Dioses
y creaciones: Bioy Casares y Morel
“Si, como se
afirma, no existe una clara línea divisoria entre el sueño y la vigilia,
pasamos por el mundo con el sonambulismo de los fantasmas, tema que Borges supo
inculcar asiduamente.”
Jaime
Jaramillo Escobar. Método fácil y rápido para ser poeta, Tomo I. Pág. 166.
Si nombro a Borges, es porque Bioy Casares
se lo buscó al dedicarle “La invención de Morel”, porque –me parece– la
dedicatoria no es sólo por la amistad que hubo entre los dos sino por el argumento
y la trama del ¿cuento largo o novela corta? Empecemos por dilucidar esto.
Hay dos posturas al respecto, debatidas en
el Clan de Lectura Crítica de la Biblioteca Piloto del Caribe (Charran-kill-a),
al que tengo el orgullo de pertenecer. Por una parte están quienes arguyen que
se trata de una novela corta, y se fundamentan en que esta obra no tiene un
único tema sino que se encuentran subtemas en la narración, historias
adyacentes a la historia principal.
La segunda posición dice que es un cuento
largo por la concisión del lenguaje, porque no se encuentra en ella los típicos
rodeos de las novelas y no ve en los diferentes acontecimientos que se narran
más que una sola historia que se ha dilatado un poco por lo compleja que es la
idea, no principal sino única idea, en la que se basa.
Me adhiero a los primeros. Encuentro, por
ejemplo:
1. El prófugo narrador, siempre angustiado,
temeroso de ser encontrado por unos supuestos perseguidores, y cuyo crimen no
se nos revela.
2. Los amores no correspondidos, el de
Morel y el narrador, a una misma mujer: Faustine.
3. La creación de la máquina y sus
consecuencias para los “fantasmas” de la isla.
En todo esto, hay un componente que
sustenta el relato: la especulación sobre lo que es real y lo que no. El
narrador, incluso llega a dar la impresión de verse víctima de una ficción
patológica: delirio de persecución. Los “fantasmas” de la máquina de Morel, que
son algo semejante a una proyección cinematográfica en tercera dimensión
–aunque muy superior a eso–, no se dan cuenta de su real existencia como
productos de un artilugio, una invención, y sólo en el momento en que repiten
la escena cuando Morel les revela lo que ha hecho, se genera una situación que
es el clímax de la novela.
Una idea infinita de ojeras y cuartos
acolchados.
Cabe preguntarse: ¿será que los personajes
de los libros viven en su universo de grafías sin saber que son creados y deben
su existencia a una inteligencia –no digamos superior, porque no lo es– llamada
escritor? ¿Somos nosotros un sueño, como especulan desde hace siglos algunos
pensadores; sueños que a su vez sueñan? Borges y Bioy, compadritos de algún
arrabal de Buenos Aires, imaginaron, soñaron –a la manera de Kublai Khan y
Marco Polo– que son dos grandes escritores, y nosotros, los lectores,
consecuencia de este ejercicio de la imaginación.
La invención de Bioy
Casares, como literato, Creador, es portentosa. Y es un maestro de la
concisión, la frase bella en su economía de palabras. El uso de la puntuación,
magistral; punto y comas acertados que contribuyen al juego del suspenso, de la
expectativa; la aclaración que deja algo más para decir luego, y se dice luego.
*La sentencia es de René
Descartes, quien concluyó que lo único que el individuo puede afirmar con certeza es su propia existencia.
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