Sin
duda, ‘El ruido y la furia’, su lectura, no es como pasar la
peinilla por cabello de japonesa sino pasarla por una melena
ensortijada: se tropieza con nudos que se deben soltar. Pasas
la peinilla por segunda vez y no creas que ya no encontrarás nudos;
a su paso las hebras se entrelazan y de nuevo debes desmenuzarlas
para soltar los nudos.
Si
tan difícil es leerla, me
parece que debió de ser mucho más complicado para Faulkner
escribirla, y reescribirla.
Si
partimos de la idea original, escribir un relato contado por un
“diversamente hábil”, que es la parte que le corresponde a
Benjy, ya el asunto es arduo. Pero Faulkner embrolla aún más la
idea cuando también quiere que el texto
muestre las divagaciones, los pensamientos de Quentin y Jason, además
de los de Benjy. Seguir, sin extraviarse, los diferentes vericuetos
mentales de Benjy y Quentin, ambos semejantes con la diferencia que
el segundo es un intelectual atormentado y el primero un inocente
idiota, no es sencillo. Sin embargo, leer las partes que corresponden
a Benjy y a Quentin
tienen un ingrediente que
por sí solo asombra y
mantiene al lector engolosinado con la lectura:
la poesía vertida por el
autor a través de estos dos personajes. Este solo hecho me lleva a
creer que si Quentin hubiese sido retrasado mental se comportaría y
pensaría rudimentariamente del mismo modo que Benjy, y si Benjy no
hubiese sido discapacitado mental actuaría y pensaría como Quentin.
En cambio, la parte que le corresponde a Jason tiene un
tono muy distinto, es un relato mucho menos fragmentado, muestra de
un espíritu más pragmático, más lineal, que se aparta claramente
de las
formas
de percibir e interpretar la realidad de los otros dos hermanos. Si
Benjy es un inocente idiota y Quentin un intelectual atormentado,
Jason es un individualista resentido.
Otro
de los factores que también dificulta la lectura de ‘El ruido y la
furia’ es el nada ortodoxo uso de los signos de puntuación. Debe
el lector estar muy atento de cuándo termina una oración, una
frase, cuándo se trata de una pregunta, una exclamación o una
afirmación. Este uso irregular da también pistas de esas
divagaciones y reflexiones de los hermanos Compson Bascomb y de la
forma en que se expresan los demás personajes que aparecen en la
novela, como los negros de la familia Gibson o los muchachos con que
Quentin se topa en el deambular
de su último día de vida.
Pasadas
las partes correspondientes a Benjy y Quentin, la historia que
se cuenta de los Compson Bascomb se esclarece mucho en la parte que
le toca a Jason, el prosaico. Luego viene un capítulo que rompe con
las tres partes anteriores porque ya no encontraremos divagaciones,
pensamientos de uno de los miembros de la familia, sino que aparece
el recurso de un narrador espectador
que sigue especialmente a
miembros de la familia Gibson (Dilsey, sobre todo) y a una
bibliotecaria que se
preocupa por la vida de Caddy luego de ver en una revista una foto de
ella. Esta parte de la novela abandona los muy trabajosos
experimentos formales, y si antes el lector no había podido hacer la
reconstrucción de la historia familiar de los Compson Bascomb, esta
será su última oportunidad, hasta que retome el libro. Importante
capítulo que narra el desquite final de Quentin, la hija de Caddy.
Caddy y Quentin son las figuras femeninas desafiantes de los
convencionalismos sociales y las tradiciones familiares; las rebeldes
de la mansión Compson.
El
resto es un apéndice que Faulkner escribió después. En
él hallamos un recuento histórico de la familia Compson aún
desde antes de llegar a
América, con breves biografías de
cada uno y reseña de los integrantes de la familia Gibson. Esto no
es fundamental para entender el relato de ‘El ruido y la furia’,
pero sí sirve para contextualizar esta familia desde sus inicios,
mostrarnos el linaje y su importancia histórica en la ciudad de
Jefferson, y hasta nos lleva a pensar en el legado anómalo que
precondiciona las personalidades y la disgregación y desaparición
de la familia. Puede ser que
la fuente de los males de
los hermanos Compson Bascomb es el legado familiar. La altivez de una
élite
social en
decadencia, con una madre anquilosada y un padre derrotista,
ambos incapaces de adaptarse a los cambios de finales del Siglo 19 y
comienzos del 20. Los hijos en medio de un tire y afloje entre la
madre y el padre por la forma más conveniente de criarlos.
Domingo
José Bolívar Peralta.
22
de agosto de 2.017
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