sábado, 2 de mayo de 2015

Presagios

No pocas veces
ni tampoco muchas,
saco del bolsillo mi navaja
y sonrío en la penumbra.
—Casandra, no me dejas ver la tele.

A la calle. Hay otros ojos.
Duelen menos porque saben que no existes
y no lo disimulan.

Saco de nuevo mi navaja
ante un montón de sonrisas fluorescentes
y con ella hago un dibujo.
Es un Pollock de tiempos fantaseados
en los que éramos felices.
—Quizás tú si lo fuiste.

Chorrea sobre las relucientes baldosas.
Me doy cuenta que las baldosas son un espejo
para mirarle el culo a las que vienen con minifalda.
—¡Cuenta más, Criswell, cuenta!

Recuesto mi cabeza en la mórbida penumbra.
Alguien dice que vio las señales
en las piedras pintadas del patio.
—Miente.
Miente, pero le creen del mismo modo
en que creemos en los dioses
o en los presentadores de las noticias de la tele.

—Tu dibujo está dibujando en el piso un feo charco.

Los que no me veían no quieren verme
ni saber nada de tu dibujo.
De nuevo a la calle.

Se encuentra con su doppelgänger en la esquina.
Te das un beso y sonríes.
Otra vez la navaja.

—Ahora sabes que soy invidente.
—Ahora sé que no soy un vidente.

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