viernes, 14 de septiembre de 2018

¡Cómo te atreves! ¡Es Kawabata!


'Lo bello y lo triste', sí

·        Japón occidentalizado pero con tradiciones de su antiguo pasado. Celebran el año nuevo del calendario occidental con el tañido de las campanas de sus venerables templos. Me gustó mucho leer: “el sonido que sólo puede producir una magnífica campana antigua, un sonido que parece atronar los aires con toda la fuerza latente de un mundo lejano.” Ese mundo lejano es el Japón antiguo, muy distinto del Japón de la época en que se desarrollan los hechos referentes a la vida de Oki, Ueno y Keiko.

·        Así como a Oki el sonido de las campanas lo lleva al Japón de épocas anteriores, Ueno tiende su atención al pasado desde la ribera del río Kamo. En ambos personajes contemplamos el efecto a la vez bello y triste del tiempo en el espíritu. Lo bello: lo que fue. Lo triste: no volverá a ser. Esta misma dualidad, belleza y tristeza –dos conceptos distintos, un solo sentimiento verdadero–, es la que mantiene vivo, veinte años después, a pesar de todo, el amor de Ueno hacia Oki. No es la misma clase de amor que hubo antes; es un amor idealizado. Lo que fue ya no será, la carne está separada del recuerdo, un recuerdo “santificado”, piensa Ueno en un examen de sí misma. Así lo vemos en pasajes como este, en donde apreciamos en Ueno la terrible tendencia a dudar sobre la legitimidad de los propios sentimientos y actos como resultado de un reprochable narcisismo: “¿No querría ella, Otoko, crear una imagen pura y adorable de sí misma? Al parecer, la chica de dieciséis que amaba a Oki siempre existiría dentro de ella y nunca envejecería.” Reaparece Oki  y se activa ese inquietante ojo, el mismo que mira en ‘El libro negro’, de Orham Pamuk, ojo con el que desde adentro, pero como si miráramos desde afuera, nos vemos para criticarnos; ojo que no es fiablemente objetivo.

Oki, por su parte, veinte años después desea reencontrar aquello que dejó ir; lo suyo no es como el amor santificado de Ueno. En este aspecto, Ueno, de naturaleza melancólica, ha logrado conciliar lo bello y lo triste de su pasado, mientras que en Oki lo bello y lo triste sigue en disputa: quiere recuperar lo perdido: lo bello: a Ueno. Lo triste es que como antes, tampoco ahora parece dispuesto a dejar su hogar con Fumiko.

·        Ciertamente, la culpa que siente Oki Toshio, que cree haberle arruinado la vida a Ueno Otoko, le causa malestar. La decisión de Oki de ir a Kioto y buscar a Ueno, con un pretexto poco convincente, ha vuelto a hacerla sufrir. Ya no es la melancolía dulce que mantenía en Ueno el amor platónico que, después del distanciamiento y pasados veinte años, sentía por Oki; es dolor intenso de nuevo. La alegre relación entre Ueno y Keiko se agrieta cuando Oki vuelve. Ueno pierde otra vez en el juego del amor. Keiko se encargará de que Oki también pierda mucho más de lo que perdió la anterior vez. Quizás, para Keiko, Oki perdió una amante, la mejor, pero ganó una novela que lo lanzó al estrellato como escritor, la que le hizo además ganar mucho dinero, y conservó su hogar. Keiko seduce a Oki porque quiere saber si hay en él algo de lealtad al amor que le tenía a Ueno, y comprueba que no. Eso la enoja más, porque aparte de saber que Ueno sigue enamorada de Oki y saber que Oki aún quiere a Ueno, sabe también que es un hombre sin la capacidad de sacrificarse por ella, de dejarlo todo, como sí la ha tenido Ueno por él, como la ha tenido Keiko por Ueno: Oki no merece a Ueno, concluye, ni merece ser feliz si Ueno sufre. Debe pagar por el sufrimiento actual que le ha provocado a Ueno y por el anterior sufrimiento, cuando no fue capaz de dejar su hogar y casarse con ella.

·        “[—] La gente dice que el tiempo lo resuelve todo, pero yo tengo mis dudas acerca de eso también. ¿Qué opina usted, señorita Sakami? ¿Cree usted que la muerte es el final de todo?

—No soy tan pesimista.”

Kawabata sabe lo que escribió, y él es un gran autor, sin embargo me atrevo a preferir algunas veces no lo que él escribió sinó lo que yo hubiera escrito; en este caso, la respuesta de Keiko ha debido ser no soy tan optimista, y, por supuesto, el diálogo, en lo posterior, variará, ligeramente o del todo, en función a esta respuesta, lo cual subiría la tensión del mismo; claro, sin variar la posición de Oki respecto a la perdurabilidad del mundo ni a su deseo de absoluta desaparición de toda su obra, que es algo interesante, puesto que por lo general los artistas lo que desean es que sus obras perduren muchísimo tiempo y que su nombre ocupe un lugar destacado en la Historia.

Respecto a esto del tiempo, hay una reflexión muy interesante, tanto por las consideraciones filosóficas como por lo metafórico del lenguaje. Dice: “el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo.” No sólo se refiere a la subjetividad u objetividad con que consideramos el paso del tiempo; también a las marcas, visibles y ocultas, que vamos acumulando con el transcurrir del tiempo, es decir, a lo largo de nuestras vidas. Porque no sólo es el cuerpo el que muestra los signos del paso del tiempo: también la mente. El tiempo cósmico, impasible, eterno. El tiempo humano, existencia limitada espoleada por las corrientes de lo contingente; el interior, activo precisamente por reactivo.

·        Hay cierta identidad entre la relación de Ueno y Keiko y la relación de Oki y Ueno. Por eso hay actos semejantes. Es como si Ueno tomando el papel de Oki y Keiko el de Ueno, repitieran aquel amor. Los remordimientos de Ueno es porque se ve haciendo a Keiko el daño que hizo Oki en ella. Pero la intensidad con que aman estas mujeres es poderosa, así que Ueno, como nunca dejó de amar a Oki, tampoco puede desprenderse de Keiko. La diferencia, grande, entre estas dos relaciones es que Keiko no es como fue la púber Ueno de Oki; en Keiko hay una despierta malicia en la cual consta su capacidad de manipular y controlar que no tuvo Ueno.

·        ¿Esta es la nueva novela de Oki Toshio sobre el reencuentro con Ueno Otoko, novela en la que Keiko Sakami sirve de modelo pero no es el personaje principal porque su protagonismo no está por encima del de Ueno y el mismo Oki, la continuación de Una muchacha de dieciséis, veinte años después? Pero hay algo que puede descartar esta hipótesis: es fácil creer que si ésta fuese la novela de Oki se atrevería más en la descripción de las cópulas que, como lo es, la novela de Kawabata. Lo deduzco de, por ejemplo, cuando se dice que Oki expuso en su novela cómo probó en el cuerpo de Ueno todas las refinaciones sexuales que quiso y Ueno siempre se mostró dispuesta, complaciente y ardorosa.

Si ésta fuese la novela de Oki sobre Ueno y él, 20 años después, teniendo un tercer protagonista que es Keiko, joven y aterradoramente hermosa, apasionada y tentadora, a la vez que peligrosa, diría uno que esta novela también debería ser más explícita (ojo, explícita mas no vulgar) en lo concerniente al coito.

Apoya también la idea de que Oki, como novelista, es más atrevido que Kawabata, la siguiente muestra: “Oki se había ubicado en un sillón y había sentado a Otoko sobre sus rodillas mientras mantenía la barbilla en alto para facilitarle la tarea. Ella se inclinó ligeramente sobre él mientras hizo y deshizo el nudo varias veces.” “«Deja… Yo te haré el nudo…». En ese entonces ella tenía quince años y aquéllas habían sido sus primeras palabras después de haber perdido la virginidad en sus brazos.” “Su voz tenía una dulce nota infantil cuando le pidió que la dejara anudarle la corbata.” “El padre había muerto cuando Otoko tenía once años.” La primera parte entrecomillada en el texto va varias líneas después de la segunda, tercera y cuarta, y las últimas tres sí van en el original sucedidas una de la otra, separadas por líneas de texto en medio. Lo pongo así porque es una escena, y considero que es, aún ahora, motivo de polémica por su trasfondo: un hombre de 30 años que sienta en sus piernas a una quinceañera después de haberla desvirgado, la voz infantil de ella, huérfana de padre. Aparte de ésta, Kawabata se contiene demasiado en el resto de escenas con contenido erótico. Supongo que en la novela de Oki la escena es aún más escandalosa. No podemos argüir que por ser japonés Kawabata no va más lejos en los pasajes eróticos, porque de sobra se sabe que el arte japonés, desde épocas remotas, está lleno de motivos eróticos muy explícitos, y si por mi parte se pide más atrevimiento en esta obra a Kawabata es porque la misma da para más. Keiko y Ueno son mujeres muy pasionales, sexualmente desinhibidas (incluso la abstinencia sexual de Ueno hasta que aparece Keiko en su vida, responde a una sexualidad libre: decidida a conservar su cuerpo con las huellas del único amor, rompe su ayuno con este otro amor, distinto al anterior). Oki es un sátiro. Taichiro un inexperto bajo el poder de seducción de Keiko. Hay para calentar las entrepiernas un poco más. Y se puede hacer sin perder delicadeza. De acuerdo, el cine es distinto a la literatura, mas ambos son arte cuando alcanzan cierta altura estética. Nagisa Oshima con su ‘Imperio de los sentidos’, muy japonés, nos mostró cómo ser explícitos sexualmente sin ser vulgares. No dudo que Kawabata pudo haber logrado algo semejante.

·        Si hubiese sido más intenso en lo sexual, habría Kawabata potenciado en esta novela otro de los clásicos dúos de la literatura: sexo y muerte.

·        La muerte está muy presente. Amenaza y hecho cumplido. Hay dos abortos, el de Ueno y el de Fumiko. El intento de suicidio de Ueno. La probable muerte violenta de Taichiro, posiblemente asesinado por Keiko. La madre de Ueno muere dentro de lo normal que es morir por el desgaste del cuerpo en la ancianidad.

ü La muerte “prematura”: los bebés.
ü La muerte “aplazada”: Ueno, Oki, Fumiko e incluso Keiko.
ü La muerte “en su momento”: la madre de Ueno.
ü La muerte “inesperada”: Taichiro.

Suicidio. Kawabata se suicidó, y se suicidó su pupilo Yukio Mishima. Keiko Sakami dijo: “No temo al suicidio. Lo peor que puede ocurrir es que uno se harte de la vida.”

·        Siguiendo la estela de la muerte, pero tocando otro punto, “La madre de Otoko había muerto de cáncer pulmonar, sin revelarle que su marido había tenido una hija con otra mujer y que, por lo tanto, Otoko tenía una media hermana menor que ella. Otoko siempre lo había ignorado.”

Esta parte de la novela pudo tratarse como otro capítulo. Aparte de eso, esta es una de las veredas que aparecen en la novela que no llevan a ninguna parte. A Taichiro, me parece, faltó caracterizarlo más. Es un personaje al que le falta vida, y para colmo parece que muere pronto. Por demás, poco sabemos de la hermana de Taichiro que incluso ahora, que redacto esta joda, no recuerdo su nombre ni me parece necesario ir a buscarlo en el libro. Esa mujercita ni siquiera hace una llamada para chismosear con su madre ni para enterarse sobre el asunto de Keiko y Taichiro. Dostoievski no se hubiera permitido tales omisiones.

·        El relato, cuando estamos con Ueno y Keiko, pintoras, acorde a ellas, está colmado de contemplaciones y efectos sensoriales visuales así como de digresiones sobre el arte pictórico. Cuando estamos con Oki, acorde a él, un novelista, el relato se puebla de consideraciones sobre el arte literario, el lenguaje, técnicas de escritura y de edición.

·        La sutileza de Kawabata se ve reflejada con fidelidad en el pasaje en que Fumiko está en la cocina y Oki en el comedor, iniciando el capítulo ‘Mechones de pelo negro’. Bonita escena doméstica, por lo graciosa que se presenta, aunque detrás —detrás de su afable apariencia— haya una tensa, enojosa disputa que aún no estalla.

·        ¿Coincidencia o destino? Lo siniestro rondando las lecturas del Clan, buscando una grieta en la realidad para irrumpir en las sesiones como ficción tangible, concreta como las obras de las administraciones distritales de nuestra florentina renacentista flamante familia gobernante. Hallamos en ‘Lo bello y lo feo’, justo después de haber leído ‘El hombre duplicado’, lo que sigue, y no deja de ponerme la piel de gallina leerlo: “Quería transmitir la inquietante sensación de que aquella muchacha era dos a la vez, que las dos eran una que, o quizá, no eran ni una ni dos.” Espeluznante. Y todavía no llegamos al mes de octubre, cuando los portales se abren.

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