(Un amasijo de
ideas en torno a Kafka y lo kafkiano).
Concuerdo con Leopoldo La Rubia Prado[1]: kafkianas (aplicado
el término como “categoría estética” –y yo sospecho que alcanza para
ontológica) son aquellas situaciones tensionantes y hasta cruelmente cómicas en
la obra de Franz Kafka, en que el individuo se encuentra sometido a “un
aparente azar que parece estar regido por leyes incomprensibles e
inaprensibles, ancestrales, ocultas e inescrutables, tras las cuales parece
operar una "mano oculta", una instancia o poder invisible, monolítico
y divinizante, una instancia lejana e inaccesible como las leyes que lo rigen”.
Añado a esto que kafkianas son también las conductas, los modos de
pensar y proceder, de personajes cuyos discursos tienen la apariencia de ser
absolutamente racionales, sin embargo, rayan en lo absurdo y abstruso, porque
parten de lo absurdo y porque son una maraña de raciocinios laberínticos. Además,
para concurrir en la categoría de kafkiano, individuos y situaciones
deben estar ubicados en ambientes, espacios exasperantes, angustiantes, que
potencian la sensación de desasosiego. El coctel se completa, pues, presentado
lo extraordinario como posible e incluso corriente; un conjunto de paradojas, una
anomalía, que, sin embargo, se ofrece como lo más normal y lógico, no exento
esto de altas dosis de ironía.
En obras capitales de la literatura de Franz Kafka, como El
proceso y El castillo (esta última a pesar de ser una novela
inconclusa), que guardan una relación muy estrecha entre sí no sólo por el
argumento y las características de algunos personajes, sino también por la
misma forma en que se hallan escritas: diálogos y monólogos donde se hace
exhibición de una dialéctica complicada, la extensión de los párrafos,
descripciones en las que se enfatizan detalles perturbadores…,en El proceso
y El castillo se topa el lector con la incertidumbre (y, precisamente,
en El castillo la incertidumbre trasciende a esas páginas que no
llegaron a escribirse). Nunca, ni Joseph K., ni K., ni yo, y supongo que usted
tampoco (y quién sabe si ni el mismo Franz Kafka), podríamos sacar una
conclusión definitiva del porqué de tantas complicaciones. Lo inexplicable
siempre es explicado de manera ambigua y contradictoria (como en ciertos libros
de literatura fantástica –invoco a Borges– que no pocos
consideran “sagrados”). Respecto a este punto, encuentro en un ensayo del
escritor Gustavo Artiles[2]: “las contradicciones son
la materia prima de la historia y de la vida real. Pronto habría de descubrir
un escritor que trataba precisamente el tema de la contradicción y el absurdo
cotidiano: Franz Kafka.” Apunta Artiles que se identificó con la literatura de
aquel abogado oficinista de una agencia de seguros, porque encontraba en ella
ese “sentimiento de impotencia contra lo que yo consideraba –y aún considero–
la condición absurda del mundo”. Kafka, el escritor de ficciones, interviene solamente
como frío funcionario, notario sin compasión de una absurda y cruel realidad
detrás de la cual ha de haber una incognoscible sucesión de realidades
superiores aún más absurdas y más crueles: no veremos jamás el rostro de Klamm
ni mucho menos el del conde de Westwest, en el caso de K.; tampoco conoceremos
al juez superior en el caso de Joseph K. Pero los sucesivos órdenes superiores
tampoco la tienen fácil, es algo que consta en El proceso, El castillo y
en Un mensaje imperial. Kafka llega a imaginar que así como el
sentimiento de impotencia e inutilidad puede darse de abajo hacia arriba,
también puede ocurrir de arriba hacia abajo, tal le sucede al mensajero del
brevísimo Un mensaje imperial, que más bien puede ser apenas el embrión
de una obra de mayor alcance (“A esta tarea literaria no puedo entregarme por
completo, tal como habría de ser, y ello por diversas razones”, se quejaría
Franz en una carta dirigida a Max Brod[3]). Este mensajero imperial
se asemeja a Barnabás, el mensajero entre K. y (no es seguro –como
nada o casi nada lo es) Klamm, porque ellos deben esforzarse, y se esforzarán, por
cumplir un encargo inútil.
Quien quiera tener la última palabra respecto a Franz Kafka,
deberá considerar, antes de intentarlo, la afirmación de Gustavo Artiles sobre
el escritor checo, que tampoco ha de tomarse como verdad absoluta: “Su valor
descansará siempre en lo que él encierra de inexplicable. Pienso que, si algún
día se lograra explicar del todo a Kafka, su fascinación disminuiría.”
Por mi parte, yo seguiré imaginando a ese muchacho de Carta
al padre, Franz Kafka Löwy, vestido de policía, en una esquina de esta
ciudad cualquiera que sea, aplicando la ley con rigurosa pasividad. Le
preguntaré cuál era el camino, y, naturalmente, no me contestará que él es el
camino, la verdad y la vida, sino que sonreirá y dirá:
—¿Por mí quieres conocer el camino?
—Sí —diré—,
ya no puedo hallarlo por mí mismo.
—Renuncia, renuncia —dirá,
y se volverá con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con
su risa.
Domingo José Bolívar Peralta.
[1]www.franzkafka.es (Ensayo: Objetos a los
que se refiere lo kafkiano).
[2]www.franzkafka.es (Ensayo: La sobreestimación
de Kafka (una herejía))
[3]www.ciudadseva.com (Sobre el arte de
escribir. Comentarios y apreciaciones de Franz Kafka sobre sí mismo como
escritor y sobre su literatura)