lunes, 24 de julio de 2017

No es otro simple inventario de muertos

Terrible. Se podría decir que excesivo. No, es la ficción tratando de calcar la realidad. ‘Los ejércitos’, la laureada novela de Evelio Rosero, hunde su prosa lírica en los abismos de esta otra Violencia colombiana, a mi juicio continuación de La Violencia partidista que derramó en los campos tanta sangre bajo las consignas “¡Viva el Partido Conservador!”, “¡Viva el Partido Liberal!” Esta otra Violencia, la que William Ospina, para hacer la diferenciación histórica de aquella Violencia, y haciendo uso de un término manido en los medios de comunicación, ha denominado con acierto “El Conflicto”, pues en ésta no se trata ya de una confrontación sangrienta entre los partidos políticos tradicionales (también continuación de esa Violencia que heredamos cuando los criollos, sacudidos de la dominación española, iniciaron una senda de enfrentamientos bélicos en defensa de sus idearios políticos: que si federales o centralistas…) sino entre las Fuerzas Armadas del Estado y los grupos guerrilleros que han pretendido instaurar un nuevo marco político y social.

Sin embargo, en ‘Los ejércitos’, como en nuestra terrible historia reciente (casi todas las etapas históricas de esta Nación han sido terribles), no sólo son dos las fuerzas que se enfrentan violentamente por el poder, el control de un territorio; además de los ejércitos del Estado y las guerrillas, están presentes los ejércitos paramilitares y del narcotráfico, de ahí que el protagonista de la obra, el profesor Ismael Pasos tienda a no distinguir qué grupo está atacando, pues todos actúan con la misma fiereza y aplastan el sosiego de la población civil. Y para colmo, esta violencia, tan arraigada ya en el núcleo mismo de la Nación, genera constantemente esas otras guerras particulares entre vecinos, también sangrientas.

Sería indigerible la novela si Rosero no hubiera tenido la brillante idea de contar toda esta violencia a través de un personaje como el profesor Pasos. El anciano voyerista posee un humor negro que logra hacer sonreír al lector a pesar de estar transitando por infiernos que hieren la sensibilidad. Su mirada crítica y autocrítica hace uso de la ironía para penetrar el absurdo drama humano, en especial la tragicomedia de los colombianos. Tal vez Rosero nos esté dando una clave de lo que ha sostenido a lo largo de los siglos a esta sufrida Nación: quizás el humor y cierta esperanza –como la del profesor Pasos y otros personajes de poder reunirse con sus “desaparecidos”– sea lo que ha dado al colombiano su capacidad de resistir tanta ignominia.

Otro factor importante que nos mantiene en la lectura de la novela son sus pinceladas poéticas. La belleza del lenguaje aún cuando se narran hechos atroces. No es sensiblero Rosero, ni tampoco frivoliza lo oprobioso; mantiene las dosis adecuadas de comedia, tragedia y estética del lenguaje. ‘Los ejércitos’ me recuerda ‘El campesino embejucao’, una canción bambuco guasca de Óscar Humberto Gómez Gómez, en la que un campesino santandereano expresa su rabia porque ninguno de “los ejércitos” que transitan por su vereda lo dejan tranquilo.

Gabriel García Márquez había expresado su inconformidad con la novela colombiana que se ocupaba del período de La Violencia, diciendo que sólo se trataba de un “inventario de muertos”. Lo decía porque consideraba que esas novelas sólo se dedicaban, sin mucho oficio estético, a relatar las atrocidades de la guerra bipartidista. Que en ellas, en fin, no se encontraba el oficio de un artista sino el de un contabilista. No se puede decir esto mismo de la novela de Rosero.

Los ejércitos’ no esconde la crudeza de El Conflicto: la expone. Diría que es una novela que, guardadas las proporciones y sin obviar las diferencias, tiene semejanza con ‘La vorágine’ por acercarse a realidades violentas, históricas, de nuestro país, pero con el tacto y la agudeza que confiere la poesía.

Domingo José Bolívar Peralta.
24 de julio de 2.017.

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