John Smith es un nombre que nada dice, un
Juan Pérez entre nosotros, los hispanohablantes; un nombre que hasta se puede
tomar por ridículo o que debe de ser falso si alguien se llega a identificar
con él, por ejemplo, para comprar armas de fuego. Este es el nombre del héroe
de La zona muerta, novela de Stephen
King.
Pero este John Smith no es un tipo corriente,
él tiene un don (o maldición: ¡cuánto le pesa!), y al decir de su madre, Vera,
una misión encomendada directamente por el dios extravagante que ella supone;
una variante del dios de los judíos, cristianos y musulmanes, matizado con
ciertas ideas de viajes interestelares en platillos voladores conducidos por ángeles.
Pero no contaré la novela, no haré un resumen
para malos lectores. Me limitaré a expresar lo que he recogido de esta obra,
mis conclusiones (no absolutas) e inquietudes.
En primer lugar, creo que el trasfondo de la
novela es el “plan divino”, la manera en que un supuesto dios lo ha dispuesto
todo y maneja las fichas de su juego solitario. Stephen King expone en su libro
unos hechos que nos hacen tambalear ante la idea de semejante dios, su
naturaleza y los objetivos de su plan inapelable. Si, citando a Juan Rulfo, “la
literatura es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad”[1],
la ficción literaria de este escritor nacido en Portland (Maine – U.S.A.) nos
revela que la historia de la especie humana en general y de cada individuo de
la especie humana en particular, dan la impresión de locura, absurdo,
inestabilidad: la creación de un dios esquizofrénico.
Hay varios factores de la realidad de los
Estados Unidos de América, que Stephen King examina haciendo uso de su
imaginación, de las herramientas que le ofrece el Arte de la Literatura; hace
un recorrido por diversos momentos de la historia de su país (más que todo de
las décadas de 1.950 a 1.980), en donde se tocan aspectos de la religión, la
política (incluyendo la parte diplomática y la militar), la economía, las
costumbres y prejuicios de la sociedad norteamericana, especialmente de los
estados de la zona de Nueva Inglaterra.
En cuanto a política y economía, que es (precisamente
no como buen ejemplo) arquetípicamente una sola cosa en el sistema capitalista
estadounidense (invasión de territorios y pagos “compensatorios”, los Kennedy,
Donald Trump...), la caracterización de personajes corruptos que entran al
juego del poder valiéndose de todo tipo de artimañas, deslegitiman el concepto
de democracia, tan venerado en este país. King hace sus observaciones sobre la
manipulación, el engaño, las componendas que manejan los individuos con
inmensas ambiciones de poder. Plasma con claridad cómo un tipo deshonesto, como
funcionario público, mediante la práctica de programas que resultan beneficiosos
a una comunidad, puede hacer creer que es una persona honrada, mientras por
debajo de la mesa maneja negocios sucios valiéndose de su cargo; programas que
a la larga no resultan ser más que otros negocios ocultos de los corruptos,
dañinos para las comunidades, y una forma de ascender en sus aspiraciones de
poder gracias a la fachada de pulcritud y servicio a la población. Asimismo, el
autor usa al narrador u otros personajes para hacer observaciones sobre los
electores y sus motivaciones para inclinarse por tal o cual aspirante a
cualquier cargo de elección popular, sobre la dinámica electoral bipartidista
en donde es muy raro que una persona por fuera de los partidos Republicano y
Demócrata pueda ser elegido para uno de estos cargos (cosa que restringe los
idearios políticos, las opciones de los votantes).
Entroncado con lo político, se encuentran los
conservadores conceptos religiosos. La satanización del comunismo, mediante la
propaganda desde los estrados y los púlpitos; la prensa y los folletos; la
radio, la televisión y el cine. Cualquier discrepancia con el sistema
capitalista y cuestionamientos a las doctrinas cristianas (o más bien a la
creencia en Jesucristo), se calificaba inmediatamente de amenaza comunista. La
paranoia macartista, aún presente en el gringo; sobre todo en el gringo rural,
el “red neck”.
Las costumbres y prejuicios de la población
rural y de las pequeñas ciudades no han variado mucho, según lo presenta el
escritor. Hay cierto dejo faulkneriano, porque se encuentran personajes
adoloridamente religiosos, racistas, conservadores. La avanzada de los años del
rock and roll muestra dos caras, ambas despreciadas (y esto también me recuerda
aquella película: Easy Rider): los violentos grupos de motociclistas y los
hippies pacifistas; todos drogadictos, mechudos, sucios y vulgares pecadores:
escoria de la nación.
De todo esto, parece que los U.S.A. de los
tiempos en que está ambientada la novela, no distan mucho de los U.S.A.
actuales en cuanto a lo religioso y lo político. Los cambios que introdujo en el
“american life style” la revolución cultural de los años sesenta y setenta del
siglo pasado, se dieron más bien en las grandes ciudades y en algunos estados
(California, en especial, desde donde se nos vitrinea un país muy liberal).
Y el gran dios, ese personaje que está
presente en toda la obra, más distante y omnisciente que el narrador, es el
personaje que ha quedado sin resolver.
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