionado. Sin proponérmelo, más tarde, en mi cubil, encontré este poema en una revista que me habían regalado ese mismo sábado (todo se conecta, tanto en la vida como en la literatura):

La otra Ítaca

Siempre se ha dicho
el camino es largo
Para arribar a tal o cual Ítaca
hay obstáculos
extravíos
y pocos atajos
Se necesita de algo más que ardentía
y arrojo
Y se dice también
que al final de la dura jornada
espera a cada uno el trofeo:
la paciencia es hermosura
después de la niebla hay sol
sacrificio añade sabiduría
Pero sé de tesoros jamás encontrados
por los que el hombre ha quedado
en la intemperie
Si no es la dicha el mismo camino
si no es cada paso el puerto
no lo emprendas
No siempre se nos espera
no todos llegamos a tiempo
______________________________
Robinson Quintero Ossa

Considero pertinente incluir en esta bitácora, y por eso se tendrá como coautora (aunque no le haya pedido permiso), lo publicado por nuestra compañera Claudia Lamas en el féizbuk del Taller:

“En estos autores se encuentra otro de los aspectos que más me importa subrayar en los talleres: la sensibilidad. Porque todo buen cuento debe tocar alguna fibra íntima en el lector. Necesariamente. Por eso un buen cuento no es el que surge de las puras ganas del autor, ni es el que deviene de un intento catártico. Un buen cuento es el que nace sencillamente de la inevitabilidad de que ese cuento exista. Es decir: se escribe porque no se puede dejar de escribir. Es como si el cuento viniera empujando desde a dentro del autor, abriéndose paso a pesar de todas las resistencias que uno tenga, y de alguna manera explota en las páginas que lo contienen. El destino de un cuento, como si fuera una flecha, es producir un impacto en el lector. Cuanto más cerca del corazón del lector se clave, mejor será el cuento. Para lograr ese efecto, el texto debe ser sensible: debe tener la capacidad de mostrar un mundo, de ser un espejo en el que el lector vea y se vea. Esto es lo que se llama identificación (el lector piensa que le pasó o le podría pasar lo mismo) y eso le creará una empatía, una solidaridad con lo contado, que hará que el cuento se le torne inolvidable. Esta identificación sólo se logra por medio de la sensibilidad del lector, tocada por el texto. Es lo que podríamos llamar el alma del cuento, que es un alma viva, que emite sonidos, titila, respira. Esa respiración, en los grandes cuentos, será eterna, y ese cuento será clásico sólo en la medida que las diferentes generaciones y culturas lo acepten, reinventen y repitan.” Del libro “Así se escribe un cuento” de Mempo Giardinelli.

Dicho todo lo anterior, la tarea que desconocía era escribir, con las mismas palabras de algún poema, cambiando su orden, otro poema. Lluvia, de Juan Gelman, y Poema No. XV (Me gusta cuando callas...), de Pablo Neruda, fueron los más revolcados.

Para terminar, quiero compartir con ustedes un escrito titulado ¿Por qué al escritor le resulta más difícil escribir que a otras personas? Lo encuentran siguiendo este enlace: https://enlenguapropia.wordpress.com/2014/06/03/por-que-al-escritor-le-resulta-mas-dificil-escribir-que-a-otras-personas/



martes, 10 de marzo de 2015

La conjura de los necios… editores

Querido John Kennedy Toole:

 “Los libros son hijos inmortales que
desafían a sus progenitores.”  
                      Platón.


Tendría que investigar, cavar más hondo en esta particular historia real y por lo tanto hasta donde sé, absurda.

Dicen que por lo general los artistas tienen egos elevados, ¡pero hay que ver cuán soberbios llegan a ser muchos editores! El epígrafe con que inicia La conjura de los necios bien puede aplicársele al caso de John Kennedy Toole y sus intentos frustrados de publicar su libro, puesto que no halló más que editores que actuaron como palos atravesados en su rueda, en especial el señor Robert Gottlieb, editor de Simon and Schuster, quien mantuvo un juego de el gato y el ratón con el genial autor.

Quizás todos esos editores que sin siquiera pestañear rechazaron La conjura de los necios, y más el señor Gottlieb, quien mantuvo a Toole angustiado como un náufrago, porque daba a entender que le interesaba la obra pero al parecer de él, le faltaba algo así como…, ¿qué sería… sustancia, razón de ser, una justificación…?, ¡qué sé yo!, tenían motivos más oscuros que el interior de el Noche de Alegría.

Conjeturo que de entre aquellos directores editoriales, hubo quienes no soportaron el reflujo gástrico que les produjo el doctor Talc; pudo ser que el viejo Robichaux fue una carga muy pesada para sus hombros, y más aún cuando la activista de todas las causas antisistema, por demás de origen judío (y muy cuestionada por Gottlieb), la señorita Minkoff, manifiesta que se necesita un sistema tripartita; es probable que no hayan considerado decente y de buen gusto que el “sueño americano” se viera empañado, como si se le hubiera infiltrado una de las nubes grises de Jones, por las lúgubres historias de inmigrantes de Santa e Irene; pudo ser, incluso, que el Movimiento por la Paz les provocó sarpullidos hasta en sus válvulas pilóricas. En fin, que tal parodia era impublicable porque hería (sigo suponiendo, según esos editores) el orgullo estadounidense, su “american life style”, sus bases democráticas, la carrera armamentista (todo esto dentro del contexto histórico-espacial) o algo muy íntimo en cada uno de ellos.

Pero el genio de Nueva Orleans fue más allá: no sólo retrató con pinceladas grotescamente cómicas su época y su país, sino que puso sobre la mesa la absurda tragicomedia de nuestra existencia, la del ser humano, y hasta la de todo lo divino.

¡Ja! Esta gran novela lanzó un conjuro tan potente que los palos de esos necios hoy sólo son cenizas que yacen frías debajo de la rueda que Fortuna por fin hace girar para Ignatius, a favor.

Nota sentimental: He encontrado varios pasajes de la novela que se ajustan perfectamente a la contemporaneidad colombiana, en especial la política. La conjura no deja de ser actual. Es universal.



Domingo José Bolívar Peralta
5 de junio de 2.014

A pesar de todo




Casi me caigo de la silla. Me empujó el Diablo o fue mi estrella podrida, cuyas radiaciones huelen a rata muerta, que había decidido tal destino (que cayera), contra el cual lucho y por eso, por eso, es que casi caigo de la silla. Si hubiese caído de la silla, estaría llorando, queriendo abrir un hueco en el piso a punta de puñetazos, mordiéndome la lengua para no gritar que mi nombre está maldito y evidenciando la oscura aura que envuelve mi existencia. No me caí de la silla, pero estuve a punto. Pude evitar que mi nariz se aplastara contra el suelo y que mis mocos verdes se confundieran con mi sangre roja. La silla no es un lugar estable, mi cuerpo es un temblor constante y el vértigo pone patas arriba este cerebro que resiste a sus ataques, a pesar de todo.
Resisto, resisto, resisto, resisto, resisto; una y otra vez, contra todo, contra mí, a mi lado, de mi lado. Por mí y por todo lo que significo: la "x" en la ecuación de la vida, la "y" en la ecuación de la muerte; lo que sea. Rebeldía, terquedad sin oficio ni beneficio, masoquismo; ¡qué importa! ¡No caeré de la silla ni aunque la silla lo intente con sus jodidas patas! Y sonrío, un triunfo. La mosca que se espantó cuando casi caigo también lo sabe; ella me miró y asintió, confirmó que no caí, que me sostuve cuando todo anunciaba, cuando los designios de mi estrella sucia lo revelaron en el excrementicio cielo a los profetas burlones. No caí.

Domingo José Bolívar Peralta.
1 de octubre de 2013 a las 17:54 

Disquisiciones trasnochadas con la Aurora


Mi residencia es una habitación que está en el patio de una pensión. Otras personas tienen también habitaciones en ese patio. Una noche salí de mi cuchitril a orinar, pues el baño es compartido. En eso me topé, ya casi llegando al cuarto donde nos quitamos de la piel la fastidiosa película de grasa, sudor y cutre y dejamos nuestros desechos fisiológicos, con una de las chicas que está pensionada, quien salía de él. Cuando me vio, sin observarme, se paralizó por un instante, con el semblante rígido; luego se relajó y sonrió. «Me asustaste», me dijo. «Disculpa», respondí, dejando escapar una bocanada de humo. Entonces me di cuenta que su susto también tenía que ver con el cilindro que tenía en la boca, y le dije: «tranquila, el hecho de que fume marihuana no significa que te vaya a violar». Hay que ver que ganas de agarrarle esas tetotas no me faltaron. Estaba vestida con una bata de dormir, blanca, que dejaba traslucir un poco sus pezones oscuros y le tapaba apenitas hasta donde terminan las nalgas y empiezan las piernas. Ella volvió a sonreír, dio media vuelta y volvió al baño. Como que no había orinado bien por el miedo. Eran más de las dos de la madrugada. Demoró lo que tenía que demorar; mientras, yo me senté en una piedra grande que había por ahí, cerca del baño. Alcancé a dar tres chupadas más a mi porrito hasta cuando ella salió. Se acercó a mí, un tanto precavida.

–Eres un marihuanero decente.

Ni los demás inquilinos ni la dueña del caserón y sus dos hijos mantenidos, se percataron de este encuentro a deshoras. Mis entradas y salidas del lugar no cuadraban con las de esta chica nocturna. Casi nunca la veía. A veces los domingos, cuando ambos nos tomábamos un descanso de nuestros respectivos trabajos, fugazmente nos cruzábamos en la pensión durante el día, pero no hablábamos. Aquí todos nos encerramos en nuestras habitaciones y casi no tratamos con los demás. Esa noche no pasó así.

–Quizás se deba a que no pretendo ir al Cielo echándole la culpa a la marihuana.

–¿Cómo así? –Preguntó intrigada, mientras yo me levantaba de la piedra. Tenía ganas de ir a orinar, y mi pinga se estaba parando más por las ganas de ir a orinar que por haber visto esas piernotas desde los pies hasta los muslos.

–Explícame eso –. Me dijo de nuevo, cuando ya estaba yo en pie.

–¿Cómo te lo digo...? Es que yo creo que gran parte de los prejuicios que existen contra la marihuana, la cocaína y otras sustancias que llaman drogas ilícitas, se debe también al cristianismo.

La muchacha arqueó sus bien delineadas cejas y cambió el peso de su cuerpo de una pierna (¡uf, qué piernas!) a otra, sorprendida por estas palabras.

–Ajá –masculló, y entonces seguí.

–Lo que pasa es que la gente vive con temor al Infierno y desea, a como salga, ir al Cielo. La mayoría de los consumidores de droga en occidente creen en el Cielo y el Infierno. Y hay algo más: la mayoría de las personas no aceptan que todo el mal que hagan procede de su naturaleza y buscan un chivo expiatorio para todos sus “pecados”.

–Espera, deja sentarme.

La tomé de la mano para que se sostuviera. Mientras se agachaba abrió las piernas un poco y (cuando pasan esas cosas uno pretende no mirar, pero el ojo es malo y mira: tanga blanca, con encajes) posó su magnífico culo en la piedra.

–No te quedes ahí parado, –dijo, haciendo énfasis en la palabra parado, mientras señaló con una mano, palmoteando suavecito el piso, que me sentara a su lado –pero si tienes muchas ganas de ir al baño ve y aquí te espero. –No sé si lo dijo porque se dio cuenta que tenía la verga a punto de romper la pantaloneta, aún cuando trataba de ocultarlo poniendo mis brazos al frente y arqueando un poco el cuerpo, o si de pronto fue por esa posición tan rara, que me dijo eso. Total, fui y meé. Cuando salí del baño me sonrió otra vez. Ya me estaba enamorando.

–Sigue contándome, me parece interesante todo lo que estás diciendo. Te estás metiendo con la fe en Dios, con la religión, pero suenas muy convencido de lo que dices.

Le sonreí (por primera vez) y me senté a su lado, aunque para qué mentir, me hubiera gustado más hacerlo frente a ella. En ese momento ya era obvio que la erección no era sólo por las ganas de orinar.

–Eh... ¿Por dónde iba?

–Chivo expiatorio.

–¡Ah, sí! Lo que pasa es que mucha gente jodida usa las drogas para echarles luego la culpa de si roban, violan, matan, etcétera. Por ejemplo, este porro de marihuana, que ya se apagó, sería la encarnación, o más bien la enhierbación...

Ella rió bajito y celebró la ocurrencia de “enhierbación”.

»del Diablo. No asumen su naturaleza propensa al crimen sino que le endilgan todo el mal que hacen a la influencia del Diablo, en este caso representado en las drogas. Y la “gente de bien” piensa igual. Es como que la antítesis de la eucaristía, donde la sangre y el cuerpo de Cristo son el vino y la ostia; pues la sangre del “Opositor” es la sangre mezclada del heroinómano y el cuerpo una pastilla de éxtasis.

»Pero no es cierto nada de eso. Las drogas no te convierten en una mala persona, es que tú eres una mala persona. Pero como yo no lo soy, no tanto, puedo fumar un poco de marihuana y charlar contigo a estas horas de la madrugada, aún cuando estés muy provocativa con esa batica, sin hacerte daño.

Ella rió otra vez. Miró su reloj de pulso y dijo: –ya es tarde.

–¿Para qué?, –repuse yo. –Podría también ser muy temprano.

La chica me miró a los ojos unos cuantos segundos y me besó la mejilla.

–Otro día, o noche, seguimos hablando. ¿Cómo te llamas?

–Ariel.

–Yo soy Aurora.

Se levantó, apoyándose en mi hombro, y se fue a su pieza, a dormir. Yo la seguí hasta llegar a mi puerta. Abrí y antes de cerrar esperé a que ella cerrara.


Domingo José Bolívar Peralta.
15/11/2013 04:18 a.m.