Es un hombre, en una habitación muy pobre. La
narración empieza por la tarde, contándonos que ha estado despierto, tirado en
la cama, desde mediodía. El calor, el desprecio a la gente, su voluntario
aislamiento, lo llevan a este momento en que decide, ya cercano a cumplir los
40 años, escribir, de manera muy personal, tal como van apareciendo las ideas e
imágenes, sobre sí mismo; porque de alguna manera considera que tiene algo
interesante que contar, y porque lo flagela la imagen que tiene de sí mismo: la
de un fracasado. La psicología o la chismografía nominan situaciones como esta
“crisis de los 40”. Este personaje, además, nos recuerda aquella canción que
dice “Con el pucho de la vida, apretado entre los labios…”, ya por el título de
la canción –Las cuarenta (por cantar su verdad, su desencanto, y por la edad a que llega)–, ya por la frustración contenida en sus versos.Además, el
relato de Eladio Linacero habla de unos “malevos” que están con el pucho en los
labios, como si se tratara, así también en la canción, de una metáfora de esa
existencia, de esa vida que conoce: un pucho insignificante: fuego, cenizas y
humo.
Resulta conmovedor este hombre dueño de una
fortaleza que lo hace capaz de asumir la ‘vida real’ como un caso perdido, y
que ve en los sueños esa otra realidad digna de ser vivida, de ser tomada como
parte integral de la existencia, al punto que son sus “aventuras” oníricas las
que tienen mayor alcance en su relato, y su sueño recurrente, el de “la cabaña
de troncos”, es continuación de un hecho sucedido en esa ‘vida real’, cuando
era un adolescente; quizás una forma de redimirse, al rescatar a un fantasma
que sufre en el interior de su mente; la Eurídice a la que él mismo llevó al
abismo. Pienso que aquel muchacho de 15 ó 16 años amó a esa muchacha de 18
años; la amó con odio.
Llama la atención que siendo este texto de
Onetti un experimento narrativo, haya mencionado una escopeta colgada en una
pared, que nunca fue usada. A los maestros hay que superarlos, me recordó una amiga
hace poco. Si no es posible superarlos, al menos llevarles la contraria, pero
bien. Y este experimento narrativo es como si se tratara del último estertor de
los movimientos vanguardistas de inicios del siglo 20, un relato fragmentario
que presenta una serie de “sucesos” o “aventuras”en donde el personaje
principal, el narrador Eladio Linacero, es el eje, quien nos va contando lo que
escribe, y sobre la marcha hace reflexiones de lo que queda en el papel, hace
digresiones acerca de lo que decide escribir, de los cómo y porqué… Aparte, no
le importa si divaga, lo que se justifica, ya metiéndome con el verdadero
escritor, Onetti, cuando Eladio se define como alguien que tiene una
“indiferencia apacible por todo”. Metaliteratura pura, en palabras de Gabrio
Mendoza, joven escritor a quien a veces le leo ejercicios similares, como el
que nominó Sobre la destrucción del hombre secreto.La narración, el
foco, siempre de Eladio Linacero, va y viene entre el pasado remoto, el pasado
reciente y el presente: los “sucesos”, y
aquello que no es posible medir con relojes y calendarios con convicción
científica: las “aventuras”.
Es mucha la desazón del protagonista, al
afirmar que “No hay nadie que tenga el alma limpia, nadie ante quien sea
posible desnudarse sin vergüenza.” Siente, no obstante, la necesidad de
escribir esos “sucesos” y ante todo las “aventuras”, la de la cabaña de troncos
en especial; ese “deseo ciego y oscuro” de desnudarse así, ante los eventuales
lectores, quizá ni uno. Él, Eladio Linacero se da cuenta de eso, trata de
explicarlo y ¡qué va!, se queda en puntos suspensivos. Ni siquiera un poeta y
una prostituta tienen la pureza de alma para escuchar un sueño y comprender lo
bello que es, sin glosas. ¿¡Acaso todo tiene que ser racionalizado!?, es tal
vez lo que grita sin decirlo. De todos modos, probablemente, Cordes pensará lo
mismo si acaso llegara a leer lo que escribe Eladio: “si todo eso es un plan
para un cuento o algo así.”
En ese grito, que no se oye sino como un
eco que viene de muy lejos, sólo audible si contemplamos en silencio, está
guardada la más grave inquietud de Eladio Linacero: el amor, último
presentimiento de algo mejor, capaz de llenar los cascarones vacíos que son las
personas: “El amor es maravilloso y absurdo e, incomprensiblemente, visita a
cualquier clase de almas. Pero la gente absurda y maravillosa no abunda; y las
que lo son, es por poco tiempo, en la primera juventud. Después comienzan a
aceptar y se pierden.”Esta es la clave de su actitud ante la vida. “El amor es
algo demasiado maravilloso para que uno pueda andar preocupándose por el
destino de dos personas que no hicieron más que tenerlo, de manera
inexplicable.” Porque el amor, así como viene, se va —“Se trataba del amor y esto ya estaba terminado, no había primera ni
segunda instancia, era un muerto antiguo.”—,
sin dar explicaciones, y de él sólo queda el eco, el humo. Se reduce a un
“suceso”, o, en el mejor de los casos, se convierte en una “aventura”. Después
de eso, todo pierde su gracia; todo importa un “corno”.
https://www.youtube.com/watch?v=1_-x95Q9JFo
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