La anécdota es de Rosa P., una muy buena amiga de letras.
Cuenta Rosa, testigo presencial de los hechos, y yo lo escribo sin la gracia de
su narración y omitiendo algunos detalles, que en [esa cosa que en
Charran-kill-a llaman] la Catedral se oficiaría la ceremonia o misa de cenizas
de la poeta o poetisa (como prefieran) Meira Delmar, algunos días después de su
fallecimiento acaecido el 18 de marzo de 2.009, a los 86 años de edad, y en el
transcurso la ceremonia un hombre de aspecto humilde, a la sazón borracho,
gritaba como plañidera “¡Amira! ¡Amira!” El hombre no cesaba de clamar. Decía:
“¡Amira, se debió morir todo el mundo menos tú! ¡Tus poemas, Amira…!” Pedía que
no guardaran el cofre con las cenizas en el columbario destinado para ello,
sino que dejaran la urna funeraria expuesta a la vista de todos en alguna
parte. El empleado de la Catedral encargado de guardar la urna en su nicho,
ubicado en la capilla Virgen de los Remedios, sección 4, osario No. 2 (entrando
a la capilla, a mano izquierda, en lo más alto), casi cae de la escalera cuando
el inconsolable y confundido admirador se agarró de ella y la estremeció. Con
vergüenza ajena y enojo, varios de los presentes, entre ellos sobrinos de la
fallecida poeta o poetisa (como gusten), varias veces, con delicadeza, trataron
de hacer callar al hombre y, ante todo, hacerle caer en cuenta de que se
trataba de la misa de cenizas de Meira Delmar y no de Amira de la Rosa, también
conspicua escritora del terruño. Al fin, la respuesta del diletante borrachín
fue que “Meira o Amira, la misma vaina”.
Tal vez la confusión del adepto, se deba a la lectura –alicorada–
de aquellos versos del poema que Meira titulara Romance de Amira de la Rosa:
La que te asiste el silencio
y el decir, y la sonrisa,
y va siguiendo tu paso,
y es ella siendo tú misma
Pero este escrito, por el contrario, quiere referirse a
Amira, más que a Meira.
Amira de la Rosa, por si no lo saben, es la autora de aquel
himno que, en esta ciudad “ceñida de agua y madurada al sol”, cuando el Junior
juega un partido crucial, se canta con más fuerza en las gradas del estadio de
fútbol Roberto Meléndez (el “Metropolitano”, como metropolitana es la Catedral
María Reina –sin celsitud de tal en su arquitectura–,
donde reposan las cenizas de Meira [y también los restos de Amira, en la
capilla 2, sección C, osario 46; al entrar, la pared de enfrente, detrás de la
estatua, a la altura del hombro], y metropolitano el aeropuerto Ernesto
Cortizoss, y un etcétera de metropolitanerías que a veces figuro vivir en la
misma ciudad de Superman; pero sin Superman).
Pero el legado de Amira de la Rosa es mayor, aunque en su
propia ciudad pocos sepan de ella y sólo asocien el nombre con el teatro
municipal. A propósito, creo conveniente que en el Teatro Amira de la Rosa, en
estos momentos en remodelación, reconstrucción, reforzamiento de su
estructura…, ¡qué sé yo!, se instale un monumento en su honor, el cual enseñe a
los visitantes algo de su obra, como el que en Cartagena hay en memoria de Luis
Carlos López con su poema A mi ciudad nativa, o en Usiacurí mantiene
viva la llama de Julio Flórez con su poema Ego sum. ¡Pero que no vaya a
ser el ya conocido himno a la ciudad!, ¡otra obra!, ¡algo que ella misma, si
viviera, pudiera leer con orgullo! Debería tenerse también un catálogo de la
obra de Amira en el teatro, exhibición de textos de su autoría y libros que
sobre ella versen, retratos…, y que la gente pueda leer sus escritos. Ojalá no
sea esta una causa perdida.
¿A qué viene todo esto? Sencillo: soy tan ignorante de la
obra de Amira de la Rosa como la gran mayoría de sus coterráneos; bueno, no
tanto, gracias a la poeta o poetisa (como quieran) Fadir Delgado Acosta, quien
alguna vez hizo una disertación sobre ella en desarrollo de Poetas bajo
palabra, precisamente en el Teatro Municipal Amira de la Rosa. Por esto y
porque acabo de leer Marsolaire, nombre que se abrió ante mí como
abanico en los estantes de la Biblioteca Piloto del Caribe.
El no voluminoso volumen, ya amarillento y frágil, una
sobria edición de 1.941 de la sección editorial de Talleres Gráficos Rasch,
según testigos y estudiosos del aporte de Amira a la literatura, sólo tuvo un
tiraje de 300 ejemplares, y fue el único libro que publicó en vida Amira. El
resto de sus trabajos literarios se hallaban dispersos o inéditos. Este libro
contiene una historia también muy sencilla, pero contada con una agudeza
singular, en donde convergen la pulcritud lingüística de la voz narradora y uno
de los personajes (Gabriel Méndez Olaya, más conocido como “don Grabié”) con el
habla coloquial de las gentes humildes [voces que coinciden con mi idea de que
los del Caribe hablamos como hablamos por herencia de los andaluces, y Amira,
quien residió en España, en otros textos que leí luego, me persuade más de
ello]. Marsolaire es presentada por los editores de esta primera
aparición en libro como “novela corta”; sin
embargo, hallo en ella, en especial por su inicio y la técnica para sus
diálogos, a la dramaturga que también fue Amira de la Rosa. Pero la poeta… La
poeta es la presencia más fuerte. Las descripciones de Amira son primorosas.
Dije que el inicio nos muestra a la dramaturga, y es cierto, como tan cierto
que allí la poeta hace gala de su sensibilidad, mostrándonos una casa hecha con
palabras, un mosaico arreglado con tanta habilidad y delicadeza como si cada
palabra fuese una piedra preciosa que por color y forma encaja a la perfección.
De igual manera procede cuando nos describe el trupillo, dándole un realce, una
bizarría, que dan ganas de sembrar uno en el patio y otro en el frente de la
casa.
Destacan los editores de esta obra su valor histórico como
vistazo a la situación de Puerto Colombia, la decadencia que sobrevino luego de
que los insaciables y torpes vecinos de la gran ciudad y los... [¿esclarecidos?
No, más bien] deslucidos estadistas desde la andina capital, abandonaran la
infraestructura de Puerto Colombia y llevaran toda la actividad portuaria a las
riberas del Magdalena. Error que aún se está pagando caro, Navelena, y el
muelle se sigue cayendo, a la vista de todos, pudiendo ser aprovechado como
muelle turístico, para embarcaciones de recreo…
Ajá, aunque el pueblo sea bueno, parafraseando a Simón
Bolívar Palacios, si es ignorante hace de instrumento ciego de su propia
destrucción. Amira nos ofrece, aparte de aquella mirada de reojo a lo que le
sucedió a Puerto Colombia cuando se dejó inutilizada su función portuaria (y no
pierdo de vista que esta es una obra de ficción) como a pinceladas, el espíritu
de los porteños de la época, sus hombres y mujeres pobres, ingenuos y
supersticiosos, trabajadores y amables.
Según Germán Vargas, quien la cita en el libro Amira de la Rosa.
Prosa. Colección literaria. Volumen 27, de la Fundación Simón y Lola
Guberek, primera edición, mayo de 1.988, decía Amira de Marsolaire: “Es
una vivencia. Un homenaje lírico al terruño. Un cuento de amor y calor
entrañables. Algo así como una acuarela de mi costa encendida.” Cada cual puede
decir cuánto conserva y cuánto ha cambiado Puerto Colombia desde entonces.
Novela corta, según los responsables de la primera edición;
mas Ramón Vinyes (según aparece en el libro Amira de la Rosa. Obra reunida.
Volumen II. Editorial Maremágnum, 2.006. Compilación e introducción de
Enrique Dávila Martínez) refiriéndose a Marsolaire
dijo de ésta que era un “esbozo de novela”, reclamando que “no debió ser el
esbozo de una novela; debió ser una novela, y bien larga.” Estoy de acuerdo; el
relato debió, por sus posibilidades, su potencial, penetrar aún más en los
personajes y lugar en que transcurren los hechos, llenar todos los espacios a
fin de enriquecer aún más la obra. Tanto como “bien larga” no, pero sí un poco
más gorda. En todo caso, me acojo también a lo que dijo el “Sabio Catalán” en
el mismo artículo: “Sé que es mala posición de un crítico que juzgue una obra por
lo que él quiere que hubiera sido y no por lo que la obra es”; haciendo la
salvedad de que no soy, en toda regla, un crítico; más bien un curioso, y
quizás un fastidioso borrachín.
Marsolaire… Marsolaire, la sin padrino, es la esperanza. Y
bueno, hay que decirlo, los padrinos comen y se van; mejor que Marsolaire no
tenga padrino.
Domingo José Bolívar Peralta
¡Al carajo las Normas APA!
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