martes, 12 de julio de 2016

Todo cambio sigue igual

Ese 26 de abril de 1.986 estaba yo en el lugar que aún hoy es “mi casa”, el hogar donde me criaron (todavía). Recién había cumplido los 8 años hace un mes y cinco días antes. Me recuerdo en la sala de la casa, jugando con mis muñequitos. En la televisión el noticiero, algo grave pasaba al otro lado del mundo. La verdad, no recuerdo mucho, no era conmigo. Recuerdo un poco las expresiones en los rostros de algunos, en la casa; no recuerdo qué decían. O quizá me lo estoy inventando y en aquella época Chernóbil era una palabra que “ni me va ni me viene”, como lo ha sido toda mi vida; algo de otra parte, que no incide directamente en mi diario vivir (o malvivir).

Eran los tiempos de la guerra fría, cuando lo de Chernóbil. Cuando hubo el terremoto en Haití, oí a mucha gente decir que se lo merecían porque ese es un país de brujos, enemigos de “ese dios”, etcétera. Supongo que algo similar debió decirse por estos lares subdesarrollados y con el cerebro lavado por la propaganda anticomunista (como por allá la por la propaganda anticapitalista) cuando sucedió el desastre.

¿Qué hemos aprendido treinta años después de la explosión del reactor del cuarto bloque de la central de energía nuclear de Chernóbil? Soy de semejante parecer al de algunas de esas voces que se escuchan en el libro de Svetlana Alexiévich, porque tragedias inmensas ha habido antes y las siguen habiendo. Sabemos más de la energía nuclear, de la radiación, sí. Algunos individuos habrán adquirido un conocimiento mucho más valioso; pero la humanidad, esta especie que se enseñorea sobre el planeta, no ha aprendido un culo. Aquello por lo que nos consideramos superiores a toda forma viviente, es lo mismo que nos sume en la condición de la más despreciable criatura. Nos hace falta evolucionar.


¿Qué hemos aprendido? Quizá que la física se convirtió en la nueva religión para los no religiosos. Sumos sacerdotes Max Planck, Albert Einstein, Stephen Hawkins… Y en esta religión también se ha dejado sentir la ira de su dios; inocentes inmolados en el altar de la materia-energía con el consuelo de que no fueron destruidos sino transformados. Porque vida y muerte no son más que procesos físico-químicos en un ciclo cósmico, etcétera… Pero el dolor…

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