jueves, 11 de junio de 2015

Je sui Charlie

No lugar, no fecha.


Monsieur:
Humbert Humbert
E.       S.       M.

Reciba un muy caluroso saludo.

¿Cómo debo empezar esta carta? Así, diciéndole viejo pervertido y tonto. ¿Cómo es que llamas a las niñas como Dolly, vírgulas? No, ¡nínfulas! ¡Qué risa!, viejo tonto y cómico. Mi vírgula –porque yo también era un niño– la pasó muy bien con tu nínfula. Tengo que admitir que yo sí tenía alguna experiencia: ser el único macho atractivo entre tantas chicas de algo tenía que servir. Un año antes de que Dolly apareciera en el campamento, una chica llamada Lilian –Lilly, a quien veo pasar a veces, con la misma apariencia de aquellos años, para atormentarme aún más de lo que lograría hacerlo si lo hiciera con alguna otra apariencia– me inició en... ¿cómo lo dirías tú?, ¿los placeres de la carne? No, no dirías así; lo dirías de una manera aún más extravagante. Pero eso fue. Por supuesto, era una niña mayor que yo, que por entonces tenía doce años. Ella, engañosos quince. Yo era un niño del todo ignorante en esos asuntos, que odiaba estar en ese verdadero paraíso rodeado de tantas chillonas, sin ningún compañero para jugar juegos de hombrecitos.

Ya debió haber adivinado quien le escribe. ¿No? En franchute, entenderá mejor: je sui Charlie. Charlie Holmes.

Todo cambió para mí cuando esa Lilly me llevó una tarde a lo profundo del bosque. Me dijo, para convencerme, que había encontrado una cueva interesante y quería que yo la acompañara a explorarla. «¿Por qué yo?» pregunté, y ella sonrió: «Eres el único chico por aquí.» Ella iba delante de mí, guiando la expedición. Nos alejamos del campamento más de lo permitido, y cuando llegamos a un sitio donde nos rodearon los matorrales, con una rapidez asombrosa se dio vuelta y agachó al mismo tiempo, bajándome en el acto la pantaloneta y el calzoncillo, y sin mediar palabra ni darme tiempo para reaccionar, la muy bandida se metió mi inmaculada –sí, así dirías tú, inmaculada– vírgula en su endemoniada boca.

Imagino que estará disfrutando esta narración, señor condenado.

Al principio quise apartarme, pero ella hizo un movimiento envolvente con su lengua dominándome por completo. Placer puro. Cuando se dio cuenta de que me tenía subyugado, metió sus manos debajo de su faldita y se sacó las bragas. Se levantó y me besó en la boca. Abrió mis labios con los suyos y esa serpiente que tiene en su boca se metió en la mía. Desde entonces mi lengua es también una serpiente. «Tiéndete en el suelo.» Obedecí. Abrió sus piernas y dijo: «Esta es la cueva que quiero enseñarte.» Dio pasos, piernas abiertas, un pie a mi izquierda y otro a mi derecha, empezando desde mis pies. Yo temblaba. Llegó hasta mi cara y fue descendiendo hasta que su cueva quedó justo sobre mi boca.

¿Excitado, Hummie?

Ya ve lo que es capaz de hacer una de estas chicas a un indefenso niño de doce años. En fin, hicimos todo eso que se imagina usted; no, de seguro más de lo que se imagina usted, literato mediocre.

La sucia Lilly siguió con sus juegos casi todos los días durante aquel verano. La mañana en que se fue, ni siquiera se despidió de mí. Pero una semana antes de irse, una tarde brumosa, fuimos ella y yo al mismo lugar, acompañados esa vez por una chica que volvería un año después: Barbie. ¡Adivinó, Hammer! Y decía no ser bueno para las adivinanzas. Barbara Burke. Esa semana trabajé por partida doble, como un año después, cuando Barbara llegó con Dolly –su Lo li ta–.

¿Por qué escribí esta carta? No, depravado escritorzuelo. Pregúntese: ¿por qué estoy leyendo esta carta? Es parte de su castigo, Hummie, y también parte del mío. La cárcel no fue suficiente para usted, como tampoco la guerra para mí. En Corea no sólo disparé contra coreanos; también eyaculé sobre y dentro de coreanas, campesinas, niñas y adolescentes.

Lilith me ha ordenado que le escriba esta carta. Sus métodos de persuasión ya no son tan placenteros. En verdad no son nada placenteros. No dudo que se presentará dentro de poco ante usted, como Dolores Haze, como Dolly Schiller. Quizás aparezca como Lilith, acompañada de Lolita. No sé.

Sí, señor Hammer, dio en el clavo. Ella aquí. Y claro, también Clare. ¡Oh! No lo había pensado antes. Es muy probable que Lilith haga el montaje enfrente suyo de una obra de teatro porno protagonizada por la nínfula estrella de la actuación, Lolita, y el curtido actor, y además autor de la tal obra, Clare Guilty. O al menos así se lo haga parecer. No, no lo hará parecer, lo será. Una obra teatral que no disfrutará nadie, ni los actores –ni Guilty al escribirla, como parte de su condena–, salvo, claro está, Lilith y toda la horda de criaturas a las que confundimos con el azar cuando nuestros pasos ciegos nos conducen por senderos aciagos.

Perdóneme si mi lenguaje no ha sido tan pulcro y delicado como el suyo; aunque... ya nada nos podemos perdonar. Dieu ne nous pardonnera pas.

No queda más que darle una sarcástica bienvenida.

Su semejante en pena.


Charles No Home.



Domingo José Bolívar Peralta

10 de junio de 2.015

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