Cuando se empieza a leer
‘Otra vuelta de tuerca’ (o como sea que le quieran traducir el título),
encuentro elementos típicos de la tradición de la literatura gótica. Tan gótica
como esa reunión de personajes victorianos en una gran mansión campestre, todos
en torno al hogar, escuchando una historia extraña y macabra; reunión que es
apenas la introducción a la historia de que se ocupará el libro. De inmediato
remite esta escena a la que aconteció en Suiza, cuando reunidos Lord Byron,
John William Polidori, Mary y Percy Shelley (y si hubo más personas no tienen
peso histórico, o legendario), se impuso el reto de crear cada quien una obra
que tuviera elementos sobrenaturales, dramáticos y terroríficos (góticos), y se
dice que aquella ocasión es el germen de ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’,
de Mary Shelley, ‘El vampiro’, de John William Polidori y ‘Manfredo’, de Lord
Byron.
Viene luego la historia que
cuenta Douglas, la lectura de un libro que contiene el relato de la
institutriz. A partir de aquí James aprieta más la tuerca, agrava y renueva la
literatura gótica. Y esa vuelta de tuerca no es, a mi parecer, como adelantaría
Douglas, la presencia de dos niños como personajes principales de la narración,
sino la tenaz ambigüedad de la narración.
El foco está en la
institutriz; es ella quien nos cuenta lo sucedido en Bly, la mansión campestre
(¿acaso la misma mansión donde están los contertulios escuchando a Douglas? Y
esta otra idea ha venido, peregrina, justo en este momento en que escribo:
¡Hemos sido trasladados a esa mansión también nosotros, los lectores, que por
las artes mágicas de la literatura nos hemos convertido en parte del auditorio
de Douglas!) que es casi un castillo, o por lo menos guarda restos de lo que
fue un castillo. Es ella quien nos inquieta, nos pone a zozobrar en las medias
tintas de su relato. Redactó el manuscrito ella mucho después de su estada en
Bly, no obstante, al parecer la distancia temporal no ha sido suficiente para
que lograra una sosegada relación de los hechos. La subjetividad de la
institutriz sigue luchando con su objetividad, y esa lucha interna se percibe
en un relato que, en términos generales, no dice sino que insinúa, que no
asevera sino que supone. La misma institutriz se halla aún en la confusión, en
la incertidumbre; ella misma se pone en duda, es por ello que nosotros, los que
escuchamos (leemos) el relato, difícilmente podremos decir con certeza que lo
sucedido en Bly fue producto de manifestaciones fantasmales o si se trata de un
grave trastorno mental de la institutriz.
Ahora quiero empalmar ‘Otra
vuelta de tuerca’ con una serie de televisión: ‘American horror story. Murder
House’ (Historia de horror americana. Casa del asesinato). ¿Por qué? Porque los
fantasmas en esta serie pueden dar la clave para interpretar la aparición de
fantasmas en Bly, si aceptamos que había fantasmas en Bly.
En ‘Murder house’ los
fantasmas se aparecen a voluntad a quien deseen, e incluso tienen el poder de
interactuar con las personas y los objetos como los vivos. ¿Se acuerdan del
beso al final de ‘Ghost’ entre Sam y Molly?, pues los fantasmas de ‘Murder
house’ son capaces, sin que ello les demande un gran esfuerzo “paranormal”, de
acuchillar y embarazar a personas vivas.
En ‘Otra vuelta de tuerca’
tenemos dos personajes que la institutriz cree que son fantasmas, o al menos
eso es lo que en primer lugar se pone en duda: Jessel y Quint. Sin embargo
siempre hay algo extraño, una sospecha que recae sobre los niños Flora y Miles.
La señora Grose confirma que Quint y Jessel eran perversos y la institutriz
intuye que detrás de toda la radiante estampa de niños bellos, muy inteligentes y de noble espíritu,
hay un fondo de perversión en Miles y Flora.
La crítica tiende a razonar
sobre dos opciones: Quint y Jessel efectivamente son fantasmas que perturban la
tranquilidad de la institutriz y acechan a los niños con fines malévolos, o la
señorita institutriz tiene un tornillo flojo (una tuerca suelta). ¿Pero qué tal
si los niños son también fantasmas, y lo mismo la señora Grose, todos en Bly
excepto la institutriz? Eso explicaría en cierto modo la actitud del tío de los
niños, que sólo se limita a contratar víctimas para los fantasmas de esa
mansión campestre. Como un gato cuando atrapa un grillo, las apariciones de
Quint y Jessel, el comportamiento de los niños y de la señora Grose zarandean
emocionalmente a la institutriz y la ponen a dudar de su propia cordura. ¿Cuál
es el fin de todo esto? Pues yo, al igual que la institutriz, no tengo ninguna
certeza, no puedo asegurar con total convencimiento qué podría ser lo que
finalmente pretenden los fantasmas; quedan cabos sueltos como esa repentina
marcha de Grose con Flora y la muerte de Miles. Más ideas peregrinas: Flora y
Grose fueron asesinadas por Quint en el camino y Miles fue asesinado entretanto
por Jessel, en sus brazos, y todo esto es más o menos un repetir de fantasmas
condenados a un sórdido eterno retorno, del cual la señorita institutriz pudo
escapar de algún modo, porque ella debía morir en Bly, o enloquecer.
Domingo José Bolívar Peralta
26 de septiembre de 2.017
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