Ese 26 de abril de
1.986 estaba yo en el lugar que aún hoy es “mi casa”, el hogar donde me criaron
(todavía). Recién había cumplido los 8 años hace un mes y cinco días antes. Me
recuerdo en la sala de la casa, jugando con mis muñequitos. En la televisión el
noticiero, algo grave pasaba al otro lado del mundo. La verdad, no recuerdo
mucho, no era conmigo. Recuerdo un poco las expresiones en los rostros de
algunos, en la casa; no recuerdo qué decían. O quizá me lo estoy inventando y
en aquella época Chernóbil era una palabra que “ni me va ni me viene”, como lo
ha sido toda mi vida; algo de otra parte, que no incide directamente en mi
diario vivir (o malvivir).
Eran los tiempos
de la guerra fría, cuando lo de Chernóbil. Cuando hubo el terremoto en Haití,
oí a mucha gente decir que se lo merecían porque ese es un país de brujos,
enemigos de “ese dios”, etcétera. Supongo que algo similar debió decirse por
estos lares subdesarrollados y con el cerebro lavado por la propaganda
anticomunista (como por allá la por la propaganda anticapitalista) cuando
sucedió el desastre.
¿Qué hemos
aprendido treinta años después de la explosión del reactor del cuarto bloque de
la central de energía nuclear de Chernóbil? Soy de semejante parecer al de
algunas de esas voces que se escuchan en el libro de Svetlana Alexiévich,
porque tragedias inmensas ha habido antes y las siguen habiendo. Sabemos más de
la energía nuclear, de la radiación, sí. Algunos individuos habrán adquirido un
conocimiento mucho más valioso; pero la humanidad, esta especie que se
enseñorea sobre el planeta, no ha aprendido un culo. Aquello por lo que nos
consideramos superiores a toda forma viviente, es lo mismo que nos sume en la
condición de la más despreciable criatura. Nos hace falta evolucionar.
¿Qué hemos
aprendido? Quizá que la física se convirtió en la nueva religión para los no
religiosos. Sumos sacerdotes Max Planck, Albert Einstein, Stephen Hawkins… Y en
esta religión también se ha dejado sentir la ira de su dios; inocentes inmolados
en el altar de la materia-energía con el consuelo de que no fueron destruidos
sino transformados. Porque vida y muerte no son más que
procesos físico-químicos en un ciclo cósmico, etcétera… Pero el dolor…
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