martes, 31 de enero de 2017

Tan absurdo, perturbador y despiadado como esta vida


(Un amasijo de ideas en torno a Kafka y lo kafkiano).

Concuerdo con Leopoldo La Rubia Prado[1]kafkianas (aplicado el término como “categoría estética” –y yo sospecho que alcanza para ontológica) son aquellas situaciones tensionantes y hasta cruelmente cómicas en la obra de Franz Kafka, en que el individuo se encuentra sometido a “un aparente azar que parece estar regido por leyes incomprensibles e inaprensibles, ancestrales, ocultas e inescrutables, tras las cuales parece operar una "mano oculta", una instancia o poder invisible, monolítico y divinizante, una instancia lejana e inaccesible como las leyes que lo rigen”. Añado a esto que kafkianas son también las conductas, los modos de pensar y proceder, de personajes cuyos discursos tienen la apariencia de ser absolutamente racionales, sin embargo, rayan en lo absurdo y abstruso, porque parten de lo absurdo y porque son una maraña de raciocinios laberínticos. Además, para concurrir en la categoría de kafkiano, individuos y situaciones deben estar ubicados en ambientes, espacios exasperantes, angustiantes, que potencian la sensación de desasosiego. El coctel se completa, pues, presentado lo extraordinario como posible e incluso corriente; un conjunto de paradojas, una anomalía, que, sin embargo, se ofrece como lo más normal y lógico, no exento esto de altas dosis de ironía.

En obras capitales de la literatura de Franz Kafka, como El proceso y El castillo (esta última a pesar de ser una novela inconclusa), que guardan una relación muy estrecha entre sí no sólo por el argumento y las características de algunos personajes, sino también por la misma forma en que se hallan escritas: diálogos y monólogos donde se hace exhibición de una dialéctica complicada, la extensión de los párrafos, descripciones en las que se enfatizan detalles perturbadores…,en El proceso y El castillo se topa el lector con la incertidumbre (y, precisamente, en El castillo la incertidumbre trasciende a esas páginas que no llegaron a escribirse). Nunca, ni Joseph K., ni K., ni yo, y supongo que usted tampoco (y quién sabe si ni el mismo Franz Kafka), podríamos sacar una conclusión definitiva del porqué de tantas complicaciones. Lo inexplicable siempre es explicado de manera ambigua y contradictoria (como en ciertos libros de literatura fantástica –invoco a Borges– que no pocos consideran “sagrados”). Respecto a este punto, encuentro en un ensayo del escritor Gustavo Artiles[2]: “las contradicciones son la materia prima de la historia y de la vida real. Pronto habría de descubrir un escritor que trataba precisamente el tema de la contradicción y el absurdo cotidiano: Franz Kafka.” Apunta Artiles que se identificó con la literatura de aquel abogado oficinista de una agencia de seguros, porque encontraba en ella ese “sentimiento de impotencia contra lo que yo consideraba –y aún considero– la condición absurda del mundo”. Kafka, el escritor de ficciones, interviene solamente como frío funcionario, notario sin compasión de una absurda y cruel realidad detrás de la cual ha de haber una incognoscible sucesión de realidades superiores aún más absurdas y más crueles: no veremos jamás el rostro de Klamm ni mucho menos el del conde de Westwest, en el caso de K.; tampoco conoceremos al juez superior en el caso de Joseph K. Pero los sucesivos órdenes superiores tampoco la tienen fácil, es algo que consta en El proceso, El castillo y en Un mensaje imperial. Kafka llega a imaginar que así como el sentimiento de impotencia e inutilidad puede darse de abajo hacia arriba, también puede ocurrir de arriba hacia abajo, tal le sucede al mensajero del brevísimo Un mensaje imperial, que más bien puede ser apenas el embrión de una obra de mayor alcance (“A esta tarea literaria no puedo entregarme por completo, tal como habría de ser, y ello por diversas razones”, se quejaría Franz en una carta dirigida a Max Brod[3]). Este mensajero imperial se asemeja a Barnabás, el mensajero entre K. y (no es seguro –como nada o casi nada lo es) Klamm, porque ellos deben esforzarse, y se esforzarán, por cumplir un encargo inútil.

Quien quiera tener la última palabra respecto a Franz Kafka, deberá considerar, antes de intentarlo, la afirmación de Gustavo Artiles sobre el escritor checo, que tampoco ha de tomarse como verdad absoluta: “Su valor descansará siempre en lo que él encierra de inexplicable. Pienso que, si algún día se lograra explicar del todo a Kafka, su fascinación disminuiría.”

Por mi parte, yo seguiré imaginando a ese muchacho de Carta al padre, Franz Kafka Löwy, vestido de policía, en una esquina de esta ciudad cualquiera que sea, aplicando la ley con rigurosa pasividad. Le preguntaré cuál era el camino, y, naturalmente, no me contestará que él es el camino, la verdad y la vida, sino que sonreirá y dirá:
—¿Por mí quieres conocer el camino?
—Sí —diré—, ya no puedo hallarlo por mí mismo.
—Renuncia, renuncia —dirá, y se volverá con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa.

Domingo José Bolívar Peralta.
26 de enero de 2.017.



[1]www.franzkafka.es (Ensayo: Objetos a los que se refiere lo kafkiano).
[2]www.franzkafka.es (Ensayo: La sobreestimación de Kafka (una herejía))
[3]www.ciudadseva.com (Sobre el arte de escribir. Comentarios y apreciaciones de Franz Kafka sobre sí mismo como escritor y sobre su literatura)

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