Entró por la puerta trasera como una
ráfaga de viento y se tiró en la banca de los músicos. El cobrador, se dio
cuenta, como si lo hubiera estado esperando, y, con cara de escopeta, se
dirigió rápido hacia él, desde la puerta delantera.
El coleto buscó en un bolsillo de su
ancho jean y extendiendo el brazo, con la palma de la mano abierta, mostró
quinientos pesos.
—El pasaje vale mil— dijo el cobrador
con tono brusco.
—No tengo más.
Indiferente a lo que sucedía atrás, el chofer,
aceleraba cada vez más. Había hecho la última parada en las afueras del pueblo
vecino, donde se bajaron tres pasajeros.
—¡Paga completo o te bajas! ¡No creas
que vas a venir a sabotearnos cada vez que te da la gana!
—No tengo más mi vale, ¡cógela suave!
—¡Qué cógela suave ni qué nada! Me pagas
completo o te bajo. ¿Qué crees, que soy marica? La vez pasada hasta ensuciaste
de mierda el bus.
Los que no habían volteado antes a
mirar, ahora 1o hicieron. Todos estábamos a la expectativa de lo que pasaba
atrás.
—¿Te crees más macho que nosotros?—
espetó el cobrador.
—Yo no fui, mi vale.
—¡Paga el pasaje completo, marihuanero
hijueputa!
—¡No me falte el respeto, valecita!
Eliano, préstame quinientos pesos.
Eliano hizo como si no fuera con él.
—¡Bájate del bus!
—Hey, deja el azare. No te he hecho nada.
¡Mariana, Mariana! ¿Tienes quinientos pesos que me prestes?
Antes de que hiciera la pregunta,
Mariana había volteado el rostro y le susurraba algo a su compañera de puesto.
Yo, que estaba leyendo un pequeño libro desde que abordé el bus, ahora me
debatía en mi fuero interno, tratando de resolver si debía darle o no al puto
coleto, marihuanero, ratero y quién sabe qué más, los malditos quinientos
pesos, considerando que no gano el dinero suficiente y que esa noche era
verdaderamente escaso lo que cargaba en mis bolsillos. Volví al libro, releí
unas líneas que ya había releído: “... yo daría, pero sólo a quien merece.” (...)
“... y hay quienes poseen poco, y lo dan todo. Estos son los que creen en la
vida y en la bondad de la vida, y sus arcas nunca se ven vacías.”
—¡Loco, loco! Mi valecita, ¡dame
quinientos pesos, mi vale!
—¡Ya está bueno. Pa abajo!
La cosa se estaba poniendo fea. ¿Qué tal
si el coleto saca de entre las etéreas cortinas de un lugar arcano, de un
universo paralelo, una navaja y hiere al cobrador, si lo mata, si el muerto es
el otro, si el chofer se altera y pierde el control del bus y los muertos y
heridos son más aparte de esos dos? Pensé.
Pegado a la ventanilla (que siempre abro
porque no soporto la sofocación que producen tantos cuerpos humanos apretujados
en este ambiente caluroso), con el libro en mis manos, pensaba, dudaba, y me
resolví. Saqué quinientos pesos del bolsillo del pantalón, en donde luego del
gasto del pasaje y algo de comer y beber, llevaba lo que quedaba de la
miserable paga por lo producido en mi jornada de trabajo.
—Cole —dije, y le lancé los quinientos
pesos desde mi posición, el asiento izquierdo anterior a la banca de los músicos.
La moneda daba giros en el aire y en ese momento capté los reproches mudos y
las miradas de indignación. Cuando al fin tuvo la moneda en su mano, reconocí la
poca gratitud del coleto y la rabia del cobrador. Pero me sentí bien, hice algo
bueno.
El cobrador cogió los mil pesos y se fue
a su lugar en la puerta delantera del bus. El coleto se quedó quieto, agazapado
en el rincón de la banca de los músicos, a la derecha.
Mariana clavó sus ojos en los míos. Tú
dices ser cristiana, deberías entender mejor que yo lo que he hecho. ¿Acaso la
caridad, el dar, no es premisa del cristianismo? Fue mi respuesta no
pronunciada a su pregunta no pronunciada.
Por fin el bus llegó al pueblo. Cuando
el coleto se bajó, los murmullos no se hicieron esperar y supongo que cuando yo
lo hice, también se habló de mí.
Hoy, sin plata para tomar el bus que me
debería llevar a mi mezquino trabajo y exasperado
por este calor de los mil demonios, lanzo mis furias contra todos los dioses y
sus profetas, maldigo el Universo y la vida y proclamo que todo es perversión.
Lo siento Khalil, he vuelto a ser yo mismo.
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