(Nota del autor: Si
a usted no le gusta que le cuenten la película antes de verla, le sugiero que
vaya al cine antes de encontrarse con el amigo que le gusta contarlas o evite
encontrarse con él como le sea posible. Del mismo modo, si no quiere que le
arruine su futura o aún inconclusa lectura de ‘El hombre duplicado’, no siga
leyendo este opúsculo.)
El
caos es un orden por descifrar
LIBRO DE LOS CONTRARIOS
Quiero volver, sin demorarme mucho en ello, a una idea tratada
anteriormente en otros textos publicados en mi blog[1], invocada
por el segundo epígrafe de la obra objeto de este inconcienzudo estudio, que dice:
Creo sinceramente haber interceptado
muchos pensamientos que los cielos destinaban a otro hombre.
Laurence Sterne.
Jorge Luis Borges hablaba (me cito citándolo a un café) “de un
inmortal o longevo que “trabaja con almas de hombres que duermen y abarca
continentes y siglos”, y agrega: “la serie de sueños y de trabajos no ha tocado
a su fin.”” (¡A la verga las normas APA!, grita el capitán pirata.)
Encuentro, epigrafiado
por Saramago, a este Laurence Sterne, quien parece dar a entender que tiene o sospecha
tener esa percepción extraordinaria, la cual no se produce de manera onírica
sinó más bien que se da en estado de vigilia. O puede interpretarse que
aquellos pensamientos que los cielos destinaban a otro hombre, Sterne los captura,
intencionadamente o no, en sueños, que bien podrían ser sueños lúcidos, o en un
estado de éxtasis, quizás en lo fisiológico semejante al sueño.
No deja de llamar la atención que los artistas especulen o
aseveren sobre el origen de la sustancia que nutre sus obras, atribuyéndolo a
entidades etéreas capaces de penetrar o susceptibles de ser captadas por las
mentes humanas.
Pero esto es, tal vez,
desviarnos de la intención de Saramago, porque el epígrafe lo que nos quiere
dar a entender es que esos pensamientos interceptados por Laurence Sterne, los
cielos los destinaban a otro hombre determinado: su doble.
Unicidad y dualidad
Haz y envés
Apenas iniciando la novela ya hallamos el primer indicio de
problema de identidad que desarrollará: “tiene en su documento de identidad un
nombre nada corriente, de cierto sabor clásico que el tiempo ha transformado en
vetusto, nada menos que Tertuliano Máximo Afonso.”
¿Qué puede decir el documento de identidad sobre nuestra
identidad? Estado civil, fecha de nacimiento y edad, lugar de nacimiento, sexo
o género, tipo de sangre, nombres y apellidos… ¿Estos datos revelan algo de
nuestra identidad profunda? Nombres y apellidos; ¿acaso si cambiamos de nombres
y apellidos cambiamos de veras nuestra identidad? A Tertuliano le desagrada
llamarse Tertuliano. Bueno, digo yo, peor es que se llame Yubisnais Máximo
Afonso o, ¡eche!, que se llame Naik Prins (por Nike Prince) Máximo Afonso,
cole. De hecho, Domingo José quizás fue un nombre de moda en el siglo 19 o
desde antes. Me basta con saber, y viene a cuento porque estamos tratando el
tema del doble, que Rubén Darío le dedicó a un Domingo Bolívar un poema que
bien me queda: ‘Melancolía’. Pero el nombre no hace la identidad, porque en mi
propio caso, en la actualidad hay más de dos Domingo José Bolívar en mi familia,
y no hay riesgos de que me vea repetido en ellos.
¿Qué carajos es, en últimas, la identidad; los datos que sobre
nosotros se registran, cosa más bien superficial, o algo trascendental que
quizás ni siquiera tenga que ver con estos datos?
Buscando en la identidad, la personalidad, el yo, el ser
interior o como quieran, que las palabras también tienen su cuento aquí, de
Tertuliano Máximo Afonso, al hombre le sucede lo que nos sucede a todos: se
desdobla. Una parte de la psiquis de Tertuliano Máximo Afonso es la que se
identifica como “sentido común”, y con ésta el yo Tertuliano Máximo Afonso
sostiene conversaciones, las más discusiones. Divididos estamos entre lo que
hacemos y lo que queremos hacer, lo que elegimos y lo que creemos debimos
elegir. Las disyuntivas en la vida nos dividen en nuestro interior. Pero no
sólo en dos, como vemos que a Tertuliano Máximo Afonso lo asaltan otras voces
interiores, al menos una, aparte de aquella que se hace llamar “sentido común”.
Agravante de la cuestión de la identidad de Tertuliano Máximo
Afonso es que aparece un doble suyo, alguien que en su aspecto físico es
absolutamente igual a él, y es un actor, un hombre que debe dejar su identidad
a un lado cuando se mete en los zapatos de los personajes que interpreta en el
cine, y casos hemos visto de actores que han sido absorbidos por personajes
interpretados por ellos, como el de aquel que décadas atrás hizo de Simón
Bolívar en una teleserie colombiana y su caso fue versionado en el cine con la película ‘Bolívar soy yo’. Este mismo
actor doble de Tertuliano Máximo Afonso, cuyo nombre real (¡ja!) es Antonio
Claro, usa el pseudónimo o nombre artístico (no heterónimo, en todo caso, señala
con sarcasmo Tertuliano Máximo Afonso) de Daniel Santa-Clara. ¿El nombre, que no
hace la identidad, la puede desmentir?
El fenómeno de la pérdida de identidad no es individual. Cito:
“todo me cansa y aburre, esta maldita rutina, esta repetición, esta uniformidad”.
Los días que se parecen unos a otros, producto de la homogeneización, y hasta pasteurización, de la masa bajo la
dictadura de las industrias culturales,
ahora dizque economía naranja
(recordando de pronto el químico utilizado por el ejército gringo para
bombardear Vietnam, ése que provocó que una niña desnuda apareciera en las
primeras planas y portadas de diarios y revistas) de la sociedad de consumo y
las obligaciones diarias que nos impone la feroz economía capitalista
neoliberal, las cuales ordenan los usos y costumbres y estrechan nuestro margen
de acción, nuestra espontaneidad (véase la vieja película ‘Tiempos modernos’,
de Charles Chaplin), producen efecto idéntico en el colectivo humano: pérdida
de la identidad tanto en individuos como en naciones en beneficio de la
maquinaria económica. Una canción de la banda alemana Rammsteim, titulada ‘America’:
el vocalista reconoce que no canta en su lengua materna; lo hace en inglés, y
así, toda la letra de la canción nos habla de esta homogeneización de la cultura: “todos somos América”, es decir
todos hemos sido aculturizados por
los Estados Unidos de América; pero la cultura estadounidense es, acaso, el doppelgänger de la cultura europea.
Poniendo el espejo en la Historia, finalmente, amigos de Rammsteim, todos somos
Europa. ¿No es así, Tertuliano Máximo Afonso? Pero si ponemos este espejo más
atrás, en la Prehistoria (asómbrense, supremacistas arios), todos somos África,
que es la cuna de la especie (según los paleoantropólogos) y por tanto donde se
configuraron las primeras manifestaciones culturales humanas. Acabo de seguir
el método de estudio de la Historia predicado por Tertuliano Máximo Afonso:
partir del presente e ir en descenso hasta la
bruma de los tiempos.
El mismo narrador, personaje de la novela, es José Saramago,
el autor de la novela, desdoblado. La ficción infiltrando la realidad y la
realidad incluida en la ficción. Los sueños también son dos caras del mismo
mundo humano; en la novela los casos en que los sueños intervienen en los
estados de ánimo de los personajes y al revés, los estados de ánimo que
influyen en los sueños, dan cuenta de que las fronteras entre lo real, lo
imaginario y lo onírico no están tan indiscutiblemente demarcadas como lo están
los muros levantados por los israelíes en la de un dios maldita Tierra Santa o el aún inmaterial muro de
Donald Trump, que no obstante, existe.
Siendo José Saramago portugués y abordando en esta novela el
tema del sosia para tratar de la identidad, no podíamos obviar a un paisano
suyo. Creo verlo insinuado (e hice la insinuación a ello unos párrafos atrás)
en este fragmento de un diálogo que Tertuliano Máximo Afonso sostiene con la
señora Carolina Afonso, la madre de él: “del apellido Claro se sacó el
seudónimo Santa-Clara, No es un seudónimo, es un nombre artístico, Ya, el otro
tampoco quiso la vulgaridad plebeya del seudónimo, le puso heterónimo”. En Fernando
Pessoa la personalidad del poeta se desdobla en varias y cada personaje es
distinto a los demás en su forma de pensar y sentir, plasmada en los versos que
les correspondan. La malicia con que Tertuliano Máximo Afonso se refiere a ese
otro, Pessoa supongo, no viene al caso examinarla aquí.
Siendo el tema del doble, el sosia, el doppelgänger, el otro una
tradición de muy vieja data, con abundantes formas de ser abordado y harto
explorado en lo que se conoce como literatura
gótica, no nos es difícil hallar referentes como ‘Frankenstein, o el
moderno Prometeo’, de Mary Shelley; ‘El extraño caso del doctor Jekyll y el
señor Hyde’, de Robert Louis Stevenson; ‘El hombre doble’, de Marcel Schwob… A
continuación me atreveré a transcribir un párrafo tomado de un blog del que soy
subscriptor, El espejo gótico, que expone con claridad la tesis del autor sobre
lo que representa el tema del doble en la literatura: “El Doppelgänger o Doble
destruye además la idea de unicidad del ser, de que somos uno e indivisibles.
El Doble encarna la posibilidad de que el Yo no sea un elemento unificado, es
decir, que hay otras regiones en nosotros mismos que no son
"nosotros", y que en consecuencia nos enfrentan con la fragilidad del
ser y la existencia. En otras palabras, que si el sujeto es apenas la
superficie de un ser más grande y desconocido, un Yo repleto de regiones a las
que no podemos acceder, entonces el Otro es quien existe y nosotros sólo somos
para que el Otro exista.”[2] En
efecto, en ‘El hombre duplicado hallamos a Tertuliano Máximo Afonso confrontado
por esa parte de su ser que llama “sentido común” y con la presencia de al
menos otra voz dentro de sí, aparte que su sosia Antonio Claro tiene una
personalidad más bien ligera y sibarita, contraria a la suya.
Otro caso de dobles en la literatura, que también ha buscado
dar otra perspectiva al asunto, como lo ha hecho Saramago con su novela, podría
ser el de la noveleta de Carlos Fuentes, ‘Aura’. Montero vendría a ser el doble
de un hombre fallecido hace mucho: el general Llorente; mientras que Aura, un
personaje más bien fantasmal, es el doble de Consuelo. No los dobles idénticos
o muy semejantes en el aspecto exterior (como no lo es el Sr. Hyde del Dr. Jekill,
pero tampoco en el sentido de dobles antagónicos de estos dos personajes), sino
dobles para completar aquello que hace falta, dobles al servicio de anhelos;
dobles para que se produzca un encuentro y se desate una pasión sólo posible en
el ámbito de lo mágico.
Hay otra clase de doble que causa zozobra y cuestionamientos
éticos, doble que no sólo pertenece al mundo de la ficción sino que es más que
una posibilidad una probabilidad en nuestra realidad actual y futura: el clon.
Desbaratando el carrito
eléctrico
Nos interpela, a nosotros, los lectores, el narrador con
frecuencia. Como si escapara del ámbito de la ficción para infiltrarse en
nuestra realidad, o, al revés, nos apresara para introducirnos en su ficción. Nos
empuja su presencia incorpórea cuando dice “la fecha en que estamos”, y de esta
manera nos indica el tiempo en que se desarrolla la narración en ese momento,
que es tiempo presente, o pasado reciente, que es el presente en su forma más
volátil, es decir, sobre los hechos que acaban de suceder.
Relato en tercera persona; pero este “estamos”, primera
persona, plural, tal vez venga a cuento para jugar con el asunto de la
identidad y la duplicidad del título. O sólo nos indica que el narrador está
inmerso también en la narración, hace parte de los hechos contados, un
observador-actor. Uno de los apartes de la novela en donde se cruzan los
niveles con los que el narrador trabaja y claramente vemos su intervención en
el mundo de la ficción (el de Tertuliano Máximo Afonso) y nuestro mundo… real
(el de los lectores) está en esta escena: “Fue precisamente lo que le sucedió a
Tertuliano Máximo Afonso. Se miraba al espejo como quien se mira al espejo
únicamente para evaluar los estragos de una noche mal dormida, en eso pensaba y
nada más, cuando, de repente, la desafortunada reflexión del narrador sobre sus
trazos físicos y la problemática eventualidad de que en un día futuro,
auxiliados por la demostración de talento suficiente, pudieran llegar a ser
puestos al servicio del arte teatral o del arte cinematográfico, desencadenó en
él una reacción que no será exagerado clasificar como terrible. Si el tipo que
hizo de recepcionista estuviese aquí, pensó dramáticamente, si estuviese aquí
delante de este espejo, la cara que de sí mismo vería sería ésta.” La
“desafortunada reflexión del narrador” penetra en el pensamiento de Tertuliano
Máximo Afonso, y nos lo está contando, a nosotros, los lectores, el narrador
como si nada, la cosa más natural que el narrador de una novela influya en los
pensamientos y actos de un personaje de la novela, poniéndonos a la vez a
nosotros, los lectores, a reflexionar sobre esa realidad que puede ser invadida
por la ficción. Volvemos la vista a los señores Jorge Luis Borges, Howard
Phillips Lovecraft y Roberto Arlt y los tres se encogen de hombros.
Metaliteratura,
palabra técnica para referirnos a la literatura que se comenta a sí misma, o
dicho de otra forma, que se mira ante el espejo, nos dice lo que ve y nos
insinúa o manifiesta aquello en lo que deberíamos prestar atención. El narrador
de esta novela es un total metaliterato,
quien con desparpajo y descaro extiende sobre líneas su dedo índice para demostrarnos
que «es mi relato». Hace digresiones y circunvoluciones que subvierten el orden
de la narración, el cual, de todas maneras, en líneas generales, es lineal. No
teme el narrador ser partícipe de la narración, sin ser un personaje dentro de
los hechos que narra, como cuando cuenta: “Ya en el autobús que lo dejará cerca del
edificio donde vive hace media docena de años, o sea, desde que se divorció,
Máximo Afonso, empleamos aquí la versión abreviada del nombre porque ante
nuestros ojos lo autoriza aquel que es su único señor y dueño, pero sobre todo
porque la palabra Tertuliano, estando tan próxima, apenas tres líneas atrás,
acabaría perjudicando gravemente la fluidez de la narrativa, Máximo Afonso,
decíamos […]” No obstante, habiendo llegado al punto final de la novela, la
razón aquí expuesta respecto a no usar completo el Tertuliano Máximo Afonso es un chiste (aparte del hecho sucedido
en la tienda de videos), porque el narrador casi siempre usará el nombre
completo en toda la narración para referirse a este hombre, identificarlo, y
asimismo usará completo el Daniel Santa-Clara y más propiamente el Antonio
Claro para identificar al otro hombre duplicado, y la consideración sobre la
fluidez de la narración queda sin piso. Es un narrador que juega con el lector
y hasta lo reta. Asegura el narrador que Tertuliano Máximo Afonso “ante
nuestros ojos lo autoriza” a usar sólo los apellidos, Máximo Afonso. Solemne
mentira. Una de las tantas chanzas del narrador. Lo ocurrido en la tienda de
videos no pasa de un simple desaguisado más en la vida de Tertuliano Máximo
Afonso por cargar ese nombre anticuado, Tertuliano, y él no ha autorizado nada;
es el narrador quien se autoriza, porque es el dueño del relato, el dios que
sobrevuela ese mundo en el que se mueve Tertuliano Máximo Afonso.
“Nos faltó decir”. En efecto, el narrador oscila en su relato
haciéndolo a la manera clásica: tercera persona, omnisciente; y la manera ésta
en que osa hacer énfasis, para que no lo olvide el lector, de que él está
relatando, y se autorreferencia en primera persona del plural. Otra muestra de
las reafirmaciones metaliterarias del narrador es cuando leemos: “también esta
información estaba faltando”. El narrador no se conforma con sólo contar la
historia que nos quiere contar de Tertuliano; se dirige al lector, le habla a
ese otro que es el receptor de su relato, llamándonos la atención sobre ciertos
detalles, haciendo rodeos y elipsis para después retomar algún punto de la
narración y enfatizar algo.
“El diálogo podría haber sucedido más o menos de esta manera
si el filme mereciese los elogios, pero las cosas, en realidad, ocurrieron
mucho menos ditirámbicamente”. El narrador llena espacios de la narración haciendo
suposiciones o señalando derroteros distintos por donde pudo transcurrir la
acción, y descartados éstos nos conduce por los hechos que él mismo dice son
los que efectivamente sucedieron; el narrador ya sabe todo, de antemano, y si
se pone a divagar, a esbozar diferentes caminos por los que ha podido seguir la
narración, los personajes, el flujo de pensamiento, etcétera, es sólo para
enfatizar las decisiones, las ideas, los caminos tomados. Una forma más de
hacerse notar como el que lleva la batuta. Sin duda, este narrador omnisciente
es el dios de su relato. Conocedor del pasado y el futuro, de las posibilidades
y probabilidades dentro del mismo, irónico hasta la médula de su literaria
existencia, salta hasta nosotros con la suficiencia de saberse amo absoluto del
mundo que leemos, y también de presumirse amo de nuestra atención mientras
leemos, o sea, extiende su poder fuera del mundo de la ficción. Sin embargo,
esto que acabo de consignar no debe entenderse como que digo que el narrador es
un personaje fastidioso, detestable y que en vez de favorecer perjudica a la
novela por sus frondosas digresiones y exhortaciones; no, es más bien
fascinante, un brujo dicharachero mas no banal, que enriquece el texto con apuntes
que alimentan nuestro intelecto, nos pone a trabajar con la materia propia del
relato y la que no pertenece al relato, o colateral a éste, que son sus
digresiones y exhortaciones.
Entre los recursos o trucos tenemos el de la duplicación en la
narración, cuyo objetivo es tocar ideas recurrentes en las digresiones del
narrador: los dúos de posibilidad - probabilidad y casualidad o azar -
causalidad o destino. “No es ninguna obra maestra del cine [Quien no se amaña
no se apaña], pero te entretendrá durante hora y media”. El narrador ya nos
había contado sobre la aparición de esta película en la vida de Tertuliano
Máximo Afonso, mostrándonos primero a nuestro unívoco protagonista yendo a una (obsoleta
en nuestros días) tienda de videos para alquilarla, siguiéndole un posible
diálogo que no sucedió entre nuestro profesor de Historia y el profesor de
Matemáticas en el que éste último le recomendaría tal película, porque luego
nos presenta un diálogo que sí sucedió en el que tenemos a Tertuliano Máximo
Afonso y el matemático mentando la película funesta.
En lo que concierne al uso de los signos de puntuación, la
marcación de diálogos y la manera de focalizar las voces de los personajes y la
del narrador, Saramago es un escritor que crea su propia ortodoxia; es decir,
la técnica que emplea es poco acorde con lo que se enseña en talleres de
escritura y seguro no es un autor que recomienden a sus alumnos los profesores
colegas de Tertuliano Máximo Afonso que enseñan literatura; a menos que quieran
enseñar que en literatura las ortodoxias gramatical y estilística pueden ser un
asunto de técnica particular. En esto es muy importante definir las voces, cómo
se expresan los personajes (entre los cuales se cuenta el narrador); así
podemos enterarnos de quién tiene la palabra en un momento dado. Por ejemplo,
Tertuliano Máximo Afonso es un tipo cuya parla es bastante culta, acartonada, y
por lo mismo los críticos (la ortodoxia) dirán que poco natural, por lo tanto
no es verosímil. Sin embargo, dentro de este universo que es ‘El hombre
duplicado’, la personalidad de Tertuliano Máximo Afonso ha sido construida para
que se exprese como lo hace, y el narrador, muchas veces, anticipándose, encara
a la crítica, trabajo también metaliterario, explicando o criticando la
personalidad y actuaciones de éste y otros personajes. También debe observarse, para saber cuándo
acaban las palabras de uno y empiezan las de otro, en especial entre narrador y
personajes, las formas en que aparecen conjugados los verbos, porque indican situaciones
temporáneas distintas entre éstos.
He dicho que el narrador muchas veces explica o critica la
personalidad y las actuaciones de Tertuliano Máximo Afonso. De él encontramos
esta censura al profesor: “Como profesor, y de Historia para colmo, este
Tertuliano Máximo Afonso, vista la escena que acabamos de presenciar en la
cocina, que confía su futuro inmediato, y por ventura el que vendrá después, a
tres migajas de pan y a un juego infantil y sin sentido, es un mal ejemplo para
los adolescentes que el destino, el mismo u otro, pone en sus manos”. Ajá, uno
de los dogmas enseñados en talleres literarios y por autoridades en la materia es
que el narrador jamás debe juzgar a sus personajes, no interferir con sus
juicios en la narración. El narrador debe ser imparcial y lo más objetivo
posible, que sean los hechos y los personajes los que digan, y los lectores
quienes juzguen. Saramago manda al carajo el dogma.
Sagaz, el narrador se anticipa a la crítica al razonar sobre
las características y circunstancias de los personajes; mas también, y no
raramente, aunque sí muy raro es, lo hace al razonar sobre sí mismo en lo
concerniente a las vías elegidas para conducir su relato, y lo más audaz aún, se
atreve a criticar entre líneas o explícito, siempre irónico, las razones que
expondrían los críticos al censurar tal o cual cosa de la novela, en especial
al narrador mismo.
Abónase a Saramago que nos ha sabido mantener a la
expectativa. El esperado encuentro entre los dobles es aplazado por una buena
cantidad de páginas y una vez efectuada la cita, la sucesión de eventos a
partir de ahí van aumentando la zozobra por lo que va a ocurrir después, y
luego… El final.
La novela, por el tema del doble, pasa a formar parte de una tradición
literaria, como ya se ha consignado, muy antigua que ganó mucha notoriedad y
estableció un tono macabro con la literatura gótica. En esta obra Saramago
elude el tono siniestro, y para ello la ironía del narrador cumple tal
objetivo, pero no lo abandona del todo; encontramos aparte de la inquietante
idea del doble, sensaciones de dèja vu y de presencias, presentimientos o
conocimientos subconscientes... Saramago saca un catálogo de “paranormalidades”,
sin ser el relato abiertamente tenebroso sino más bien un caso de perturbación
de la cotidianidad de un hombre, perturbación semejante a la que hallamos en la
obra ‘La paloma’, del escritor francés Patrick Süskind. Pero nos reserva un
golpe, contundente. De cualquier modo, es un relato que cumple con lo
siguiente: “Tal como lo señala M.R. James, el objeto del relato de terror no es
asustar, sino inquietar”[3].
Disquisiciones colaterales
del narrador (autor) o del lector que sustancian la obra
Uno de los varios puntos sobre los que insiste el narrador es
el del “caso improbable, aunque posible”. Diferencia entre lo probable y lo
posible, que usualmente se tienen como sinónimos llanos. Es en el fondo, y así
lo vemos en la novela con otros ejemplos propios del narrador y diálogos entre
personajes, la crítica lingüística, las palabras que dejan de ser exactas, que
no alcanzan para definir la realidad cambiante, que aún no se inventan para
estados de la realidad que se señalan con palabras que pertenecen a otros
estados de la realidad, y llevan a confusión, a malentendidos (preocupación que
hallamos en otros autores, como Paul Auster: el paraguas roto, que ya no es
paraguas porque no protege de la lluvia, pero se sigue llamando paraguas). Esta
imperfección en el lenguaje es a la vez lo que posibilita la literatura como
arte porque la literatura, entre otras cosas, se dedica a hallar esas grietas
en las palabras y las explota, paradójicamente, para enriquecer la
comunicación. El narrador de la novela (Saramago, por demás) expone y argumenta
una hipótesis que denomina de los “subtonos”, porque las mismas palabras
significan una u otra cosa según la entonación y el contexto de las mismas en
la expresión verbal y escrita. Por eso hablamos de leer entre líneas, de los
significados dobles (razón por la que se trata este asunto), de las metáforas,
alegorías, sinestesias… La maravillosa ambigüedad de que hace gala el arte de
la literatura.
Otro punto. Vemos a Tertuliano Máximo Afonso “salir a cenar a
un restaurante cercano, donde ya es conocido por la poca consideración que
demuestra por la carta, no por actitudes soberbias de cliente insatisfecho,
sino por indiferencia, abstracción, por pereza de tener que escoger un plato
entre los que le proponen en la corta lista de sobra conocida”. Este Tertuliano
Máximo Afonso que demuestra en su actitud cierto grado de vacío existencial por
la conciencia de la nada aniquiladora, no llega aún hasta el punto de la nada tiene importancia que enmarca el
desinterés y el dejarse llevar por la corriente de Mersault y menos a los
excesos violentos y dramáticos de Calígula (personajes de Albert Camus). No
obstante, hallar un “duplicado” pone en marcha dentro de sí un mecanismo
instintivo o, si lo prefieren, subconsciente que lo asusta, porque se trata de
la defensa de lo único que es él en su efímero existir antes de caer en la nada
que lo aniquilará por completo: su identidad, cualquiera que esta sea.
Actitud del profesor Tertuliano Máximo Afonso que recuerda a
Mersault, y levanta en el relator el ánimo de exponer ideas que podemos asociar
con el existencialismo, así que no es peregrina la memoria del protagonista de
‘El extranjero’ o ‘El extraño’, como sea su traducción más certera (duplicidad
hasta en la traducción acabo de hallar). Saramago es un escritor de raigambre
existencial; sus libros tratan de la posición ética y moral del hombre respecto
a su identidad y su discurrir como ser vivo con conciencia de sí mismo y de su
entorno, de lo que ha sido, es y será o podría ser, las relaciones no sólo con
los de su misma especie sino con el universo que habita, y su noción de deber,
es decir, su responsabilidad en todo cuanto haga o deje de hacer.
Otro punto. En este discurrir humano, ser efímero, como todo,
aunque no lo sabemos con certeza, ensarta la Historia, cúmulo de datos que no
son capaces de reconstruir en su totalidad el devenir de nuestra especie. Peor
aún, la Historia no pasa de ser la versión de los historiadores. Se repite en
una y otra voz que “quien no conoce la Historia está condenado a repetirla”. Se
repite la frase porque nos repetimos como loros lo que no sabemos (y Sócrates
desde la nada nos grita: «¡Ni ustedes, gente del siglo 21, saben nada!»). La
Historia no la sabemos completa, por eso hay novela histórica e historia
novelada, para rellenar con supuestos algunos huecos. Somos la Historia de
atrás para adelante; pero adelante, ¿qué hay adelante? Quizás una historia
condenada a repetirse, el horror del eterno
retorno, el martillo de Nietzsche, si así seguimos. La propuesta de
Tertuliano Máximo Afonso de enseñar la Historia de ahora hacia atrás no es
insensata, si se examina bien. Las razones con las que el personaje convence al
director del colegio son suficientes para hacernos tomar en serio dicha idea, o
la Historia nos seguirá sonriendo con sorna como hacían los colegas de
Tertuliano Máximo Afonso cada vez que expresaba la idea, sin explicarla, en
reunión de profesores. En esta historia particular, Tertuliano Máximo Afonso
partió del presente hacia el pasado para constatar la identidad de un hombre:
su doble: Daniel Santa-Clara, más al fondo, Antonio Claro. Para verificar la
exacta duplicidad del rostro suyo en el actor de cine, buscó una fotografía
suya de hace cinco años. El narrador por su parte reprochó que Tertuliano
Máximo Afonso no viera las películas en que probablemente apareciera Daniel
Santa-Clara (Antonio Claro) de la más reciente a la más antigua.
Aparece otro punto: la fuerza de la costumbre. A punta de
repeticiones, nuestras y heredadas, se pierde la razón de los actos, el yo da
paso a un autómata que no somos, una máquina biológica que no reflexiona sobre
sus propias acciones. Y por costumbre hacemos cosas que ya no debiéramos hacer,
mantenemos tradiciones que no se deben mantener, reiteramos errores sin darnos
cuenta. También, por costumbre nos repetimos a nosotros mismos. Las rutinas, de
las que se quejaba Tertuliano Máximo Afonso, tienen que ver mucho con uno
mismo. La vida de Tertuliano Máximo Afonso es, como la escritura completa de su
nombre y apellidos, la repetición de la repetidera. ¡Claro que ha de estar
deprimido, fatigado de hastío! ¡Está harto de sí mismo, de repetirse tanto!
Otro punto. Esta sea tal vez una idea o una conclusión propia
de Saramago fuera del contexto de la novela, al analizar el contenido
ideológico, propagandístico de muchas películas, especialmente gringas como ‘Día
de la independencia’, ‘Hombres de negro’, ‘La caída del halcón negro’, ‘Rescatando
al soldado el Brayan’...: “así como
la Historia que escribimos, estudiamos o enseñamos va haciendo penetrar en cada
línea, en cada palabra y hasta en cada fecha lo que he llamado señales
ideológicas, inherentes no sólo a la interpretación de los hechos sino también
al lenguaje con que los expresamos, sin olvidar los diversos tipos y grados de
intencionalidad en el uso que del mismo lenguaje hacemos, así también el cine,
modo de contar historias que, por obra de su particular eficacia, actúa sobre
los propios contenidos de la Historia, contaminándolos y deformándolos de
alguna manera, así también el cine, insisto, participa, con mucha mayor rapidez
y no menor intencionalidad, en la propagación generalizada de toda una red de
esas señales ideológicas, por lo general orientadas interesadamente”. No hay
mucho qué aclarar, y si el texto entrecomillado les ha parecido recargado, el
mismo Tertuliano Máximo Afonso se disculpa; ya se dijo que su forma de hablar
es acartonada.
Otro punto. Extraigo de la
novela estas pocas líneas para tratar brevemente otro asunto: “Quiere esto
decir que Daniel Santa-Clara quizá pudiera llegar a ser un gran artista si lo
eligiera la fortuna para ser mirado con ojos de ver y un productor sagaz y
amante de riesgos, de esos que si, a veces, les da por deshacer estrellas de
primera grandeza, también a veces, magníficamente, les da por sacarles brillo.”
Había dicho que entre los conceptos que con reiteración el narrador ausculta
valiéndose de los hechos que relata y de las personalidades de los personajes
que trata, están “los dúos de posibilidad - probabilidad y casualidad o azar -
causalidad o destino”. Los había mencionado como parte de los trucos del
narrador aplicados a su técnica narrativa, pues les sirven de motivo para ir y
volver en el relato. Mas son una preocupación en sí mismos, y concatenados a las
especulaciones sobre la Historia y el desarrollo de la identidad, la
personalidad, nos ponemos frente a una ecuación con dos incógnitas, o peor aún,
ante ‘El sendero de caminos que se bifurcan’, apelando a la lúcida visión de
Borges. Nuestro ser, identidad, yo, expuesto siempre a los designios de una
fuerza externa, superior. Se dice que la personalidad se construye en los
primeros años de vida, creo que de los 3 a los 6 años ya se define gran parte
de nuestro temperamento (no tengo ahora mismo libros, periódicos, revistas ni
internet para hacer las respectivas consultas, me perdonan). Es decir, nuestro
yo se delinea en sus perfiles más rotundos en una edad en la que somos todavía
incapaces de sostenernos en la vida por cuenta propia, cuando dependemos
muchísimo de otros. En esos años que no gobernamos prácticamente nada, serán
las personas y los acontecimientos a nuestro alrededor los que moldeen nuestra
personalidad: estamos expuestos a la posibilidad - probabilidad, casualidad o
azar - causalidad o destino desde antes de nacer, y nacidos, nuestro ser sigue braceando
en las ondulaciones de estas aguas indómitas. Quiero decir, ni siquiera esto
que llamamos yo es algo que se construye a partir de uno mismo. ¡Horrible! ¿No
es entonces ‘El hombre duplicado’ una novela de terror u horror si nos inspira
estas meditaciones?
El terror
Me perdonarán o no, me importa poco. Creo que cuando enfilé mi
discurso contra “Los días que se parecen unos a otros, producto de la homogeneización, y hasta pasteurización,
de la masa bajo la dictadura de las industrias
culturales, ahora dizque economía
naranja […] de la sociedad de consumo y las obligaciones diarias que nos
impone la feroz economía capitalista neoliberal, las cuales ordenan los usos y
costumbres y estrechan nuestro margen de acción” y saqué a relucir la aculturización por parte de los gringos,
más de uno lanzó sobre el texto un escupitajo y maldijo al castrochavista que escribió esto. Estamos en tiempos en los que es
interiormente reparador (e inútil en todo lo demás) sacarse esta espina: “Daniel
Santa-Clara, en rigor no existe, es una sombra, un títere, un bulto variable
que se agita y habla dentro de una cinta de vídeo y que regresa al silencio y a
la inmovilidad cuando se acaba el papel que le enseñaron”; es decir, Daniel
Santa-Clara es Iván Duque, el actual presidente de Colombia. De veras que ‘El
hombre duplicado’ es una novela de terror.
Domingo José Bolívar
Peralta
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