domingo, 8 de marzo de 2015

Una noche más en el bus



Entró por la puerta trasera como una ráfaga de viento y se tiró en la banca de los músicos. El cobrador, se dio cuenta, como si lo hubiera estado esperando, y, con cara de escopeta, se dirigió rápido hacia él, desde la puerta delantera.

El coleto buscó en un bolsillo de su ancho jean y extendiendo el brazo, con la palma de la mano abierta, mostró quinientos pesos.

—El pasaje vale mil— dijo el cobrador con tono brusco.
—No tengo más­.

Indiferente a lo que sucedía atrás, el chofer, aceleraba cada vez más. Había hecho la última parada en las afueras del pueblo vecino, donde se bajaron tres pasajeros.  

—¡Paga completo o te bajas! ¡No creas que vas a venir a sabotearnos cada vez que te da la gana!  
—No tengo más mi vale, ¡cógela suave!
—¡Qué cógela suave ni qué nada! Me pagas completo o te bajo. ¿Qué crees, que soy marica? La vez pasada hasta ensuciaste de mierda el bus.

Los que no habían volteado antes a mirar, ahora 1o hicieron. Todos estábamos a la expectativa de lo que pasaba atrás.

—¿Te crees más macho que nosotros?— espetó el cobrador.
—Yo no fui, mi vale.
—¡Paga el pasaje completo, marihuanero hijueputa!
—¡No me falte el respeto, valecita! Eliano, préstame quinientos pesos.

Eliano hizo como si no fuera con él.

—¡Bájate del bus!
—Hey, deja el azare. No te he hecho nada. ¡Mariana, Mariana! ¿Tienes quinientos pesos que me prestes?

Antes de que hiciera la pregunta, Mariana había volteado el rostro y le susurraba algo a su compañera de puesto. Yo, que estaba leyendo un pequeño libro desde que abordé el bus, ahora me debatía en mi fuero interno, tratando de resolver si debía darle o no al puto coleto, marihuanero, ratero y quién sabe qué más, los malditos quinientos pesos, considerando que no gano el dinero suficiente y que esa noche era verdaderamente escaso lo que cargaba en mis bolsillos. Volví al libro, releí unas líneas que ya había releído: “... yo daría, pero sólo a quien merece.” (...) “... y hay quienes poseen poco, y lo dan todo. Estos son los que creen en la vida y en la bondad de la vida, y sus arcas nunca se ven vacías.”

—¡Loco, loco! Mi valecita, ¡dame quinientos pesos, mi vale!
—¡Ya está bueno. Pa abajo!

La cosa se estaba poniendo fea. ¿Qué tal si el coleto saca de entre las etéreas cortinas de un lugar arcano, de un universo paralelo, una navaja y hiere al cobrador, si lo mata, si el muerto es el otro, si el chofer se altera y pierde el control del bus y los muertos y heridos son más aparte de esos dos? Pensé.

Pegado a la ventanilla (que siempre abro porque no soporto la sofocación que producen tantos cuerpos humanos apretujados en este ambiente caluroso), con el libro en mis manos, pensaba, dudaba, y me resolví. Saqué quinientos pesos del bolsillo del pantalón, en donde luego del gasto del pasaje y algo de comer y beber, llevaba lo que quedaba de la miserable paga por lo producido en mi jornada de trabajo.

—Cole —dije, y le lancé los quinientos pesos desde mi posición, el asiento izquierdo anterior a la banca de los músicos. La moneda daba giros en el aire y en ese momento capté los reproches mudos y las miradas de indignación. Cuando al fin tuvo la moneda en su mano, reconocí la poca gratitud del coleto y la rabia del cobrador. Pero me sentí bien, hice algo bueno.

El cobrador cogió los mil pesos y se fue a su lugar en la puerta delantera del bus. El coleto se quedó quieto, agazapado en el rincón de la banca de los músicos, a la derecha.

Mariana clavó sus ojos en los míos. Tú dices ser cristiana, deberías entender mejor que yo lo que he hecho. ¿Acaso la caridad, el dar, no es premisa del cristianismo? Fue mi respuesta no pronunciada a su pregunta no pronunciada.

Por fin el bus llegó al pueblo. Cuando el coleto se bajó, los murmullos no se hicieron esperar y supongo que cuando yo lo hice, también se habló de mí.

Hoy, sin plata para tomar el bus que me debería llevar a mi mezquino trabajo y exasperado por este calor de los mil demonios, lanzo mis furias contra todos los dioses y sus profetas, maldigo el Universo y la vida y proclamo que todo es perversión. Lo siento Khalil, he vuelto a ser yo mismo.

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