Esta manía de dividir siete entre tres;
llenar la hoja
y seguir dividiendo sobre la mesa,
el piso, la pared, el techo, las nubes,
la atmósfera;
llenar los espacios vacíos del Universo
de tres y tres y tres y tres y tres...
y diez y diez y diez y diez y diez...
Sangra la nariz.
El corazón ya no palpita
su acostumbrado tun tun, tun tun:
tres diez, tres diez, tres diez.
El único sonido capaz de oírse en el vacío.
Siete entre tres;
llenar la hoja,
la mesa,
el piso, la pared, el techo, las nubes,
la atmósfera;
llenar los espacios vacíos del Universo
y no llegar al tres definitivo,
al diez último,
al final de la cuenta.
Tres diez, tres diez, tres diez, tres
diez...
La matemática del uróboros.
Tres diez, tres diez, tres diez, tres
diez...
La obsesión del psicópata.
Tres diez, tres diez, tres diez, tres
diez...
Sólo es posible percibir
los espacios vacíos del Universo.
Todo lo demás dejó de ser,
fue absorbido por el vórtice infinito
de tres diez, tres diez, tres diez, tres
diez...
Sin sentidos, contempla el orate,
a medida que progresa sin progreso,
la sucesión inefable
de cifras que no resuelven el misterio.
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