Cosme, como Isaac, nacido de
manera prodigiosa cuando sus padres estaban en una edad en la que el
coito, supuestamente, según los convencionalismos morales, ya no
debería practicarse en una pareja con recato, sino muy de vez en
cuando, porque ya se les acababa la capacidad de procrear, única
finalidad de la cópula.
Cosme, producto de una chanza del
doctor Patagato sumado al indeclinable deseo de Ramona de tener un
hijo y a su, a mi parecer, bien disimulado apetito sexual. Y veamos
que a Cosme el prodigio le viene desde antes de nacer; no más con
ser hijo de Ramona, una mujer con un talento inigualable para la
comunicación: hablaba muy poco, pero se expresaba con total claridad
por medio de sonrisas. Las sonrisas le bastaban para hacer incluso
preguntas, las cuales eran al punto respondidas, de manera verbal,
por los demás. Esta cualidad de doña Ramona es un antecedente de lo
que desarrollaría más adelante Gabriel García Márquez y sería
denominado “realismo mágico”. El viejo Fuenmayor es, entonces,
un precursor, un verdadero maestro.
Y se atreve José Félix
Fuenmayor en un capítulo, a hacer un atisbo de lo que él ha
titulado “Prehumanidad, prehistoria y primitiva miseria de Cosme”.
Esta síntesis de los orígenes, de los primeros meses y años de
vida de Cosme son complementados con dos capítulos más: “Cosme,
bestia” y “Cosme, ángel”, en los que de alguna manera engloba
las etapas de la historia natural, las etapas del desarrollo de todos
los seres vivos y las etapas del desarrollo de la criatura que devino
en ser humano, todo esto en el mismo desarrollo de Cosme.
Hay otro hecho que hace suponer
la influencia de José Félix Fuenmayor en Gabriel García Márquez,
y es la pulsión pedófila de la señorita Dora hacia Cosme, que como
efluvio imperceptible lleva a Cosme a sentir también una atracción
teleiofílica (¡vaya palabra me encontré!) hacia la señorita Dora.
Por si fuera poco, el viejo
Fuenmayor logra incluso tal grado de sofisticación en su prosa que
es capaz de lograr que parezca lenguaje llano, corriente, expresiones
de tipo eruditas y altamente intelectuales como son aquellas que
aparecen en las conversaciones filosóficas entre el médico
Patagato y el farmacéútico Damián. Asimismo se encuentra que el
léxico y los modos de expresión verbal de Cosme son muy cultos,
pero transmite el autor que son naturales a Cosme, conformes a su
educación y condición.
Es más, esta calidad de la prosa
de José Félix Fuenmayor nos presenta en el capítulo XXXIII,
titulado “Mientras tanto...”, una escena que bien puede llevarse
al cine en un cortometraje, ojalá una animación con excelente
técnica. Don Damián se encuentra ante una espeluznante marcha
macabra, de la cual intenta huir aterrorizado haciendo destrozos en
la habitación, y luego, obedeciendo a un gesto de La Muerte, coge un
frasco indemne “cuyo rótulo mostraba una calavera encima de dos
huesos cruzados” y se zampa su contenido. Los espasmos de su
agonía son presentados por el narrador como una lucha final de don
Damián contra La Muerte. Este capítulo es interesante en grado sumo
(¡oh, qué refinamiento el mío al hacer uso de expresiones tan
trilladas como esta de “en grado sumo”!) porque el viejo
Fuenmayor llega a ser tan ambiguo como Dante (no me maltraten por
estas analogías y afirmaciones mías, soy un “diversamente hábil”)
con su relato del Conde Ugolino; porque no puede decir uno si don
Damián tuvo una alucinación como consecuencia de su abuso etílico,
que lo condujo a acabar de una vez con su lento suicidio,
envenenándose, o si fue efectivamente la visita de La Muerte. Ojalá
tenga un lector que me coja la idea y lleve al cine esta escena.
Y he aquí una de esas geniales
ironías que el viejo Fuenmayor acostumbra en sus textos: Remo Lungo,
el escritor charlatán, interpreta una sonrisa de Cosme: “Su
sonrisa, caballero, joven, Cosme, a acompañarlo me invita, me señala
asiento y me ofrece vino. Todo en una sola chispa mímica. ¡Es
prodigioso!” Recordemos, la madre de Cosme, doña Ramona, sí se
comunicaba prodigiosamente con sonrisas; en este caso Remo Lungo sólo
está representando una comedia para embriagarse a costa de Cosme, y
en realidad la sonrisa de Cosme estaba muy lejos de todo lo que Remo
Lungo dijo que le había dicho, porque “Cosme sonrió,
inexpresivamente, con la imaginación embargada por la señorita
Tutú.”
En cuanto al propio Remo Lungo,
es el personaje del cuento que daría su nombre al libro de cuentos
publicado años después de la muerte de José Félix Fuenmayor, ‘La
muerte en la calle’, pero moralmente a la inversa. Sin embargo, a
favor de Remo Lungo se puede decir que el vino y las monedas
entregadas fueron justo pago por la clase particular de creación
literaria que impartió éste a Cosme, siendo su charlatenería sólo
un recurso para conseguir abastecerse de lo que su pobreza
(seguramente un hombre al margen de la vida productiva formal de la
economía) le negaba. Posiblemente sí era un escritor, pero el
paquete que hacía ver como su novela, terminada, tal vez fuese usado
para no poner en riesgo una verdadera novela, en proceso o terminada,
o qué sé yo, esto ya es pura imaginería, que nos lo permite
también el avezado José Félix.
Es una clase que nos da el viejo
Fuenmayor a los lectores, en especial a los aspirantes a escritores.
Una idea esencial que ha sabido transmitir el literato a través de
Remo Lungo es esta: “Escasean tanto las ideas en nuestro pobre
mundo, que la cosecha se recogió y se gastó de una vez en poco
tiempo”, complementando esta idea con: “Ni las biografías son
originales. Los hechos de un hombre, por singulares que parezcan,
tienen precedentes y repeticiones”, mas su claridad de pensamiento
resuelve: “Naturalmente, un puñado de elementos puede enredarse de
manera que surja de su barajamiento un viso extraño, una apariencia
nueva. 621 no es lo mismo que 126.” Y sale con una manifestación
que no debe pasar desapercibida por los críticos de literatura:
“Concreté, pues, mi deseo de originalidad, a la determinación de
apartar modos ajenos y salir adelante con los míos propios.” Estas
últimas palabras si, como se ha estudiado ampliamente, se examinan
sin perder de vista la producción literaria en Colombia hasta su
tiempo, son prueba de la voluntad de apartarse del rebaño. Esto se
manifiesta en el grado de diferenciación que establece José Félix
Fuenmayor respecto de lo conocido hasta entonces en cuanto a
literatura en Colombia. Sus obras, en especial su obra en prosa, de
la cual ésta, ‘Cosme’, se tiene por la primera novela urbana del
país, y la noveleta ‘Una triste aventura de 14 sabios’ como la
primera obra de ciencia ficción colombiana, demuestran que José
Félix Fuenmayor estaba a la vanguardia de las letras nacionales, y
su influencia sobre aquellos jóvenes del llamado “Grupo de
Barranquilla” no es un mito.
No puedo dejar pasar esta
oportunidad para denunciar la pésima edición del año 2.007, bajo
la batuta del Fondo Editorial del entonces Instituto Distrital de
Cultura y Turismo de Barranquilla. Esa edición es un crimen contra
la novela del viejo Fuenmayor, y debería haber un tipo penal que
castigue con severidad tales atrocidades.
Domingo José Bolívar Peralta
Septiembre de 2.017