Sesión 14 de marzo de 2.015.
Taller Literario José Félix
Fuenmayor.
Como no he visto aún otra entrada en
el blog, me he decidido a hacerla yo.
El pasado sábado, 14 de marzo del
año 2.015 del calendario gregoriano, volvió la mula al trigo, vuelve la perra y
jala el cuero (si hubiese tomado estas perlas para el ejercicio que se explica
en la entrada anterior, habría escrito que...), volvió el aire acondicionado a
recibirnos con su frívola cháchara a la que nadie le presta atención pero que
todos tenemos que soportar (ya es hora, Comfamiliar, lean entre líneas).
Antonio Silvera, bosquejó esta
sesión en un mensaje vía correo electrónico, de la siguiente manera: “Remataremos
el tema de la palabra como material de la literatura e iniciaremos el de
lectura y escritura. Recuerden que hay una tarea.” Como no había asistido el
sábado anterior, no sabía cuál era la tarea. ¡Póngale cero!, diría El Chavo.
La reunión versó más que todo sobre
lo anunciado por Silvera. En primer lugar, éste exponía ante nosotros la
importancia de conocer las palabras, de su buen uso. Recalcó la necedad de
pensar que la literatura sólo es buscar palabras que suenen bonitas, que hay
palabras, por poner un ejemplo, poéticas y palabras que no lo son. Todas las
palabras valen, sólo hay que saber combinarlas de manera que den como resultado
un texto con valor estético y semántico que lo eleve a la categoría de
artístico, es decir, un texto literario. Se puede escribir bien, de acuerdo a
las normas gramaticales, y será un buen texto empero no necesariamente un texto
artístico; así como es posible escribir faltando en cierto grado a la gramática
y, sin embargo, lograr un sorprendente cuento, un poema exquisito, una novela
poderosa. Rememoró la frase de Marcel Proust (creo) que dice, más o menos: "Un escritor mediocre se conoce porque escribe excesivamente mal o excesivamente bien." Si no es así, corríjanme ustedes.
Ya no recuerdo bien el orden, si
esto es lo segundo o lo primero. ¡Qué importa el orden!, diré que como segundo
tema a tratar, conversamos sobre la importancia de escribir más allá de lo
meramente íntimo y que sólo preocuparía al autor, trascender a sí mismo para poder
comunicarse con los lectores, hacer que se sientan interesados, identificados
con lo que se presenta en un texto literario. Hubo participaciones al respecto
de varios integrantes del Taller donde se expusieron opiniones más o menos de
acuerdo.
Otro filón al que se le metió la
pica fue la metaliteratura y la vida misma. El “eterno retorno” a los mismos
temas, que conlleva a que una obra literaria tenga rastros de otras, explícita
o implícitamente. En comunión con este punto, un aspecto de la literatura que
hizo parte de la charla fue el de las herramientas utilizadas por los autores,
que son limitadas, lo mismo que los temas, e igualmente con antecedentes que
tocan los orígenes de este arte. Recursos literarios como las metáforas, las
volteretas sintácticas, las estructuras narrativas, et caetera, ya están inventados, y la esencia humana representada
en sus emociones y sentimientos ha permanecido intacta. El reto de los autores
es conseguir, con los mismos temas y recursos, dar una “vuelta de tuerca”, reinterpretar
lo vivido y escrito y poner un sello distintivo a su obra. A propósito
de reinterpretaciones, una vez más Kavafis fue uno de nuestros invitados de
honor. Dos poemas de él (Troyanos e Ítaca) vibraron en el aula, a despecho del
señor aire acondicionado. Sin proponérmelo, más tarde, en mi cubil, encontré
este poema en una revista que me habían regalado ese mismo sábado (todo se
conecta, tanto en la vida como en la literatura):
La otra Ítaca
Siempre se ha dicho
el camino es largo
el camino es largo
Para arribar a tal o cual Ítaca
hay obstáculos
extravíos
y pocos atajos
hay obstáculos
extravíos
y pocos atajos
Se necesita de algo más que
ardentía
y arrojo
y arrojo
Y se dice también
que al final de la dura jornada
espera a cada uno el trofeo:
que al final de la dura jornada
espera a cada uno el trofeo:
la paciencia es hermosura
después de la niebla hay sol
sacrificio añade sabiduría
después de la niebla hay sol
sacrificio añade sabiduría
Pero sé de tesoros jamás
encontrados
por los que el hombre ha quedado
en la intemperie
por los que el hombre ha quedado
en la intemperie
Si no es la dicha el mismo camino
si no es cada paso el puerto
no lo emprendas
si no es cada paso el puerto
no lo emprendas
No siempre se nos espera
no todos llegamos a tiempo
______________________________
Robinson Quintero Ossa
no todos llegamos a tiempo
______________________________
Robinson Quintero Ossa
Considero
pertinente incluir en esta bitácora, y por eso se tendrá como coautora (aunque
no le haya pedido permiso), lo publicado por nuestra compañera Claudia Lamas en
el féizbuk del Taller:
“En estos
autores se encuentra otro de los aspectos que más me importa subrayar en los
talleres: la sensibilidad. Porque todo buen cuento debe tocar alguna fibra
íntima en el lector. Necesariamente. Por eso un buen cuento no es el que surge
de las puras ganas del autor, ni es el que deviene de un intento catártico. Un
buen cuento es el que nace sencillamente de la inevitabilidad de que ese cuento
exista. Es decir: se escribe porque no se puede
dejar de escribir. Es como si el cuento viniera empujando desde a dentro del
autor, abriéndose paso a pesar de todas las resistencias que uno tenga, y de
alguna manera explota en las páginas que lo contienen. El destino de un cuento,
como si fuera una flecha, es producir un impacto en el lector. Cuanto más cerca
del corazón del lector se clave, mejor será el cuento. Para lograr ese efecto,
el texto debe ser sensible: debe tener la capacidad de mostrar un mundo, de ser
un espejo en el que el lector vea y se vea. Esto es lo que se llama identificación
(el lector piensa que le pasó o le podría pasar lo mismo) y eso le creará una
empatía, una solidaridad con lo contado, que hará que el cuento se le torne
inolvidable. Esta identificación sólo se logra por medio de la sensibilidad del
lector, tocada por el texto. Es lo que podríamos llamar el alma del cuento, que
es un alma viva, que emite sonidos, titila, respira. Esa respiración, en los
grandes cuentos, será eterna, y ese cuento será clásico sólo en la medida que
las diferentes generaciones y culturas lo acepten, reinventen y repitan.” Del
libro “Así se escribe un cuento” de Mempo Giardinelli.
Dicho todo lo anterior, la tarea que desconocía era
escribir, con las mismas palabras de algún poema, cambiando su orden, otro
poema. Lluvia, de Juan Gelman, y Poema No. XV (Me gusta cuando callas...), de
Pablo Neruda, fueron los más revolcados.
Para terminar, quiero compartir con ustedes un escrito
titulado ¿Por qué al escritor le resulta más difícil escribir que a otras
personas? Lo encuentran siguiendo este enlace: https://enlenguapropia.wordpress.com/2014/06/03/por-que-al-escritor-le-resulta-mas-dificil-escribir-que-a-otras-personas/
No hay comentarios:
Publicar un comentario