martes, 10 de marzo de 2015

La conjura de los necios… editores

Querido John Kennedy Toole:

 “Los libros son hijos inmortales que
desafían a sus progenitores.”  
                      Platón.


Tendría que investigar, cavar más hondo en esta particular historia real y por lo tanto hasta donde sé, absurda.

Dicen que por lo general los artistas tienen egos elevados, ¡pero hay que ver cuán soberbios llegan a ser muchos editores! El epígrafe con que inicia La conjura de los necios bien puede aplicársele al caso de John Kennedy Toole y sus intentos frustrados de publicar su libro, puesto que no halló más que editores que actuaron como palos atravesados en su rueda, en especial el señor Robert Gottlieb, editor de Simon and Schuster, quien mantuvo un juego de el gato y el ratón con el genial autor.

Quizás todos esos editores que sin siquiera pestañear rechazaron La conjura de los necios, y más el señor Gottlieb, quien mantuvo a Toole angustiado como un náufrago, porque daba a entender que le interesaba la obra pero al parecer de él, le faltaba algo así como…, ¿qué sería… sustancia, razón de ser, una justificación…?, ¡qué sé yo!, tenían motivos más oscuros que el interior de el Noche de Alegría.

Conjeturo que de entre aquellos directores editoriales, hubo quienes no soportaron el reflujo gástrico que les produjo el doctor Talc; pudo ser que el viejo Robichaux fue una carga muy pesada para sus hombros, y más aún cuando la activista de todas las causas antisistema, por demás de origen judío (y muy cuestionada por Gottlieb), la señorita Minkoff, manifiesta que se necesita un sistema tripartita; es probable que no hayan considerado decente y de buen gusto que el “sueño americano” se viera empañado, como si se le hubiera infiltrado una de las nubes grises de Jones, por las lúgubres historias de inmigrantes de Santa e Irene; pudo ser, incluso, que el Movimiento por la Paz les provocó sarpullidos hasta en sus válvulas pilóricas. En fin, que tal parodia era impublicable porque hería (sigo suponiendo, según esos editores) el orgullo estadounidense, su “american life style”, sus bases democráticas, la carrera armamentista (todo esto dentro del contexto histórico-espacial) o algo muy íntimo en cada uno de ellos.

Pero el genio de Nueva Orleans fue más allá: no sólo retrató con pinceladas grotescamente cómicas su época y su país, sino que puso sobre la mesa la absurda tragicomedia de nuestra existencia, la del ser humano, y hasta la de todo lo divino.

¡Ja! Esta gran novela lanzó un conjuro tan potente que los palos de esos necios hoy sólo son cenizas que yacen frías debajo de la rueda que Fortuna por fin hace girar para Ignatius, a favor.

Nota sentimental: He encontrado varios pasajes de la novela que se ajustan perfectamente a la contemporaneidad colombiana, en especial la política. La conjura no deja de ser actual. Es universal.



Domingo José Bolívar Peralta
5 de junio de 2.014

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