martes, 10 de marzo de 2015

Disquisiciones trasnochadas con la Aurora


Mi residencia es una habitación que está en el patio de una pensión. Otras personas tienen también habitaciones en ese patio. Una noche salí de mi cuchitril a orinar, pues el baño es compartido. En eso me topé, ya casi llegando al cuarto donde nos quitamos de la piel la fastidiosa película de grasa, sudor y cutre y dejamos nuestros desechos fisiológicos, con una de las chicas que está pensionada, quien salía de él. Cuando me vio, sin observarme, se paralizó por un instante, con el semblante rígido; luego se relajó y sonrió. «Me asustaste», me dijo. «Disculpa», respondí, dejando escapar una bocanada de humo. Entonces me di cuenta que su susto también tenía que ver con el cilindro que tenía en la boca, y le dije: «tranquila, el hecho de que fume marihuana no significa que te vaya a violar». Hay que ver que ganas de agarrarle esas tetotas no me faltaron. Estaba vestida con una bata de dormir, blanca, que dejaba traslucir un poco sus pezones oscuros y le tapaba apenitas hasta donde terminan las nalgas y empiezan las piernas. Ella volvió a sonreír, dio media vuelta y volvió al baño. Como que no había orinado bien por el miedo. Eran más de las dos de la madrugada. Demoró lo que tenía que demorar; mientras, yo me senté en una piedra grande que había por ahí, cerca del baño. Alcancé a dar tres chupadas más a mi porrito hasta cuando ella salió. Se acercó a mí, un tanto precavida.

–Eres un marihuanero decente.

Ni los demás inquilinos ni la dueña del caserón y sus dos hijos mantenidos, se percataron de este encuentro a deshoras. Mis entradas y salidas del lugar no cuadraban con las de esta chica nocturna. Casi nunca la veía. A veces los domingos, cuando ambos nos tomábamos un descanso de nuestros respectivos trabajos, fugazmente nos cruzábamos en la pensión durante el día, pero no hablábamos. Aquí todos nos encerramos en nuestras habitaciones y casi no tratamos con los demás. Esa noche no pasó así.

–Quizás se deba a que no pretendo ir al Cielo echándole la culpa a la marihuana.

–¿Cómo así? –Preguntó intrigada, mientras yo me levantaba de la piedra. Tenía ganas de ir a orinar, y mi pinga se estaba parando más por las ganas de ir a orinar que por haber visto esas piernotas desde los pies hasta los muslos.

–Explícame eso –. Me dijo de nuevo, cuando ya estaba yo en pie.

–¿Cómo te lo digo...? Es que yo creo que gran parte de los prejuicios que existen contra la marihuana, la cocaína y otras sustancias que llaman drogas ilícitas, se debe también al cristianismo.

La muchacha arqueó sus bien delineadas cejas y cambió el peso de su cuerpo de una pierna (¡uf, qué piernas!) a otra, sorprendida por estas palabras.

–Ajá –masculló, y entonces seguí.

–Lo que pasa es que la gente vive con temor al Infierno y desea, a como salga, ir al Cielo. La mayoría de los consumidores de droga en occidente creen en el Cielo y el Infierno. Y hay algo más: la mayoría de las personas no aceptan que todo el mal que hagan procede de su naturaleza y buscan un chivo expiatorio para todos sus “pecados”.

–Espera, deja sentarme.

La tomé de la mano para que se sostuviera. Mientras se agachaba abrió las piernas un poco y (cuando pasan esas cosas uno pretende no mirar, pero el ojo es malo y mira: tanga blanca, con encajes) posó su magnífico culo en la piedra.

–No te quedes ahí parado, –dijo, haciendo énfasis en la palabra parado, mientras señaló con una mano, palmoteando suavecito el piso, que me sentara a su lado –pero si tienes muchas ganas de ir al baño ve y aquí te espero. –No sé si lo dijo porque se dio cuenta que tenía la verga a punto de romper la pantaloneta, aún cuando trataba de ocultarlo poniendo mis brazos al frente y arqueando un poco el cuerpo, o si de pronto fue por esa posición tan rara, que me dijo eso. Total, fui y meé. Cuando salí del baño me sonrió otra vez. Ya me estaba enamorando.

–Sigue contándome, me parece interesante todo lo que estás diciendo. Te estás metiendo con la fe en Dios, con la religión, pero suenas muy convencido de lo que dices.

Le sonreí (por primera vez) y me senté a su lado, aunque para qué mentir, me hubiera gustado más hacerlo frente a ella. En ese momento ya era obvio que la erección no era sólo por las ganas de orinar.

–Eh... ¿Por dónde iba?

–Chivo expiatorio.

–¡Ah, sí! Lo que pasa es que mucha gente jodida usa las drogas para echarles luego la culpa de si roban, violan, matan, etcétera. Por ejemplo, este porro de marihuana, que ya se apagó, sería la encarnación, o más bien la enhierbación...

Ella rió bajito y celebró la ocurrencia de “enhierbación”.

»del Diablo. No asumen su naturaleza propensa al crimen sino que le endilgan todo el mal que hacen a la influencia del Diablo, en este caso representado en las drogas. Y la “gente de bien” piensa igual. Es como que la antítesis de la eucaristía, donde la sangre y el cuerpo de Cristo son el vino y la ostia; pues la sangre del “Opositor” es la sangre mezclada del heroinómano y el cuerpo una pastilla de éxtasis.

»Pero no es cierto nada de eso. Las drogas no te convierten en una mala persona, es que tú eres una mala persona. Pero como yo no lo soy, no tanto, puedo fumar un poco de marihuana y charlar contigo a estas horas de la madrugada, aún cuando estés muy provocativa con esa batica, sin hacerte daño.

Ella rió otra vez. Miró su reloj de pulso y dijo: –ya es tarde.

–¿Para qué?, –repuse yo. –Podría también ser muy temprano.

La chica me miró a los ojos unos cuantos segundos y me besó la mejilla.

–Otro día, o noche, seguimos hablando. ¿Cómo te llamas?

–Ariel.

–Yo soy Aurora.

Se levantó, apoyándose en mi hombro, y se fue a su pieza, a dormir. Yo la seguí hasta llegar a mi puerta. Abrí y antes de cerrar esperé a que ella cerrara.


Domingo José Bolívar Peralta.
15/11/2013 04:18 a.m.








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