Sólo por sus acertadas dosis de salero y “concupiscencia
carnal”, y su estupenda “banda sonora” (¡qué delicia leer después de ¡Que
viva la música! otra novela igualmente musical!), he tenido para sentirme a
gusto con Maracas en la ópera; cumple con ese primer requisito de mucho
aprecio en autores como Jorge Luis Borges y Umberto Eco: entretener. Aún más,
cumple con eso otro que Borges y Eco no dejarían jamás de lado: la provocación al
intelecto.
Ramón Illán Bacca baraja a lo
prestidigitador la narración sorprendiéndome cada tanto con ases guardados bajo
la manga. Es como el crochet, un tejido en el que personajes y situaciones, se
entrelazan con maestría. A medida que avanzaba en la lectura fue como si estuviera
viendo a una señora que con sus agujas iba retorciendo las hebras, e iba
tomando forma aquello que inicialmente parecía sólo un hacer nudos.
Para mí, que en muchas ocasiones
el autor lograra sembrar la duda de si lo que estaba leyendo eran hechos reales
que no cuenta la Historia “oficial”, chismes de reuniones sociales y esquinas
de barrio, o mera invención de su imaginación, demuestra un conocimiento enorme
del oficio y un talento natural, que se evidencia cuando se parlamenta con él
(sin dudarlo: mucho mejor parlamento que aquél de los “honorables padres de la
Patria”), porque Maracas en la ópera, aun cuando la trama, la forma en
que se presenta la novela con sus divisiones, la estructura, tenga su
complejidad, es una obra impregnada de esa brillante soltura que tiene Ramón
como conversador.
Este contar otra historia de la Historia
es como si se tratara de un deliberado acto de rebeldía del escritor que se
niega a aceptar la versión de los libros escritos por historiadores de cuello
almidonado, en los cuales investiga al igual que recurre a otras fuentes. Nos
ofrece una mirada oblicua de la realidad, tan confabulada con la de aquel otro célebre
bizco a quien en vida y muerte se le conoce con el apodo de “Tuerto” y que
aparece en su novela: el poeta Luis Carlos López, aparejado de una ironía y un gracejo
tal los de Ramón; “cucarachas del mismo calabazo”, como alguien me dijo una
vez.
Oportuno es tomar del trabajo de
Estelle Irizarry titulado Seva, de Luis López Nieves: Un clásico
incalificable, las palabras que dedica a esta obra del autor puertorriqueño
bajo el capítulo “Este es un rompecabezas de difícil resolución”, puesto
que refleja exactamente el efecto que ha logrado, al menos en mi caso, Ramón
Illán Bacca con su Maracas en la ópera. En su estudio crítico Estelle
Irizarry argumenta: “[…] como rompecabezas reta al lector a comprobar su verdad
o mentira, al mismo tiempo que parece refractario a toda prueba. Como ocurre a
menudo con Borges, la mezcla de verdad y mentira está elaborada de modo tan
genial que el lector termina siendo víctima comoquiera, si suspende toda duda y
se entrega a la ficción, o si se pone a buscar datos para comprobar la
mentira.” (Estelle Irizarry, Seva, de Luis López Nieves: Un clásico
incalificable, Seva/Luis López Nieves, Colección Cara y Cruz, Editorial
Norma, 1ª edición, 1.996).
¿Por qué Maracas en la ópera?
Ajá, el título original de la novela era Bratislava, pero acertadamente se
cambió por este último. Digo yo que es tan exótico como unas maracas insertas
en una ópera presentada en La Scala de Milán, que un conde italiano, Amadeo
Antonelli-Colonna, vástago de una rancia familia de la nobleza, protagonista de
la historia europea con hechos sobresalientes y aún polémicos como la bofetada
que Sciarra Colonna le zumbara al Papa Bonifacio VIII, cuando secuestraron al
pontífice, por allá en el año 1.303, pues que es exótico que este conde, sin el
poder político ni económico de sus antepasados y con ciertas características
especiales de su personalidad (tan amante de la música como de las negras), se
haya fugado de Italia con una princesa Abisinia y después de un tiempo con ésta
en Panamá, donde ella muriera, terminara arrejuntándose con una mulata
cartagenera (prostituta y con apenas 17 años de edad) y su vida transcurriera
mayoritariamente desde entonces en el Caribe Colombiano, y que su descendencia,
dos generaciones más hasta donde termina la novela, naciera y se criara aquí,
en este Caribe Colombiano, gozando y sufriendo estrambóticas aventuras y todo
con harta música de fondo (todos ellos apasionados por la música y las negras),
en especial el aria de la ópera Escándalo en la pensión inglesa, que no
es del usurpador Azalli sino del músico japonés Yukio Mizuno, apellido nipón que
al parecer también retoñó en el municipio de Usiacurí, lugar a donde llegó
Julio Flórez en busca de aguas medicinales y encontró el amor.
Es maravilloso cómo Ramón Illán
Bacca lleva a los personajes principales, los Antonelli-Colonna, de la holgura
y hasta la gran fortuna hasta las penurias económicas, una y otra vez. Cómo
siempre se hallará a una mujer en el ojo de sus huracanadas vueltas y
revueltas, mujeres de piel oscura: “¡Kupris! ¡Astarté! ¡Astoreth!”
afrocaribeñas.
La novela tiene sus momentos
pesarosos, justos y necesarios para su equilibrio, y logra mostrar las
contradicciones internas de los personajes, a quienes no se les puede
encasillar de manera tan simple, como sucede en las telenovelas, a unos de
buenos y a otros de malos.
He oído a otros decirlo y ahora lo
compruebo con esta lectura, sumada a lecturas que he hecho de artículos de
prensa, notas culturales y demás de Ramón Illán Bacca: es un autor que merece
mayor atención por parte de los lectores. Que no se nos haga tarde, compremos
ya sus libros.
15 de diciembre de 2.016
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