La
oscuridad del corazón del hombre
Es el demonio de la putrefacción. Cuando
este demonio sonríe, se ha llegado al punto de no retorno; el proceso de
descomposición ha iniciado, el paraíso es engullido por un abismo que exige lágrimas
y sangre. ¡Mátalo! ¡Degüéllalo! Grita el demonio desde lo más profundo del
oscuro corazón humano.
Las guerras son el desahogo del demonio de
la putrefacción y su forma de engañar a la conciencia, el súper yo, el policía
interno, para saciar su sed de sangre y lágrimas. ¡Y no se sacia! No ha habido
siglo sin guerras.
El ser humano ha tratado de contener a este
demonio, no tanto por su sangre como por sus lágrimas.
El
niño de la mancha en la cara
Este niño es una incógnita, y eso me
agrada; creo que este es el tipo de asuntos en la literatura que me aparta de algunas
personas. Hay quienes prefieren los textos que les generen certezas, mientras a
mí me gustan mucho los que dejan incertidumbres. En Señor de las moscas, hay un
niño que desaparece, no se sabe si murió (que es lo más probable) o sobrevivió,
aislado de los demás en la isla; no se sabe si quizá fue rescatado antes que
los demás, mientras estaba desmayado o dormido, en la parte de la isla que aún
los otros no habían explorado. Es un ejercicio que el autor (estoy refiriéndome a Michael Golding y a su libro, Señor de las moscas) nos deja, como
Humbert (Lolita): imagíname, lector.
Domingo José Bolívar Peralta
sábado, 20 de junio de 2015, 1:45:07 a.m.
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