“La crueldad es monopolio de quienes
poseen el sentido moral. Cuando un bruto inflige dolor, lo hace de un modo
inocente”, escribió en ‘El forastero misterioso’ Mark Twain.
Pero lastima, digo yo, por lo que
considero que no hay dios alguno del monoteísmo, politeísmo, panteísmo o
putiteísmo (ni vuestra Pacha Mama, excelentísimas majestades) que sea una
deidad benévola, amorosa y que nos cuide de manera especial. ¿Por qué habría de
haber dios alguno, me pregunto yo, que nos cuide de manera especial? Es por ello
que necesitamos de dioses que nos hicieran a su imagen y semejanza, me
respondo, para poder descargar en ellos nuestras culpas, las de nuestro
“sentido moral”, que es el pecado original de los creyentes morbosos del
monoteísmo bíblico, y servirnos de ellos, los dioses bienhechores, como
paliativos de nuestra razón, la conciencia, que nos restriega todas nuestras
inmundicias morales, moral por nosotros mismos inventada, tal como nos hemos
inventado seres malignos sobre los cuales nuestros dioses benefactores arrojan
toda la culpa de nuestras inmundicias morales, exculpándonos de ellas por
tratarse de la influencia de seres tan poderosos sobre criaturas tan débiles
como somos, expuestas al pulso superior entre los magnos representantes del
bien y los representantes del mal, siendo que curiosamente, en este balance de
fuerzas, bien y mal se acomodan a las necesidades e impulsos humanos, razón que
explica por qué nos matamos sin llegar a exterminarnos, pues necesitamos del
otro para sacar provecho de él, lo que explica a su vez la inmoralidad
recurrente del abuso de unos en perjuicio de otros, base de sistemas económicos
como el esclavista, el feudal y, no nos digamos mentiras, el sistema
capitalista.
Reinan, según parece, en este, el planeta
que habitamos (el único planeta que hemos podido habitar aún y quizás el único
que podamos habitar hasta nuestra extinción, salvo que unos cuantos, no sé si
se les podrá considerar afortunados, puedan habitar como colonos la Luna en el
corto plazo y quizás Marte u otro astro o megaestructura como la “Estrella de
la Muerte” después), reinan, digo, en este planeta y en el universo conocido,
la inocente cruel brutalidad, ¡inimputable!,
gritan en coro mis amistades jurídicas, desde los agujeros negros que
devoran estrellas hasta la araña que envuelve a sus presas en sus hermosos
hilos para chuparles la vida en vida; y también en nosotros, los humanos,
animales con “sentido moral”, los hay que carecen de éste (y en vez de cárcel
son remitidos a instituciones psiquiátricas). Sin embargo, no es esto lo peor;
lo más terrible es que, hasta el momento, con plena certidumbre, no conocemos
criaturas más crueles que los seres humanos (y sus creaciones más extrañas,
imaginarias, aclaro: los dioses), porque ninguna, hasta donde sabemos, excepto
nosotros, practica la crueldad teniendo por cierta la existencia del bien y el
mal y teniendo por norma que debemos practicar siempre el bien, siendo la
crueldad una de las manifestaciones del mal. Somos crueles hasta con compañeros
nuestros, que domesticamos para que convivieran con nosotros, como los gatos y
los perros, y, como no, lo somos con otros seres humanos, en especial aquellos
que han sido enjuiciados y condenados por ateos o antiteos, inmorales y
malignos, y también somos crueles con aquellos que menospreciamos o detestamos
por ser de “clase inferior” o tan sólo por ser “los otros”.
Y siento el hedor intenso de la farsa
metafísica humana y de las carroñas que se pudren en los abismos siderales,
cuando vuelvo a estos versos de Julio Flórez, poeta que no abandonaré por mucho
que me digan que es muy menor:
¡Dios mío!
¿Por qué hiciste, Señor ―oye mi queja―,
al tigre que, famélico, del risco
abrupto baja al sosegado aprisco
a hundir su garra en la apacible oveja?
¿Por qué, Señor, creaste la serpiente
que, oculta en un recodo del camino
hinca en el descuidado peregrino
su largo, agudo y venenoso diente?
¡Ah!, todo puede ser… Pero, ¡Dios mío!
¿por qué formaste al hombre, ese sombrío
ser más feroz que el tigre y la serpiente?
¡Cómo él junta al instinto de la fiera
la reflexión, sobre el planeta impera,
refina el mal y se hace omnipotente!
Retomo ‘El forastero misterioso’ de Mark
Twain para convenir que somos “[…] tal cual Satanás pensaba de nosotros, es
decir, que somos una raza idiota y trivial”. Crueles, idiotas y triviales. No
soy Satanás (hasta quisiera serlo, me digo mentalmente, en vez de ser este
pobre diablo encerrado en su dormitorio, ninguneado en la casa por pobre y por
diablo, es decir, por no estar generando ingresos monetarios para la casa y por
pensar y actuar distinto a su pensar y actuar de esa gente que me ningunea, y
encerrado en un pueblo con exceso de deficientes mentales congénitos o sociales
(que al tarado congénito se le excusa, es inimputable, mas no al tarado que llega
a tal condición por pereza mental y subordinación a la publicidad y mercadeo, a
todo aquel liderazgo espurio que le impone formas de pensar y actuar bajo los
rótulos de “moda”, “voluntad divina”, etcétera de cucarachas mentales),
subnormales, como diría Ignatius Reilly (a quien semejo, ya ven, también soy
cruel, ejerzo la crueldad), del que no puedo salir ya por falta de dinero y, en
estos momentos, sobre todo, por causa de un nuevo coronavirus, el covid-19, una
cosa microscópica en los límites entre lo que se considera y no se considera un
ser viviente, cosa que no tendría sobre el majestuoso Satanás repercusión
alguna, pero sí nos tiene a los fatuos humanos, criaturas predilectas de los
dioses, encuarentenados, demostrándose una vez más que como especie somos la
conciencia apuntando su dedo acusador sobre su propia insensatez),
infortunadamente, tal vez; pues si fuera Satanás estaría por encima de toda
esta humanidad a la que pertenezco y que me decepciona hondamente.
Esta decepción humana mía procede de ir de
la mano de Friedrich Nietzsche, como Dante de la mano de Virgilio, recorriendo
“con una cautela sombría el manicomio de milenios enteros”. Sólo que a
diferencia de Nietzsche, quien en ‘El anticristiano’ arremete contra esta
contradictoria rama ramificada del monoteísmo bíblico, para mí el manicomio es
mucho más aún; es toda la farsa humana, la incongruencia entre los valores que
predica y la violación de tales valores al actuar. Más lejos voy por los
pasillos de este manicomio, me interno más adentro en sus estancias; para mí el
problema está en el contrasentido que representa la idiotez y la trivialidad
del ser pensante que detesta pensar, cosa que el Satanás de Twain enseña y por
la cual desdeña el valor del ser humano.
Luego viene el golpe más fuerte, aquel con
el que este Satanás me ha derribado haciéndome sangrar la boca. Pedro Calderón
de la Barca hizo razonar a Segismundo:
“Decir que es sueño es engaño;
bien sé que despierto estoy.
¿Yo Segismundo no soy?
Dadme, cielos, desengaño.”
Más adelante dirá el príncipe:
“Cielos, si es verdad que sueño,
suspendedme la memoria
que no es posible que quepan
en un sueño tantas cosas.
¡Válgame Dios, quién supiera,
o saber salir de todas,
o no pensar en ninguna!”
Pocos versos después:
“[¿…] Luego, fue verdad, no sueño;
y si fue verdad ―que es otra
confusión y no menor―
cómo
mi vida le nombra
sueño? […]”
Y en otro libro, ‘El kybalion’, se
proponen ciertas ideas entre las cuales la primera y quizás más importante es
la que dice: “El TODO es Mente; el universo es mental”, explicando que todo
aquello que percibimos es producto de una “realidad sustancial detrás de todas
las manifestaciones y apariencias que conocemos bajo los nombres de «universo
material», «fenómenos de la vida», «materia», «energía», etc., y en una
palabra, todo cuanto es sensible a nuestros sentidos materiales, es espíritu,
quien en sí mismo es incognoscible e indefinible, pero que puede ser
considerado como una mente infinita, universal y viviente. Explica también que
todo el mundo fenomenal o universo es una creación mental del TODO en cuya
mente vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.”
Hago referencia a estos dos libros porque
el final de ‘El forastero misterioso’ sorprende.
¡La que has revelado, qué horrible verdad,
Satanás, despiadado crítico interior, conciencia en la cual el sentido moral
viene despojado de mentiras consoladoras y trampas evasoras de sí mismo! ¡Yo,
que como yo soy apenas una entelequia de mí mismo, que mi existencia, tras
todos los velos de apariencia que es el universo físico considerado real, es
sólo “un pensamiento nómada, inútil, sin hogar propio, que vagabundea
desamparado por el vacío de las eternidades”, soy ese dios superior detrás del
dios creador, y toda esta tropelía no es más que invención mía, incluyéndome,
dios encarnado, oscuramente autoengañado de ser carne, carne que es ilusión y
yo ficción en la ficción humana en un universo falso! ¡Soy responsable de todo
el dolor y el horror que me golpea, de todo el dolor y el horror que abunda en
este inexistente universo! ¡Soy un pensamiento sadomasoquista artífice de un
universo horrendo! ¡Y gracias a este Satanás, otra ficción, que representa a mi
conciencia, a mi sentido moral, más ficción, me estoy recriminando todo lo que
como pensamiento he creado, estoy creando!
¡Estoy cagado de terror si todo esto es
cierto!
¡Pero qué tonto pensar! Si todo es falso,
sin sentido que no existe, pesadilla sin consecuencias, el dolor y el horror
que se imponen en este mundo quimérico tampoco existen; ergo, nada sufre, salvo
lo único que sí es: el pensamiento apesadumbrado que está imaginando ahora que
su alter ego humano está escribiendo estas líneas.
Yo no soy Satanás, pero si he pensado y
creado a este Satanás mediante la ficción de un libro llamado ‘El forastero
misterioso’, escrito por un literato ficticio llamado Mark Twain, es porque no
me he creído la mentira en la que me he ocultado. Sin duda, este Satanás ha
estado apareciendo en mí dentro de esta ficción humana que me he inventado para
mí (si es verdad que la vida humana y este universo físico es un sueño, una
ilusión) de diversas formas: la cachetada de una tía porque cierta vez no quise
ir a misa, el gusto que me causó “Sympathy for the Devil” desde que la oí por
primera vez aun sin saber qué decía Jagger, el libro de Anton LaVey… Porque
para mí Satanás no representa el mal; es el rebelde con causa y es la verdad
incómoda, el conocimiento oculto y, en últimas, la libertad.
Domingo José Bolívar Peralta
6 de abril del año 2.020, calendario
gregoriano.
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