martes, 17 de marzo de 2015

Breves consideraciones sobre el arte literario y el oficio del escritor




Sesión 14 de marzo de 2.015.
Taller Literario José Félix Fuenmayor.

Como no he visto aún otra entrada en el blog, me he decidido a hacerla yo.

El pasado sábado, 14 de marzo del año 2.015 del calendario gregoriano, volvió la mula al trigo, vuelve la perra y jala el cuero (si hubiese tomado estas perlas para el ejercicio que se explica en la entrada anterior, habría escrito que...), volvió el aire acondicionado a recibirnos con su frívola cháchara a la que nadie le presta atención pero que todos tenemos que soportar (ya es hora, Comfamiliar, lean entre líneas).

Antonio Silvera, bosquejó esta sesión en un mensaje vía correo electrónico, de la siguiente manera: “Remataremos el tema de la palabra como material de la literatura e iniciaremos el de lectura y escritura. Recuerden que hay una tarea.” Como no había asistido el sábado anterior, no sabía cuál era la tarea. ¡Póngale cero!, diría El Chavo.

La reunión versó más que todo sobre lo anunciado por Silvera. En primer lugar, éste exponía ante nosotros la importancia de conocer las palabras, de su buen uso. Recalcó la necedad de pensar que la literatura sólo es buscar palabras que suenen bonitas, que hay palabras, por poner un ejemplo, poéticas y palabras que no lo son. Todas las palabras valen, sólo hay que saber combinarlas de manera que den como resultado un texto con valor estético y semántico que lo eleve a la categoría de artístico, es decir, un texto literario. Se puede escribir bien, de acuerdo a las normas gramaticales, y será un buen texto empero no necesariamente un texto artístico; así como es posible escribir faltando en cierto grado a la gramática y, sin embargo, lograr un sorprendente cuento, un poema exquisito, una novela poderosa. Rememoró la frase de Marcel Proust (creo) que dice, más o menos: "Un escritor mediocre se conoce porque escribe excesivamente mal o excesivamente bien." Si no es así, corríjanme ustedes.

Ya no recuerdo bien el orden, si esto es lo segundo o lo primero. ¡Qué importa el orden!, diré que como segundo tema a tratar, conversamos sobre la importancia de escribir más allá de lo meramente íntimo y que sólo preocuparía al autor, trascender a sí mismo para poder comunicarse con los lectores, hacer que se sientan interesados, identificados con lo que se presenta en un texto literario. Hubo participaciones al respecto de varios integrantes del Taller donde se expusieron opiniones más o menos de acuerdo.

Otro filón al que se le metió la pica fue la metaliteratura y la vida misma. El “eterno retorno” a los mismos temas, que conlleva a que una obra literaria tenga rastros de otras, explícita o implícitamente. En comunión con este punto, un aspecto de la literatura que hizo parte de la charla fue el de las herramientas utilizadas por los autores, que son limitadas, lo mismo que los temas, e igualmente con antecedentes que tocan los orígenes de este arte. Recursos literarios como las metáforas, las volteretas sintácticas, las estructuras narrativas, et caetera, ya están inventados, y la esencia humana representada en sus emociones y sentimientos ha permanecido intacta. El reto de los autores es conseguir, con los mismos temas y recursos, dar una “vuelta de tuerca”, reinterpretar lo vivido y escrito y poner un sello distintivo a su obra. A propósito de reinterpretaciones, una vez más Kavafis fue uno de nuestros invitados de honor. Dos poemas de él (Troyanos e Ítaca) vibraron en el aula, a despecho del señor aire acondicionado. Sin proponérmelo, más tarde, en mi cubil, encontré este poema en una revista que me habían regalado ese mismo sábado (todo se conecta, tanto en la vida como en la literatura):

La otra Ítaca

Siempre se ha dicho
el camino es largo
Para arribar a tal o cual Ítaca
hay obstáculos
extravíos
y pocos atajos
Se necesita de algo más que ardentía
y arrojo
Y se dice también
que al final de la dura jornada
espera a cada uno el trofeo:
la paciencia es hermosura
después de la niebla hay sol
sacrificio añade sabiduría
Pero sé de tesoros jamás encontrados
por los que el hombre ha quedado
en la intemperie
Si no es la dicha el mismo camino
si no es cada paso el puerto
no lo emprendas
No siempre se nos espera
no todos llegamos a tiempo
______________________________
Robinson Quintero Ossa

Considero pertinente incluir en esta bitácora, y por eso se tendrá como coautora (aunque no le haya pedido permiso), lo publicado por nuestra compañera Claudia Lamas en el féizbuk del Taller:

“En estos autores se encuentra otro de los aspectos que más me importa subrayar en los talleres: la sensibilidad. Porque todo buen cuento debe tocar alguna fibra íntima en el lector. Necesariamente. Por eso un buen cuento no es el que surge de las puras ganas del autor, ni es el que deviene de un intento catártico. Un buen cuento es el que nace sencillamente de la inevitabilidad de que ese cuento exista. Es decir: se escribe porque no se puede dejar de escribir. Es como si el cuento viniera empujando desde a dentro del autor, abriéndose paso a pesar de todas las resistencias que uno tenga, y de alguna manera explota en las páginas que lo contienen. El destino de un cuento, como si fuera una flecha, es producir un impacto en el lector. Cuanto más cerca del corazón del lector se clave, mejor será el cuento. Para lograr ese efecto, el texto debe ser sensible: debe tener la capacidad de mostrar un mundo, de ser un espejo en el que el lector vea y se vea. Esto es lo que se llama identificación (el lector piensa que le pasó o le podría pasar lo mismo) y eso le creará una empatía, una solidaridad con lo contado, que hará que el cuento se le torne inolvidable. Esta identificación sólo se logra por medio de la sensibilidad del lector, tocada por el texto. Es lo que podríamos llamar el alma del cuento, que es un alma viva, que emite sonidos, titila, respira. Esa respiración, en los grandes cuentos, será eterna, y ese cuento será clásico sólo en la medida que las diferentes generaciones y culturas lo acepten, reinventen y repitan.” Del libro “Así se escribe un cuento” de Mempo Giardinelli.

Dicho todo lo anterior, la tarea que desconocía era escribir, con las mismas palabras de algún poema, cambiando su orden, otro poema. Lluvia, de Juan Gelman, y Poema No. XV (Me gusta cuando callas...), de Pablo Neruda, fueron los más revolcados.

Para terminar, quiero compartir con ustedes un escrito titulado ¿Por qué al escritor le resulta más difícil escribir que a otras personas? Lo encuentran siguiendo este enlace: https://enlenguapropia.wordpress.com/2014/06/03/por-que-al-escritor-le-resulta-mas-dificil-escribir-que-a-otras-personas/



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