jueves, 24 de noviembre de 2016

Toda la literatura es intertextual


“Estando ambos sentados juntos penetró en el espejo el reflejo del reflejo.”
   Hüsn-ü Aşk, JEQUE GALIP

“El cuento entró en el espejo.”
   El libro negro, ORHAN PAMUK

Te amo, aún ahora que te has ido dejando una telegramática carta llena de misterio como esas novelas policíacas que te gusta leer; te amo, te amo, consumiéndome en la desesperación por tu ausencia mientras sigo pistas que me lleven a ti para poder besarte que te amo, como nunca siempre te he amado.

-- O --

“He hecho de tu persona un espejo de la mía.”
La oportunidad de la salvación, SÜLEIMAN ÇELEBI

“No soy un enfermo mental, sólo soy un lector fiel.”
    El libro negro, ORHAN PAMUK

Todos los espejos, las cajas chinas, los rostros superpuestos y el azar de la causalidad, conducen al conocimiento del misterio del tejido que es la realidad, el sueño que es la vida. Sólo eso: el conocimiento del misterio, pero no sus entrañas.
Cuando terminas el libro, si estás en esa búsqueda, sabes que abriste una puerta que conduce a otras puertas que se suceden hasta llegar a ti mismo; que tienes que atravesar el jardín de tu memoria. Porque el fondo de esta novela, El libro negro, escrita por Orhan Pamuk, es la identidad, pensando esta palabra como el reconocimiento de la propia sustancia y accidentes que nos diferencian de los demás, mas también en todo aquello que nos lleva a reconocernos semejantes a otros, porque la personalidad de cada quien, su yo, está hecha de lo que por naturaleza le fue transmitido en el misterio de los genes, y de todo lo que absorbió y asumió para consolidarse, que también es un misterio porque se trata de elegir entre innumerables opciones.
Cuando Galip (Celâl) le dice a Emine «Se lo ruego, olvidemos cuanto antes este error de imprenta», mágicamente se abre una puerta y en el jardín de mi memoria lo primero que veo es ese bello árbol, La insoportable levedad del ser, sembrado ahí por el checo Milan Kundera, a quien conocí a través de ese libro gracias a otros en los que puedo reflejarme como lector. Si el hurufismo dice que todo lo creado es originado por las letras, Kundera me enseñaría que la vida se escribe sin posibilidad de ser corregida en una segunda edición; sólo somos el borrador de un texto; como los Buendía de Gabito, no tiene “segunda oportunidad sobre la tierra”. Pero este misterio de los espejos, las cajas chinas, los rostros superpuestos, ¿qué significan? Tal vez un eterno retorno sin que sea éste un círculo perfecto sino una espiral.
Ya que el Universo, la realidad, tiene su punto de partida en las letras, quien conoce del poder creador de las letras es un dios. El escritor de un poema es antes el lector de un poema; lo ha leído en las piedras, en las nubes, en las olas, en los gatos, en los grillos, en las sardinas enlatadas, en los rostros de sus vecinos y actores en el cine, en la mirada de su amante y en los libros que escribieron otros lectores que aprendieron a leer las letras y los significados que hay detrás de las apariencias, de las superficies, es decir, los significados más profundos. Cuando este lector que ha aprendido a leer tales significados, esto que está escrito en todo, se decide a tomar el lápiz, la pluma, el esfero, el teclado, y escribe un poema, está creando un universo que es, como él, uno en sí mismo; sin embargo, este nuevo universo que es su poema tiene su origen en todo lo que ha leído, y por eso otro lector que lea su poema tendrá la sensación de encontrarse con otro juego de espejos, cajas chinas, rostros superpuestos, y se maravillará ante el azar de la causalidad, y dirá, como Emine, con devoción al escritor, «tú, que todo puedes escribirlo».
Como el Universo, la realidad y los sueños son producto de las letras, ha de entenderse que “todo está escrito” y se sigue escribiendo en el espacio-tiempo-materia-energía, y sólo basta que dos personas fijen su mirada en las letras, las observen, y podrían leer lo mismo; escribirán, si deciden ser dioses, sobre aquello que leyeron, y no es raro que se dé el caso de que estas dos personas que para la historia podrían haber ocupado lugar y tiempo diferentes, al ser leídas por una tercera persona distanciada geográfica e históricamente, se les encuentre afines, se identifiquen la una con la otra. Se abre aquí otra puerta de mi jardín de la memoria que me conduce a las figuras (o mejor, las letras) de Jorge Luis Borges, Samuel Taylor Coleridge, Giovanni Papini, Marco Polo y Kublai Kan, quienes como si poseyeran el mismo atrapasueños, escribieron y fueron escritos sobre un mismo sueño. «Lo que quería explicarte es sólo la sensación de que pensábamos juntos la misma cosa».

Amigo Imago 

amigo, yo 
yo soy tú 
regurgitado, abstracto y desnudo 
Leonidas Castillo 


Amigo 
Imago, 
observo que me observas 
y me observo en ti, 
espejo  
que mis ojos han pulido y enmarcado, 
espejo 
que mis manos nunca han empañado. 

Ríes tú tan como yo lloro 
y tu fruncido ceño es la dilatación de mi sonrisa. 

¡Ah,  
Amigo 
Imago! 

Mi cabello es ahora corto 
pero aún rizado; 
sin embargo, 
tus ojos no me ven distinto 
ni distinguen entre el yo que lo ha cortado 
y el yo que se ha cortado, 
y yo te miro y me doy cuenta 
de que en verdad no ha habido cambio alguno, 
salvo el imperceptible cambio que repta en cada uno. 
Siempre el mismo, 
El mismo mutante en uno solo diversificado; 
el mismo tú en el espejo modificado. 

Te he escogido porque me elegiste 
y contigo sigo porque somos uno. 

Somos uno, 
uno 
que en dos se ha dividido, 
dos que en uno se han soldado. 
Cuatro ojos de dos en dos multiplicados. 
Somos varios,  
incontables, 
repetidos, 
irrepetibles, 
unificados. 

Soy tú quien eres yo, 
Amigo 
Imago.

Domingo José Bolívar Peralta
7 de noviembre de 2.016

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