Si Joseph K. hubiese sido displicente a su
proceso, aun con todas las exhortaciones y reprimendas que su tío pudiera cargarle
—“¡Que se encargue el abogado!” “¡Eso es cosa de leguleyos!” “¡Tengo asuntos
importantes que atender en mi oficina!”—, ¿el resultado habría sido el mismo?, ¿cuánto
tiempo: menos o más? ¿De verdad, habría podido mantenerse al margen?
El angustiado y angustiante K. recuerda al
indiferente y angustiante Mersault, o más bien al revés. En El extranjero,
novela de Albert Camus, todo lo que se presenta es más bien ordinario, salvo
Mersault; mientras que en El proceso, novela de Franz Kafka, un tipo ordinario
como K. debe hacer frente a un aparato judicial extraordinario que de continuo
le presenta situaciones absurdas. Absurdo, esta es la palabra recurrente entre
quienes se enfrentan a las atmósferas densas de El proceso como a la pasividad
y apatía de Mersault.
Es el individuo enfrentado al sistema:
Joseph K. – Mersault: juzgados. Mersault estalla al final, cuando recibe a un
sacerdote en su celda de condenado, antes de ello mantuvo siempre una actitud inalterable;
encuentra absurda la salvación que le ofrece el sacerdote. K. progresivamente pierde
la calma mientras transita por los laberintos de La Ley, mas al final se
entrega con estoicismo, y sólo tiene unas palabras de reproche a sí mismo, a su
suerte: “como a un perro”; palabras enfermas de desazón. Dos personajes que han
llegado al colmo de la inutilidad de la existencia, de los afanes que se van a
la nada; empero justifican la necesidad de encontrar un sentido a la
existencia, al menos para que no nos sobreviva
la vergüenza.
Hay una canción que dice “love is in the
air” (John Paul Young); pues bien, así como el amor está en el aire, también la
culpa. Culpables de lo que no sabemos, culpables de lo que nunca hemos sido,
culpables por culpa de otros. K. es culpable de ser un alto funcionario de un
banco que hace esperar a sus clientes, culpable de creerse superior, culpable
de no visitar a su madre con frecuencia, culpable de su soledad. Mersault es
culpable de su aparente insensibilidad (en especial ante la muerte de su madre),
culpable de decir sí a una propuesta de matrimonio aunque no esté enamorado ni
tenga verdaderos deseos de casarse, culpable del calor y el brillo del Sol,
culpable de matar a un árabe. Ninguno está libre de pecado, por eso todos
tienen derecho a lanzar desde la primera hasta la última piedra, a K., a
Mersault. El alto tribunal que K. nunca llegó a conocer es el mismo juez a
quien Mersault ve en su juicio; sus abogados los mismos enemigos. La Justicia
no gusta de personajes que no se humillen ante ella, y ha de inmolarlos como
ofrendas para sí misma. Quienes adoran la Justicia no dejan de ser culpables,
pero pueden ser acomodados en la balanza, y, eventualmente, sostener la espada
y descargarla sobre otros.
Todo lo que ha construido el ser humano
para beneficio del ser humano, paradójicamente también perjudica al ser humano
(y, quizá, también a ese ser superior llamado Planeta Tierra).
Domingo José Bolívar Peralta.
3 de agosto de 2.015
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