“Más vale amar y haber perdido que nunca
haber amado”. ¿Quién lo dijo? No lo sé, y ahora mismo no tengo internet para
averiguarlo. ¡Al carajo las normas APA! ¿O es que me van a exigir un “abstract”?
¿Si me niego? ¡Inquisición academicista!
Frederic Henry va a su hotel. Frederic
Henry llueve. Llovía cuando la retirada del ejército, llovía cuando él huyó de
la guerra, llovía cuando salió de Italia. No hay lluvia más dolorosa que la de
Frederic Henry al salir del hospital sin su felicidad. Las heridas de la guerra
nunca dolieron tanto.
Esto es ‘Adiós a las armas’: una renuncia
a tiempo y una pérdida irremediable.
Contada como la cuenta Hemingway, todo en
‘Adiós a las armas’ tiene una simpleza… como si quisiera demostrar que la vida
es simple y, asimismo, como si quisiera demostrarnos que escribir literatura es
tan sólo “soplar y hacer botellas”. Mas no es así; la vida no es simple, y la
complejidad de la literatura de Hemingway está en hacerlo ver simple en la
superficie. Me explicaré con plastilina: Hemingway nos da un bote para que
naveguemos —como Frederic y Catherine— sobre un apacible lago, y nos deja en el
bote un equipo de buceo. El lector decide si se queda contemplando las ondulaciones
de la superficie del lago o si coge el equipo de buceo y se sumerge. De todas
maneras, si el lector no toma el equipo de buceo y se lanza al fondo del lago,
el equipo de buceo le dejará la sensación del “algo más”. Eso es lo que pasa
cuando se lee ‘Adiós a las armas’, al menos en mi caso. Y así en otras obras de
Hemingway que he tenido oportunidad de leer; pero esto que escribo es el
testimonio de que he leído ‘Adiós a las armas’, no me referiré a lo demás, como
“El viejo y el mar”, “Colinas como elefantes blancos”, “Las nieves del
Kilimanjaro”, “Los asesinos”, “Una historia natural de los muertos”…
La palabra “cotidiano” me parece clave en
el trasfondo de la técnica para escribir ‘Adiós a las armas’, y, seguramente,
toda la literatura de Ernest. Los horrores de la guerra, las lealtades de la
amistad, la esplendidez del amor, son contados como cosa ordinaria que son,
siendo extraordinarias. Ordinarias por lo cotidianas: siempre ha habido guerra,
siempre ha habido amistad, siempre ha habido amor; extraordinarias a pesar de
lo cotidiano: la guerra, la amistad, el amor sacan del fondo de los individuos
lo más vil y lo más bizarro que permanece allí en el fondo mientras no haya un
motivo para que emerjan. La guerra, el amor, la amistad magnifican todo lo que
de ordinario tenemos, haciéndolo extraordinario.
Al final de ‘Adiós a las armas’ hallamos
al hombre, solo, enfrentado a la peor de las muertes.
Domingo José Bolívar Peralta
27 de junio de 2.017.
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