sábado, 29 de agosto de 2015

Je t'aime, Geneviève



La tejedora de coronas ha dejado en este lector la sensación cinética de la bolita de pinball y del péndulo simple. Bolita de pinball en cuanto a la narración, basada en referentes que condicionan los saltos espaciales y temporales. Péndulo simple en lo concerniente a los conceptos, puesto que, por ejemplo, toca extremos como son lo mágico y lo científico, conectados por ese puente que es el desplazamiento del péndulo, experiencia vital, y cuyo punto fijo es la sensibilidad e inteligencia de Genoveva Alcocer; siendo que sensibilidad e inteligencia también son dos límites contrarios, mas no contradictorios, de este péndulo. Encuentro interesante las dicotomías libertarismo – determinismo, casualidad – causalidad, moral social – ética personal, entre las cuales vive y discurre la criolla cartagenera.

Ha tejido la heroína una corona de laurel y ortiga, y en su celda oscura coronada Reina de Las Luces, por las manos de una sombra. Una sombra que en su lebrillo revela a Genoveva la última pieza del rompecabezas biográfico que cuenta así como dije antes, como una bolita de pinball.

Constante repetición de frases, conjuntos de oraciones, como si quisiera simbolizarse la idea del eterno retorno; las idas y vueltas de la narración configuran un pasado que sigue vigente en los acontecimientos presentes y futuros; azar y destino que todo lo entrecruzan.

Aun cuando se cuide el autor y la narradora al decir “dicen que...”, a veces la narración se escapa hacia un narrador omnisciente, al contar cosas que Genoveva no podría saber, como humana que es, la cual no estuvo, no podría estar presente en todo lo que narra. (págs. 94 y ss). Germán Espinosa, en una entrevista, mencionó algo que responde un poco a esta apreciación mía. Dice: “La bruja de San Antero no es más que un desdoblamiento de Genoveva, un personaje que ella se inventa. En realidad, Genoveva está sola en la celda. La soledad le hace crear ese personaje que le permite una vislumbre de ciertas cosas que ella no podía saber. Por eso es una bruja. Pero, en realidad, ahí lo que hay es un truco del novelista (que ha preocupado a mucha gente), para poder explicar que Genoveva supiera ciertas cosas. Yo digo que la bruja de San Antero escudriñando en sus lebrillos me dijo tal cosa. Incluso le revela el final, porque yo necesitaba decir al final que el planeta que había descubierto Federico era el planeta Urano. Yo digo que se lo dijo la bruja de San Antero.” (Germán Espinosa, un poeta que novela la historia. Dossier; Ariel Castillo Mier. Pág. 129). Digamos que acepto esa explicación, pero entonces, ¿cómo explica que Genoveva cite palabras que ni ella misma sabe de dónde le salen, ni se las ha mostrado la bruja de San Antero en su lebrillo, cuando está refiriéndose al hijo del Pitiguao y María Rosa Goltar, ascendiente acaso de algún futuro escritor que también se llame, como el hijo de la mojigata puta, Isidore Ducasse? Esto sólo lo puede explicar la magia, sin necesidad de bruja de San Antero, o quizá las llamadas ciencias ocultas, como las que practica Tabareau.

A Genoveva Alcocer se le había revelado, por Boulanvilliers, los hechos más relevantes de su futuro, y había sido advertida por el astrólogo que debía contener su fuego; pero debía saberlo muy bien el pronosticador, no porque se lo dijera la carta astral sino porque llegó a tratarla lo suficiente, la clase de antorcha que era ella; y se había referido, además, a ese fantasma del cual ella no quería desprenderse: su ingenuo astrónomo precoz, Federico Goltar. Fantasma que al final, para mi decepción, mi gran baldado de agua fría en esta novela, en esa sesión espiritista conducida por Tabareau, resulta ser también Marie, la figura extraída de la literatura gótica, la que menos debía ser explicada, la rara tan rara como una Remedios, la bella. Menos mal la misma Genoveva duda de ello, aunque, años después, en su caserón de la calle de los Jagüeyes, el fantasma de Marie, o Federico, la atormente.

No obstante, digo, amor es éste, el de Genoveva a su Federico. Se entrega a otros y otras, corporalmente, y ama a otros (y a esa Marie, otra, que a la larga, no quiero aceptarlo, podría ser el mismo Federico), mas se da al estudio, compartiendo y adquiriendo conocimientos, por amor a su primer amor, a quien quiso darle todo, compartirlo todo, aprenderlo todo, a pesar de sus flaquezas.

Termino este ejercicio pseudocrítico, con estas consideraciones: el autor, Germán Espinosa, usa una técnica en su escritura, que sumada a su exquisito manejo del lenguaje y a la historia misma que cuenta, impide al lector desprenderse con facilidad de la lectura. Proliferan las comas y los puntos desaparecen, hasta llegar al final del capítulo. El libro, de por sí físicamente gordo, exige una lectura de largo aliento, sin prisa pero sin pausa. Es un reto deleitoso, casi tanto como la poesía de los antiguos cantos de Occitania:

Se canta
 
Se canti jou que canti,
canti pas per iou
canti per ma mio,
Qu’és al len de iou.
 
Dejoust ma finestra,
i a un auselou,
touto la neyt canto
Canto sa cançou,

Se canti jou que canti,
canti pas per iou
canti per ma mio,
Qu’és al len de iou.

Aquéros mountanhos,
que tan nautos soun,
m’empachon de beyré,
mas amous oun soun .

Se canti jou que canti,
canti pas per iou
canti per ma mio,
Qu’és al len de iou.

Dejoust ma finestra,
I a un amelhié,
que fa de flous blancos,
coumo de papié .

Se canti jou que canti,
canti pas per iou
canti per ma mio,
Qu’és al len de iou.

Baissas bous mountagnos,
Planos aoussas-bous
Per qué posqui beyré,
mas amous oun sount

Se canti jou que canti,
canti pas per iou
canti per ma mio,
Qu’és al len de iou.

Nautos, bé soun nautos,
mès s’abaïssaran,
é mas amouretos,
D’iou s’aproucharan

Se canti jou que canti,
canti pas per iou
canti per ma mio,
Qu’és al len de iou.

Texte attribué à Gaston Fébus Conte de Foix

Traducción:

Si canta, que cante,
no canta para mí,
canta para mi amada
que está lejos de mí.

Bajo mi ventana
hay un pajarito
toda la noche canta,
canta su canción.

Si canta, que cante,
no canta para mí,
canta para mi amada
que está lejos de mí.
Estas montañas
que son tan altas,
me impiden ver
dónde están mis amores.

Si canta, que cante,
no canta para mí,
canta para mi amada
que está lejos de mí.

Bajaos montañas,
alzaos llanuras,
para que pueda ver
dónde están mis amores.

Si canta, que cante,
no canta para mí,
canta para mi amada
que está lejos de mí.

Estas montañas
pronto se bajarán.
Y mis amores
Se acercarán.

Si canta, que cante,
no canta para mí,
canta para mi amada
que está lejos de mí.


                   https://www.youtube.com/watch?v=-velfwaDJTY


Literales:

“si tuviera la inteligencia de Giordano Bruno, ya estaríamos viendo cómo lo meneaba el aire en la horca”

“la ignorancia no excusaba el pecado, ni el libre arbitrio, aunque de origen divino, autorizaba al hombre a hacer uso de él separándose de dios por las vías de lo demoníaco”

“tenía anudada en el galillo alguna pregunta que no se atrevía a soltar”

 “añagazas del Diablo”

“fingía interesarse en los temas, pero en realidad cerraba su mente a ellos, porque en la escuela aprendió hacía tiempos que todas aquellas lucubraciones no eran otra cosa que triquiñuelas de Satanás”

“yo parecía captar muy bien, en cambio, toda esa vedija de aplicaciones geométricas, porque amaba al muchacho que movía con destreza ante mis ojos el compás de clavillo movible”

“una mujer desnuda, símbolo del poder satánico”

“sin dejar de repetir que el soborno representaba la sangre de los españoles, de Bigno repartía más y más propinas”

“¡porque dignos estos pecheros de mediopelo!, dignos como si la dignidad no fuera un cuento de hadas que se teje en hebra de oro”

“la distorsión del tamaño real de los países en las proyecciones de Mercator (...) de forma que los territorios tropicales quedan risiblemente minimizados, mientras los templados y polares se agigantan majestuosamente, lo cual ha creado en la fantasía nórdica un espejismo de superioridad”

“una vez concluida la tarea que se proponían, que era medir un grado del meridiano, los persuadió con sus encantos femeninos de llevarla con ellos a Europa, propuesta que hizo temblar a Aldrovandi, porque de tanto copular conmigo se encontraba en los puros huesos”

“home sine pecunia, imago mortis”

“al oro lo llaman vil metal, pero es más vil el que no lo tiene”

 “ojos hay que de lagañas se enamoran”

“el de la amistad era un sentimiento más noble que el del amor, pues suponía un contrato clásico entre dos personas sensibles y virtuosas, en tanto que el amor presumía intolerables dependencias, estados malsanos del espíritu”

“mi propio confesor, muerto por los piratas, me había advertido tantas veces que debería multiplicar los ayunos para poner coto a esa belleza que me desbordaba y que, a todas luces, iba resultando pecaminosa”

“me pregunté qué nuevo designio me era trazado ahora desde el misterio, porque no comprendía y pensaba, como en una suerte de compulsión mental, que el universo era una broma de mal gusto y que, dentro de su infinita falacia, todos mis semejantes, así como los brutos y hasta las plantas y las piedras, participaban en una conspiración cósmica, cuya única finalidad era hacer mofa de mí”

“pero sólo me respondió otro estrambótico silencio lleno del eco de mi voz”

miércoles, 26 de agosto de 2015

El despertar



Suena el despertador, me abandona el sueño, y, de inmediato, siento ganas de vomitar el cerebro.



Así empieza cada nuevo día.



Entonces de todos lados me asaltan las noticias, y se revuelven en mi taza de café la náusea, la ira, la desesperación, la impotencia.



¡Apresúrate!, apenas empieza la jornada y el tiempo no te alcanza.



Despídete de la cama, la modesta cama donde duermes, sueñas, lees, ves películas, te masturbas y de vez en cuando fornicas. Cómplice perfecta.



“Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación.” Es cierto: “ancho es el mundo”, y hondo, muy hondo, y longuísimo, y todo él repleto de dolor. Cada mañana este exilio, esta afrenta. Aherrojado salgo de mi reino, impelido por fuerzas demenciales que se introducen en mis nervios y gobiernan sobre mis huesos y músculos, mas no en mi conciencia.



Detrás de la puerta, la absurda catástrofe cotidiana, la más abstrusa pesadilla.



Antes de salir el espejo suelta una carcajada.



En el umbral, recibo del Sol su acerba bofetada.



¡Buenos días, maldita sea!

martes, 4 de agosto de 2015

Declarados culpables


Si Joseph K. hubiese sido displicente a su proceso, aun con todas las exhortaciones y reprimendas que su tío pudiera cargarle —“¡Que se encargue el abogado!” “¡Eso es cosa de leguleyos!” “¡Tengo asuntos importantes que atender en mi oficina!”—, ¿el resultado habría sido el mismo?, ¿cuánto tiempo: menos o más? ¿De verdad, habría podido mantenerse al margen?

El angustiado y angustiante K. recuerda al indiferente y angustiante Mersault, o más bien al revés. En El extranjero, novela de Albert Camus, todo lo que se presenta es más bien ordinario, salvo Mersault; mientras que en El proceso, novela de Franz Kafka, un tipo ordinario como K. debe hacer frente a un aparato judicial extraordinario que de continuo le presenta situaciones absurdas. Absurdo, esta es la palabra recurrente entre quienes se enfrentan a las atmósferas densas de El proceso como a la pasividad y apatía de Mersault.

Es el individuo enfrentado al sistema: Joseph K. – Mersault: juzgados. Mersault estalla al final, cuando recibe a un sacerdote en su celda de condenado, antes de ello mantuvo siempre una actitud inalterable; encuentra absurda la salvación que le ofrece el sacerdote. K. progresivamente pierde la calma mientras transita por los laberintos de La Ley, mas al final se entrega con estoicismo, y sólo tiene unas palabras de reproche a sí mismo, a su suerte: “como a un perro”; palabras enfermas de desazón. Dos personajes que han llegado al colmo de la inutilidad de la existencia, de los afanes que se van a la nada; empero justifican la necesidad de encontrar un sentido a la existencia, al menos para que no nos sobreviva la vergüenza.

Hay una canción que dice “love is in the air” (John Paul Young); pues bien, así como el amor está en el aire, también la culpa. Culpables de lo que no sabemos, culpables de lo que nunca hemos sido, culpables por culpa de otros. K. es culpable de ser un alto funcionario de un banco que hace esperar a sus clientes, culpable de creerse superior, culpable de no visitar a su madre con frecuencia, culpable de su soledad. Mersault es culpable de su aparente insensibilidad (en especial ante la muerte de su madre), culpable de decir sí a una propuesta de matrimonio aunque no esté enamorado ni tenga verdaderos deseos de casarse, culpable del calor y el brillo del Sol, culpable de matar a un árabe. Ninguno está libre de pecado, por eso todos tienen derecho a lanzar desde la primera hasta la última piedra, a K., a Mersault. El alto tribunal que K. nunca llegó a conocer es el mismo juez a quien Mersault ve en su juicio; sus abogados los mismos enemigos. La Justicia no gusta de personajes que no se humillen ante ella, y ha de inmolarlos como ofrendas para sí misma. Quienes adoran la Justicia no dejan de ser culpables, pero pueden ser acomodados en la balanza, y, eventualmente, sostener la espada y descargarla sobre otros.

Todo lo que ha construido el ser humano para beneficio del ser humano, paradójicamente también perjudica al ser humano (y, quizá, también a ese ser superior llamado Planeta Tierra).


Domingo José Bolívar Peralta.

3 de agosto de 2.015

jueves, 9 de julio de 2015

Trópico de aries

Todas las calles son fantasmas

Tengo las pupilas dilatadas... todos los sentidos dilatados. Es el efecto de algunos pasajes de Trópico de cáncer. Debo parar la lectura, quiero salir a beberme la noche. La brisa canta sobre las olas. En la oscura pista de baile, Júpiter y Venus danzan estáticos en un rincón, y la Luna regordeta, en las antípodas, espera sentada a que alguien le pida bailar una pieza (la Luna lo que quiere es que la inviten a una pieza).

Si pudiera, me tomaría una Miller a manera de homenaje, pero no está mal besarle el pico a una Águila. No está mal, las águilas conocen esas cumbres y esos profundos recovecos a donde llegan los poetas vagabundos que poco o nada les importa si está escrito en verso o escrito en prosa: lo que importa es escribir, con la misma urgencia de quien tiene hambre.

Y viene la cháchara magnífica de quien conversa consigo mismo. Cuando vas en bus urbano, lo mejor que puedes hacer es huir como un cobarde, evadir la idea de que estás en manos de quien sujeta el volante, habla por celular y cambia de emisora mientras pita y cobra los pasajes. ¡Cuántas extremidades tiene ese hombre! La cháchara narcótica de un putero que ha comprendido el universo de las putas, tiene ese poder suavizante de ropa desinfectante de baño y ya no estás en la hórrida prisión de hojalata sino en una maltrecha calle en donde todos saben que no saben lo que quieren, pero quieren. Ahí te bajas, como Neil Armstrong, y empiezas a andar, el moonwalker de Michael Jackson. Por fin la Luna tendrá quien la voltee y se la coja por el lado oscuro, otra vez, yo, y Henry Miller.

Aquí no hay catedrales que admirar, sí unas cuantas iglesias. Los gatos y los perros no confían en que seas diferente de los otros, y deseas meter los dedos en el cuero cabelludo, abrirlo, despojarte de la piel y hacerla ondear sobre las antenas de telecomunicaciones: “Al aire, desde las páginas que alguien ha roto y no aparecen en el libro, transmitimos este boletín urgente: necesito un lugar para dormir esta noche.” Un indigente me ha recibido en su limpia terraza de una casa abandonada, y una perra se ha dado cuenta que sí soy diferente, y muerde mis gafas oscuras traba segura.

Un buen libro siempre será una droga suficiente. Henry Miller me ha trabado.

Domingo José Bolívar Peralta.
9 de julio de 2.015, 10:56 a.m.


jueves, 2 de julio de 2015

¿Qué mató a Kurt Cobain?


No lo mató la escopeta
que deshizo su cerebro;
tampoco fue la heroína
lo que acabó con su vida.

No fue su alocada esposa
ni el teórico homicida
que ella habría contratado
para que hiciera el trabajo.

No fue un instinto suicida:
desde antes había muerto,
él murió por ser él mismo,

el éxito fue su ruina:
la mercancía de moda
del yupi de la oficina.

viernes, 26 de junio de 2015

Siete entre tres

Esta manía de dividir siete entre tres;
llenar la hoja
y seguir dividiendo sobre la mesa,
el piso, la pared, el techo, las nubes,
la atmósfera;
llenar los espacios vacíos del Universo
de tres y tres y tres y tres y tres...
y diez y diez y diez y diez y diez...

Sangra la nariz.
El corazón ya no palpita
su acostumbrado tun tun, tun  tun:
tres diez, tres diez, tres diez.
El único sonido capaz de oírse en el vacío.

Siete entre tres;
llenar la hoja,
la mesa,
el piso, la pared, el techo, las nubes,
la atmósfera;
llenar los espacios vacíos del Universo
y no llegar al tres definitivo,
al diez último,
al final de la cuenta.

Tres diez, tres diez, tres diez, tres diez...
La matemática del uróboros.
Tres diez, tres diez, tres diez, tres diez...
La obsesión del psicópata.
Tres diez, tres diez, tres diez, tres diez...

Sólo es posible percibir
los espacios vacíos del Universo.
Todo lo demás dejó de ser,
fue absorbido por el vórtice infinito
de tres diez, tres diez, tres diez, tres diez...

Sin sentidos, contempla el orate,
a medida que progresa sin progreso,
la sucesión inefable
de cifras que no resuelven el misterio.

viernes, 19 de junio de 2015

Revoloteo de moscas

La oscuridad del corazón del hombre

Es el demonio de la putrefacción. Cuando este demonio sonríe, se ha llegado al punto de no retorno; el proceso de descomposición ha iniciado, el paraíso es engullido por un abismo que exige lágrimas y sangre. ¡Mátalo! ¡Degüéllalo! Grita el demonio desde lo más profundo del oscuro corazón humano.

Las guerras son el desahogo del demonio de la putrefacción y su forma de engañar a la conciencia, el súper yo, el policía interno, para saciar su sed de sangre y lágrimas. ¡Y no se sacia! No ha habido siglo sin guerras.

El ser humano ha tratado de contener a este demonio, no tanto por su sangre como por sus lágrimas.

El niño de la mancha en la cara

Este niño es una incógnita, y eso me agrada; creo que este es el tipo de asuntos en la literatura que me aparta de algunas personas. Hay quienes prefieren los textos que les generen certezas, mientras a mí me gustan mucho los que dejan incertidumbres. En Señor de las moscas, hay un niño que desaparece, no se sabe si murió (que es lo más probable) o sobrevivió, aislado de los demás en la isla; no se sabe si quizá fue rescatado antes que los demás, mientras estaba desmayado o dormido, en la parte de la isla que aún los otros no habían explorado. Es un ejercicio que el autor (estoy refiriéndome a Michael Golding y a su libro, Señor de las moscas) nos deja, como Humbert (Lolita): imagíname, lector.

Domingo José Bolívar Peralta

sábado, 20 de junio de 2015, 1:45:07 a.m.