Pero giri Fortuna la sua rota
come le piace, e il villan la sua marra.
La Commedia.
Versos 95 y 96.
¡Oh! ¡Qué cautos debemos ser los hombres para con aquellos que no sólo
ven las obras, sino que con su inteligencia penetran hasta lo interior del
pensamiento.
La Commedia.
Versos 118 al 120.
Al final del Canto XVI, Dante llama ‘Commedia’ a “sus
memorias” de su paso por el Infierno, y se dirige a mí, directamente; «lettor»,
me dice, y me jura, amonestándose, por lo difícil de creer, lo inverosímil, la
“apariencia de mentira” que tiene su relato, que lo contado es cierto, le
sucedió. Dice que el monstruo que a continuación aparecerá, digamos invocado
por Virgilio, no es falso, y lo dice con tal convicción que le creo —¡cómo no!—
mientras me hallo hechizado por su arte, absorbido por un libro tan difícil de
soltar de los ojos.
Usa Dante un recurso eficaz, de gran valor para lo que es el
fondo de su vasto poema, su carácter teológico, moralizante. De esta manera nos
afirma que su gnosis (católica) de los ámbitos ultraterrenos, de ultratumba, no
es falaz. Y si tenemos en cuenta la época en que Dante escribió su magna obra,
¡qué gran aporte a la literatura! No sé si ya los antiguos griegos (tan
avanzados, como siempre) o algún otro autor había usado antes o en su misma
época el recurso de dirigirse directamente al lector. Es posible que sí haya
antecedentes; pero, por la misma fuerza de la pluma de Dante, cuando encuentro
que ¡el gran poeta me está incluyendo en su obra! al llamarme la atención sobre
algo muy importante que desea que tome en serio, es impactante. Sentí que
estaba a mi lado, como si un conjuro, escrito por él para que yo lo recitara,
lo trajera para conducirme por sus versos, tal como Virgilio lo acompañaba a él
por aquellos lugares misteriosos.
Gracias a ese conjuro toma fuerza la comunicación entre
escritor y lector, porque el lector es invitado a participar, a ser activo.
Dante permite entonces que el lector cuestione al escritor y él, desde los
siglos pasados, responde a las preguntas del lector como por una alquimia que
transforma las mismas preguntas en respuestas.
La obra, de este modo, no es estática; se mueve, se recrea en
cada impulso electroquímico de donde saltan las ideas y emociones. Es decir,
mientras se está en la lectura, aquella igualmente misteriosa y fascinante
región que llevamos todos dentro o que nos envuelve, dividida en dos espacios
que son la consciencia y la subconsciencia (y quizás tres, si agregamos la
inconsciencia), se sumerge en el relato o es el relato quien se sumerge en
ella. Dante nos llama y con él vamos, como testigo invisible ante Virgilio pero
sombra que Dante percibe porque él mismo nos dio el poder de hablarle; y así
como Virgilio guía a Dante por los diferentes círculos en que se divide el
Infierno y el Cielo, Dante nos guía por el tejido de sus tercetos. Logra su
propósito: al finalizar el libro estamos ante la Gloria.
Domingo José Bolívar Peralta
Enero de 2.018
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