Terrible.
Se podría decir que excesivo. No, es la ficción tratando de calcar
la realidad. ‘Los ejércitos’, la laureada novela de Evelio
Rosero, hunde su prosa lírica en los abismos de esta otra
Violencia colombiana,
a mi juicio continuación de La
Violencia partidista
que derramó en los campos tanta sangre bajo las consignas “¡Viva
el Partido Conservador!”, “¡Viva el Partido Liberal!” Esta
otra
Violencia,
la
que William Ospina, para hacer la diferenciación histórica de
aquella
Violencia,
y haciendo uso de un término manido en los medios de comunicación,
ha denominado con acierto “El Conflicto”, pues en ésta no se
trata ya de una confrontación sangrienta entre los partidos
políticos tradicionales (también continuación de esa
Violencia
que heredamos cuando los criollos, sacudidos de la dominación
española, iniciaron una senda de enfrentamientos bélicos en defensa
de sus idearios políticos: que si federales o centralistas…) sino
entre las Fuerzas Armadas del Estado y los grupos guerrilleros que
han pretendido instaurar un nuevo marco político y social.
Sin
embargo, en ‘Los ejércitos’, como en nuestra terrible historia
reciente (casi todas las etapas históricas de esta Nación han sido
terribles), no sólo son dos las fuerzas que se enfrentan
violentamente por el poder, el control de un territorio; además de
los ejércitos del Estado y las guerrillas, están presentes los
ejércitos paramilitares y del narcotráfico, de ahí que el
protagonista de la obra, el profesor Ismael Pasos tienda a no
distinguir qué grupo está atacando, pues todos actúan con la misma
fiereza y aplastan el sosiego de la población civil. Y para colmo,
esta violencia, tan arraigada ya en el núcleo mismo de la Nación,
genera constantemente esas otras
guerras
particulares entre vecinos, también sangrientas.
Sería
indigerible la novela si Rosero no hubiera tenido la brillante idea
de contar toda esta violencia a través de un personaje como el
profesor Pasos. El anciano voyerista posee un humor negro que logra
hacer sonreír al lector a pesar de estar transitando por infiernos
que hieren la sensibilidad. Su mirada crítica y autocrítica hace
uso de la ironía para penetrar el absurdo drama humano, en especial
la tragicomedia de los colombianos. Tal vez Rosero nos esté dando
una clave de lo que ha sostenido a lo largo de los siglos a esta
sufrida Nación: quizás el humor y cierta esperanza –como la del
profesor Pasos y otros personajes de poder reunirse con sus
“desaparecidos”– sea lo que ha dado al colombiano su capacidad
de resistir tanta ignominia.
Otro
factor importante que nos mantiene en la lectura de la novela son sus
pinceladas poéticas. La belleza del lenguaje aún cuando se narran
hechos atroces. No es sensiblero Rosero, ni tampoco frivoliza lo
oprobioso; mantiene las dosis adecuadas de comedia, tragedia y
estética del lenguaje. ‘Los ejércitos’ me recuerda ‘El
campesino embejucao’, una canción bambuco
guasca de Óscar Humberto Gómez Gómez, en la que un campesino
santandereano expresa su rabia porque ninguno de “los ejércitos”
que transitan por su vereda lo dejan tranquilo.
Gabriel
García Márquez había expresado su inconformidad con la novela
colombiana que
se ocupaba del
período de La
Violencia,
diciendo que sólo se trataba de un “inventario de muertos”. Lo
decía porque consideraba que esas novelas sólo se dedicaban, sin
mucho oficio estético, a relatar las
atrocidades de la guerra bipartidista. Que en ellas, en fin, no se
encontraba el oficio de un artista sino el de un contabilista. No se
puede decir esto mismo de la novela de Rosero.
‘Los
ejércitos’ no esconde la crudeza de El
Conflicto:
la expone. Diría que es una novela que, guardadas las proporciones y
sin obviar las diferencias, tiene semejanza con ‘La vorágine’
por acercarse a realidades violentas, históricas, de nuestro país,
pero
con el tacto y la agudeza que confiere la poesía.
Domingo
José Bolívar Peralta.
24
de julio de 2.017.