Llevo un libro bajo el sobaco,
a todas partes voy con él, y
lo llevo bajo el sobaco.
Huele a mí.
Es un libro que conseguí
no sé dónde, por ahí.
Quizá es un regalo de Joaco
o lo compré barato.
Bareto... barato...
Pudo ser un robo, sí;
una confusión del anís
o lo tiró un lector ingrato
y
entonces yo lo recogí.
No lo sé. Lo tengo aquí,
justo metido bajo el sobaco
y de aquí no me lo saco
por temor a que llegue un caco
sigiloso como un gato,
amenazante con su buril,
y me lo quite porque sí.
Llevo andando mucho rato.
¿A dónde tenía que ir?
He “bebido como un cosaco”
y ahora me siento vil
con un libro bajo el sobaco,
sin bareto y sin anís,
enlagunado, en el confín
entre el chirrete y el literato.
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