martes, 19 de enero de 2016

Cogito, ergo sum*



Dioses y creaciones: Bioy Casares y Morel


“Si, como se afirma, no existe una clara línea divisoria entre el sueño y la vigilia, pasamos por el mundo con el sonambulismo de los fantasmas, tema que Borges supo inculcar asiduamente.”

Jaime Jaramillo Escobar. Método fácil y rápido para ser poeta, Tomo I. Pág. 166.

Si nombro a Borges, es porque Bioy Casares se lo buscó al dedicarle “La invención de Morel”, porque –me parece– la dedicatoria no es sólo por la amistad que hubo entre los dos sino por el argumento y la trama del ¿cuento largo o novela corta? Empecemos por dilucidar esto.

Hay dos posturas al respecto, debatidas en el Clan de Lectura Crítica de la Biblioteca Piloto del Caribe (Charran-kill-a), al que tengo el orgullo de pertenecer. Por una parte están quienes arguyen que se trata de una novela corta, y se fundamentan en que esta obra no tiene un único tema sino que se encuentran subtemas en la narración, historias adyacentes a la historia principal.

La segunda posición dice que es un cuento largo por la concisión del lenguaje, porque no se encuentra en ella los típicos rodeos de las novelas y no ve en los diferentes acontecimientos que se narran más que una sola historia que se ha dilatado un poco por lo compleja que es la idea, no principal sino única idea, en la que se basa.

Me adhiero a los primeros. Encuentro, por ejemplo:

1. El prófugo narrador, siempre angustiado, temeroso de ser encontrado por unos supuestos perseguidores, y cuyo crimen no se nos revela.

2. Los amores no correspondidos, el de Morel y el narrador, a una misma mujer: Faustine.

3. La creación de la máquina y sus consecuencias para los “fantasmas” de la isla.

En todo esto, hay un componente que sustenta el relato: la especulación sobre lo que es real y lo que no. El narrador, incluso llega a dar la impresión de verse víctima de una ficción patológica: delirio de persecución. Los “fantasmas” de la máquina de Morel, que son algo semejante a una proyección cinematográfica en tercera dimensión –aunque muy superior a eso–, no se dan cuenta de su real existencia como productos de un artilugio, una invención, y sólo en el momento en que repiten la escena cuando Morel les revela lo que ha hecho, se genera una situación que es el clímax de la novela.

Una idea infinita de ojeras y cuartos acolchados.

Cabe preguntarse: ¿será que los personajes de los libros viven en su universo de grafías sin saber que son creados y deben su existencia a una inteligencia –no digamos superior, porque no lo es– llamada escritor? ¿Somos nosotros un sueño, como especulan desde hace siglos algunos pensadores; sueños que a su vez sueñan? Borges y Bioy, compadritos de algún arrabal de Buenos Aires, imaginaron, soñaron –a la manera de Kublai Khan y Marco Polo– que son dos grandes escritores, y nosotros, los lectores, consecuencia de este ejercicio de la imaginación.

La invención de Bioy Casares, como literato, Creador, es portentosa. Y es un maestro de la concisión, la frase bella en su economía de palabras. El uso de la puntuación, magistral; punto y comas acertados que contribuyen al juego del suspenso, de la expectativa; la aclaración que deja algo más para decir luego, y se dice luego.

*La sentencia es de René Descartes, quien concluyó que lo único que el individuo puede afirmar con certeza es su propia existencia.

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