viernes, 23 de diciembre de 2016

La agridolce vita de los conde… nados



Sólo por sus acertadas dosis de salero y “concupiscencia carnal”, y su estupenda “banda sonora” (¡qué delicia leer después de ¡Que viva la música! otra novela igualmente musical!), he tenido para sentirme a gusto con Maracas en la ópera; cumple con ese primer requisito de mucho aprecio en autores como Jorge Luis Borges y Umberto Eco: entretener. Aún más, cumple con eso otro que Borges y Eco no dejarían jamás de lado: la provocación al intelecto.
Ramón Illán Bacca baraja a lo prestidigitador la narración sorprendiéndome cada tanto con ases guardados bajo la manga. Es como el crochet, un tejido en el que personajes y situaciones, se entrelazan con maestría. A medida que avanzaba en la lectura fue como si estuviera viendo a una señora que con sus agujas iba retorciendo las hebras, e iba tomando forma aquello que inicialmente parecía sólo un hacer nudos.
Para mí, que en muchas ocasiones el autor lograra sembrar la duda de si lo que estaba leyendo eran hechos reales que no cuenta la Historia “oficial”, chismes de reuniones sociales y esquinas de barrio, o mera invención de su imaginación, demuestra un conocimiento enorme del oficio y un talento natural, que se evidencia cuando se parlamenta con él (sin dudarlo: mucho mejor parlamento que aquél de los “honorables padres de la Patria”), porque Maracas en la ópera, aun cuando la trama, la forma en que se presenta la novela con sus divisiones, la estructura, tenga su complejidad, es una obra impregnada de esa brillante soltura que tiene Ramón como conversador.
Este contar otra historia de la Historia es como si se tratara de un deliberado acto de rebeldía del escritor que se niega a aceptar la versión de los libros escritos por historiadores de cuello almidonado, en los cuales investiga al igual que recurre a otras fuentes. Nos ofrece una mirada oblicua de la realidad, tan confabulada con la de aquel otro célebre bizco a quien en vida y muerte se le conoce con el apodo de “Tuerto” y que aparece en su novela: el poeta Luis Carlos López, aparejado de una ironía y un gracejo tal los de Ramón; “cucarachas del mismo calabazo”, como alguien me dijo una vez.
Oportuno es tomar del trabajo de Estelle Irizarry titulado Seva, de Luis López Nieves: Un clásico incalificable, las palabras que dedica a esta obra del autor puertorriqueño bajo el capítulo “Este es un rompecabezas de difícil resolución”, puesto que refleja exactamente el efecto que ha logrado, al menos en mi caso, Ramón Illán Bacca con su Maracas en la ópera. En su estudio crítico Estelle Irizarry argumenta: “[…] como rompecabezas reta al lector a comprobar su verdad o mentira, al mismo tiempo que parece refractario a toda prueba. Como ocurre a menudo con Borges, la mezcla de verdad y mentira está elaborada de modo tan genial que el lector termina siendo víctima comoquiera, si suspende toda duda y se entrega a la ficción, o si se pone a buscar datos para comprobar la mentira.” (Estelle Irizarry, Seva, de Luis López Nieves: Un clásico incalificable, Seva/Luis López Nieves, Colección Cara y Cruz, Editorial Norma, 1ª edición, 1.996).
¿Por qué Maracas en la ópera? Ajá, el título original de la novela era Bratislava, pero acertadamente se cambió por este último. Digo yo que es tan exótico como unas maracas insertas en una ópera presentada en La Scala de Milán, que un conde italiano, Amadeo Antonelli-Colonna, vástago de una rancia familia de la nobleza, protagonista de la historia europea con hechos sobresalientes y aún polémicos como la bofetada que Sciarra Colonna le zumbara al Papa Bonifacio VIII, cuando secuestraron al pontífice, por allá en el año 1.303, pues que es exótico que este conde, sin el poder político ni económico de sus antepasados y con ciertas características especiales de su personalidad (tan amante de la música como de las negras), se haya fugado de Italia con una princesa Abisinia y después de un tiempo con ésta en Panamá, donde ella muriera, terminara arrejuntándose con una mulata cartagenera (prostituta y con apenas 17 años de edad) y su vida transcurriera mayoritariamente desde entonces en el Caribe Colombiano, y que su descendencia, dos generaciones más hasta donde termina la novela, naciera y se criara aquí, en este Caribe Colombiano, gozando y sufriendo estrambóticas aventuras y todo con harta música de fondo (todos ellos apasionados por la música y las negras), en especial el aria de la ópera Escándalo en la pensión inglesa, que no es del usurpador Azalli sino del músico japonés Yukio Mizuno, apellido nipón que al parecer también retoñó en el municipio de Usiacurí, lugar a donde llegó Julio Flórez en busca de aguas medicinales y encontró el amor.
Es maravilloso cómo Ramón Illán Bacca lleva a los personajes principales, los Antonelli-Colonna, de la holgura y hasta la gran fortuna hasta las penurias económicas, una y otra vez. Cómo siempre se hallará a una mujer en el ojo de sus huracanadas vueltas y revueltas, mujeres de piel oscura: “¡Kupris! ¡Astarté! ¡Astoreth!” afrocaribeñas.
La novela tiene sus momentos pesarosos, justos y necesarios para su equilibrio, y logra mostrar las contradicciones internas de los personajes, a quienes no se les puede encasillar de manera tan simple, como sucede en las telenovelas, a unos de buenos y a otros de malos.
He oído a otros decirlo y ahora lo compruebo con esta lectura, sumada a lecturas que he hecho de artículos de prensa, notas culturales y demás de Ramón Illán Bacca: es un autor que merece mayor atención por parte de los lectores. Que no se nos haga tarde, compremos ya sus libros.



15 de diciembre de 2.016

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