miércoles, 4 de marzo de 2015

El peso de la vida sin otra vida más que la misma vida que se repite para siempre

“(...) la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad.” Es la exégesis que Milan Kundera hace del “mito demencial” de Fredrich Nietzsche. Complementa su interpretación con lo siguiente: “(...) la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido.” Remata después su pensamiento diciendo: “Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht).”

Sostiene Kundera que gracias a esa idea del eterno retorno, Nietzsche ata al ser humano a la vida terrenal (la única vida), arrebatándoselo al Cielo. Desde este punto de vista se me antoja que el hombre, condenado a repetirse eternamente, aceptaría su vida con todo el peso que debe cargar, su responsabilidad por cada uno de sus actos, no con total agrado y conformismo sino todo lo contrario, siempre estaría cuestionándose sobre el papel que deberá representar una y otra vez en la misma obra teatral, prestaría más atención a sus gestos como quien se mira en un espejo. Esta actitud no tendría que ver con la obtención de un indulto o un castigo por parte de un dios ultraterreno, más bien estaría determinada por la inquietante certeza de que lo que haga se repetirá una y otra vez. Este actor tendería a que su actuación fuese lo más agradable posible para sí mismo y de acuerdo al escenario en que se debe desenvolver, que es la vida, la única vida que se repetirá por siempre. Este asunto de la actitud va asociado a la voluntad de poder, que es la voluntad de vivir, pero la voluntad de vivir no significa simplemente soportar la vida (el peso) sino conquistar la vida para nuestro beneficio. El hombre que se niega a ser siervo, a la esclavitud de la moral predominante, para convertirse en amo de sí mismo e imponerse a las adversidades luchando contra él mismo y contra todo lo que lo contraríe.

“Friedrich Nietzsche fundamentó su ética en lo que él creía el instinto humano más básico, la voluntad de poder. Nietzsche criticó el cristianismo y los sistemas morales de otros filósofos como "morales esclavas" porque, en su opinión, encadenaban a todos los miembros de la sociedad con normas universales de ética. Nietzsche ofreció una “moral maestra” que apreciaba la influencia creativa de individuos poderosos que trascienden las normas comunes de la sociedad.” (Enciclopedia Encarta The New York Public Library. Microsoft ® Encarta ® 2009. © 1993-2008 Microsoft Corporation.).

Los cuatro personajes principales de La insoportable levedad del ser tienen esa voluntad de poder, viven en constante lucha consigo mismos y con los factores externos a ellos que les son inmediatos, intentan dominar y dominarse aferrándose a un ideal de la vida que se desean en el aquí y ahora.

Dice el escritor checo lo siguiente: “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas futuras.”, también dice: “El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación.” Luego hace esta pregunta a la que él mismo responde: “¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma?, y agrega: “la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro.”

Es precisamente esa incertidumbre la que impulsa al hombre que lleva sobre sí el peso inquietante de la idea del eterno retorno a vigilarse y a estar atento a su entorno. No puede dejarse vencer, debe imponer su voluntad de poder, de vivir plenamente. Es por eso que el hombre no decide suicidarse sino luchar. No por una recompensa celestial sino por él mismo. El hombre que atiende con recelo la idea del eterno retorno teme que eternamente tenga que volver a vivir como un esclavo, a vivir una vida de mierda que no vale la pena vivirla; entonces lucha, se propone justificar su existencia, darle algún sentido.

Este hombre sabe que no lo puede controlar todo, sabe que hay una fuerza superior a él, una fuerza que bien puede ser aliada o enemiga. Cuando esta fuerza actúa a su favor, no se debe desaprovechar la oportunidad; cuando le pone piedras en el camino sólo se puede hacer tres cosas: tropezar y dejar la piedra atrás, apartar la piedra del camino por si acaso va a tener que volver a pasar por él y de pronto se le olvida que ahí está la piedra o tomar la piedra y con ella más adelante descalabrar a alguien que le quiera hacer daño. Arrojar la piedra al cielo con ánimo de herir al dios por ponerla en su camino no le servirá de nada, aparte de que ésta puede caer sobre su propia cabeza. La razón más creíble por la cual tendríamos que volver a vivir la misma vida siempre sin nunca poder recordar nada de ella, es el azar. No se puede concebir la vida sabiendo todo de antemano. Lo cotidiano, lo rutinario, es conocido y por tanto tenemos la sensación de cosa dominada; necesitamos algo nuevo para domesticar, y eso lo presenta el azar, la casualidad. Lo azaroso apasiona porque nos atemoriza, y tenemos la necesidad de miedo para reafirmar que estamos vivos y que salga a flote esa cualidad primaria que es la voluntad de poder. Hay una máxima que dice: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla.” La incertidumbre, el error y la experiencia vienen a ser sinónimos de aquello que nos enseñaron en la escuela: nacer, crecer y reproducir, salvo que en esta analogía reproducir no significa multiplicarse sino repetir.

Entre los recursos técnicos que utiliza el autor para desarrollar su historia me llama mucho la atención el manejo del tiempo, el lugar y la acción. Nos deja en un lugar y un momento dentro de unas condiciones específicas, deja eso para contar de otros lugares y momentos, y luego nos lleva al mismo lugar que habíamos dejado, pero ya cambiado, dando un salto en el tiempo. Los técnicos en programación de computadores cuando necesitan que se cumplan más de una vez ciertas tareas en alguna aplicación que estén desarrollando, incluyen en sus algoritmos estructuras que llaman bucles. Milan Kundera usa bucles para su novela. Gracias a los bucles el programa le pregunta al usuario si quiere volver a hacer algo, en este caso la novela le pregunta a Kundera si quiere volver a una escena, Como los bucles pueden ofrecer opciones para que la misma tarea no se ejecute del mismo modo, Kundera vuelve a la escena no para decir lo mismo sino para explicar algo, decir algo más o adelantar un poco lo que va a suceder en otro tiempo y lugar. La novela en su estructura recuerda el eterno retorno.

Terminaré con esta última idea, ya que me estoy alargando mucho: “En el trasfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos acuerdo categórico con el ser.” Al respecto pienso que ya sea algún dios creador o la Madre Naturaleza, quien sea que le haya dado al mundo sus características que conocemos en cuanto a la vida y a la muerte, se ha equivocado. Este mundo no es perfecto, no puede serlo, en principio, si para vivir hay que matar. Quizás los únicos seres vivos perfectos sean los autótrofos y la cosa más imperfecta sea la conciencia humana.

Domingo José Bolívar Peralta. 22 de diciembre del año 2.014 d.C. del calendario Gregoriano. Para el Clan de Lectura Crítica de la Biblioteca Piloto del Caribe (Barranquilla)


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