En su
discurso de aceptación del premio Nobel dijo: «Muy raras veces me he expresado
acerca de este tema [la poesía], casi nunca, y siempre con la convicción de que
no lo hago muy bien. Por eso mi discurso no va a ser demasiado largo. Toda imperfección
resulta más fácil de aguantar si se sirve en pequeñas dosis.
El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso –o más bien
principalmente– de sí mismo. Con desgano confiesa públicamente que es poeta –como
si se tratara de algo vergonzoso–. En estos tiempos bulliciosos es más fácil
que admitamos los vicios propios, con tal de causar efectos fuertes; mucho más
difícil es reconocer las virtudes, ya que están escondidas más profundamente, y
hasta uno mismo no cree tanto en ellas.»
Es que es tan difícil para un poeta decir soy poeta porque
rara vez se le creerá ni se le tomará en serio, puesto que no existen títulos
académicos que gradúen de poeta, no es una profesión, y por tanto como
“proyecto de vida” ya no tiene el valor suficiente como para “ser alguien”. El
que llegara a sentir que no es capaz de concebir su vida sin la poesía y se quisiera
dedicar con pasión a ella, deberá tener en cuenta que vivir de la escritura de
versos es casi un suicidio a cuentagotas; la novela vende mucho mejor.
Es diáfana Szymborska cuando nos presenta este ejemplo: «Todo esto,
a su vez, significaría que para graduarse de poeta no bastarían las hojas de
papel, aun cuando estuvieran llenas de excelentes versos, sino que se necesitaría,
sobre todo, un papel con sello y firma. Recordemos que justamente ésta fue la
razón por la que condenaron al destierro a Josef Brodsky, orgullo de la poesía
rusa, quien más tarde fue galardonado con el Premio Nobel. A Brodsky se le
clasificó como “parásito”, por no contar con un certificado oficial que le
permitiera ser poeta... Hace un par de años tuve el honor y la alegría de
conocerlo en persona. Me di cuenta de que solamente a él, entre todos los
poetas que he conocido, le gustaba llamarse a sí mismo “poeta”; pronunciaba
esta palabra sin conflictos internos y hasta con cierta desafiante
desenvoltura. Pienso que se debía al recuerdo de las violentas humillaciones
que sufrió en su juventud.» En efecto, demuestra el precio que ha debido pagar un
poeta para ser, ante todo, poeta.
Asimismo, la poeta polaca da con otra de las claves por las cuales
es tan difícil que un poeta pueda decir con propiedad soy poeta y sea
tomado en serio: hay una predisposición de la gente a creer que los poetas
tienen que ser unos personajes excéntricos, ensimismados todo el tiempo o como
si anduvieran rodeados de una niebla. De igual manera, atinó cuando dijo lo
siguiente: «La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja porque necesita
conseguir los medios de subsistencia, trabaja porque no le queda de otra. No
fueron ellos quienes por pasión escogieron su trabajo, son las circunstancias
de la vida las que escogen por ellos.» El poeta escoge ser poeta y si en verdad
lo es, persistirá en sus versos, luchará una y otra vez por crear ese bello
artefacto que es un poema, tal como lo hace el tornero, el panadero, el químico
que ama su trabajo y brega por obtener los mejores resultados de su labor. La
diferencia es que el poeta no trabaja sus poemas para ganar dinero sino para
expresar lo que revolotea en su mente; el dinero, si viene como añadidura, bien
recibido es, pero no es el objetivo. Y es que lo que revolotea en la mente de
los poetas es de naturaleza muy diferente, como señaló Wislawa, a lo que se
yergue en la mente de otro tipo de personajes a quienes «también les gusta su
trabajo y también lo llevan a cabo celosamente». El poeta trabaja con dudas,
con incertidumbres, mientras que «los diversos verdugos, dictadores, fanáticos,
demagogos que luchan por el poder con ayuda de un par de consignas gritadas en
tono muy alto» creen haber descubiertos verdades absolutas, piensan que con lo
que ya “saben” no hay nada más que saber. En el contexto actual, estas
consignas vuelven a oírse cada vez más fuerte; mas una poeta como Szymborska le
ha recordado al mundo el peligro que éstas representan: «Ya no tienen
curiosidad por saber más, puesto que podría debilitarse su fuerza de
argumentación. De modo que cualquier tipo de saber del que no surgen preguntas
muy pronto fenece, pierde la temperatura propicia para la vida. En casos
extremos, como es bien conocido en la historia antigua y contemporánea, puede
resultar mortalmente amenazador para las sociedades.»
Cuando se refirió a la inspiración, la galardonada con el Nobel de
Literatura se limitó a considerar que no puede decir con exactitud que es. Y es
como si el motor de la inspiración fuese esas dos palabras que la misma poeta
dice valorar muchísimo: “no sé”; el motor de las «personas de espíritu inquieto
y en búsqueda constante.» Es enfática: «También el poeta, si es un verdadero
poeta, tiene que repetirse perpetuamente no sé», como los grandes
científicos que están en perpetua búsqueda del saber (y nos mencionó a Isaac
Newton y María Sklodowska-Curie –la famosa Marie Curie, de origen polaco, como
ella)
Y remató su discurso Wislawa Szymborska atreviéndose a citar la
frase “Nada hay nuevo bajo el sol” del Eclesiastés bíblico, para contradecir,
con su personal visión de la realidad (la cual, como ella misma advierte, no es
dogmática) que sí, que siempre hay algo nuevo, que siempre algo surge que no
estaba, y el mundo no se ha terminado de hacer, y reflexiona sobre lo
particular que es cada cosa en esto que conocemos como universo, por tanto
ningún poeta podrá decir: «"Ya he escrito todo, no tengo nada que añadir."»
Domingo José Bolívar Peralta
13 de diciembre de 2.016
Domingo José Bolívar Peralta
13 de diciembre de 2.016
No hay comentarios:
Publicar un comentario