viernes, 19 de junio de 2015

Revoloteo de moscas

La oscuridad del corazón del hombre

Es el demonio de la putrefacción. Cuando este demonio sonríe, se ha llegado al punto de no retorno; el proceso de descomposición ha iniciado, el paraíso es engullido por un abismo que exige lágrimas y sangre. ¡Mátalo! ¡Degüéllalo! Grita el demonio desde lo más profundo del oscuro corazón humano.

Las guerras son el desahogo del demonio de la putrefacción y su forma de engañar a la conciencia, el súper yo, el policía interno, para saciar su sed de sangre y lágrimas. ¡Y no se sacia! No ha habido siglo sin guerras.

El ser humano ha tratado de contener a este demonio, no tanto por su sangre como por sus lágrimas.

El niño de la mancha en la cara

Este niño es una incógnita, y eso me agrada; creo que este es el tipo de asuntos en la literatura que me aparta de algunas personas. Hay quienes prefieren los textos que les generen certezas, mientras a mí me gustan mucho los que dejan incertidumbres. En Señor de las moscas, hay un niño que desaparece, no se sabe si murió (que es lo más probable) o sobrevivió, aislado de los demás en la isla; no se sabe si quizá fue rescatado antes que los demás, mientras estaba desmayado o dormido, en la parte de la isla que aún los otros no habían explorado. Es un ejercicio que el autor (estoy refiriéndome a Michael Golding y a su libro, Señor de las moscas) nos deja, como Humbert (Lolita): imagíname, lector.

Domingo José Bolívar Peralta

sábado, 20 de junio de 2015, 1:45:07 a.m.

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