“(...) la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la
cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin
la circunstancia atenuante de su fugacidad.” Es la exégesis que Milan Kundera
hace del “mito demencial” de Fredrich Nietzsche. Complementa su interpretación
con lo siguiente: “(...) la profunda perversión moral que va unida a un mundo
basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo
está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido.” Remata
después su pensamiento diciendo: “Si cada uno de los instantes de nuestra vida
se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como
Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno
descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es
el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más
pesada (das schwerste Gewicht).”
Sostiene Kundera que gracias a esa idea del eterno retorno, Nietzsche ata
al ser humano a la vida terrenal (la única vida), arrebatándoselo al Cielo. Desde
este punto de vista se me antoja que el hombre, condenado a repetirse
eternamente, aceptaría su vida con todo el peso que debe cargar, su
responsabilidad por cada uno de sus actos, no con total agrado y conformismo sino
todo lo contrario, siempre estaría cuestionándose sobre el papel que deberá
representar una y otra vez en la misma obra teatral, prestaría más atención a
sus gestos como quien se mira en un espejo. Esta actitud no tendría que ver con
la obtención de un indulto o un castigo por parte de un dios ultraterreno, más
bien estaría determinada por la inquietante certeza de que lo que haga se
repetirá una y otra vez. Este actor tendería a que su actuación fuese lo más agradable
posible para sí mismo y de acuerdo al escenario en que se debe desenvolver, que
es la vida, la única vida que se repetirá por siempre. Este asunto de la
actitud va asociado a la voluntad de poder, que es la voluntad de vivir, pero
la voluntad de vivir no significa simplemente soportar la vida (el peso) sino
conquistar la vida para nuestro beneficio. El hombre que se niega a ser siervo,
a la esclavitud de la moral predominante, para convertirse en amo de sí mismo e
imponerse a las adversidades luchando contra él mismo y contra todo lo que lo
contraríe.
“Friedrich
Nietzsche fundamentó su ética en lo que él creía el instinto humano más básico,
la voluntad de poder. Nietzsche criticó el cristianismo y los sistemas morales
de otros filósofos como "morales esclavas" porque, en su opinión,
encadenaban a todos los miembros de la sociedad con normas universales de
ética. Nietzsche ofreció una “moral maestra” que apreciaba la influencia
creativa de individuos poderosos que trascienden las normas comunes de la
sociedad.” (Enciclopedia Encarta
The New York Public Library. Microsoft
® Encarta ® 2009. © 1993-2008 Microsoft Corporation.).
Los cuatro personajes principales de La insoportable levedad del ser
tienen esa voluntad de poder, viven en constante lucha consigo mismos y con los
factores externos a ellos que les son inmediatos, intentan dominar y dominarse
aferrándose a un ideal de la vida que se desean en el aquí y ahora.
Dice el escritor checo lo siguiente: “El hombre nunca puede saber qué
debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus
vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas futuras.”, también dice: “El
hombre lo vive todo a la primera y sin preparación.” Luego hace esta pregunta a
la que él mismo responde: “¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para
vivir es ya la vida misma?, y agrega: “la vida parece un boceto. Pero ni
siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador
de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra
vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro.”
Es precisamente esa incertidumbre la que impulsa al hombre que lleva
sobre sí el peso inquietante de la idea del eterno retorno a vigilarse y a
estar atento a su entorno. No puede dejarse vencer, debe imponer su voluntad de
poder, de vivir plenamente. Es por eso que el hombre no decide suicidarse sino
luchar. No por una recompensa celestial sino por él mismo. El hombre que
atiende con recelo la idea del eterno retorno teme que eternamente tenga que
volver a vivir como un esclavo, a vivir una vida de mierda que no vale la pena
vivirla; entonces lucha, se propone justificar su existencia, darle algún
sentido.
Este hombre sabe que no lo puede controlar todo, sabe que hay una fuerza
superior a él, una fuerza que bien puede ser aliada o enemiga. Cuando esta
fuerza actúa a su favor, no se debe desaprovechar la oportunidad; cuando le
pone piedras en el camino sólo se puede hacer tres cosas: tropezar y dejar la
piedra atrás, apartar la piedra del camino por si acaso va a tener que volver a
pasar por él y de pronto se le olvida que ahí está la piedra o tomar la piedra
y con ella más adelante descalabrar a alguien que le quiera hacer daño. Arrojar
la piedra al cielo con ánimo de herir al dios por ponerla en su camino no le
servirá de nada, aparte de que ésta puede caer sobre su propia cabeza. La razón
más creíble por la cual tendríamos que volver a vivir la misma vida siempre sin
nunca poder recordar nada de ella, es el azar. No se puede concebir la vida
sabiendo todo de antemano. Lo cotidiano, lo rutinario, es conocido y por tanto
tenemos la sensación de cosa dominada; necesitamos algo nuevo para domesticar,
y eso lo presenta el azar, la casualidad. Lo azaroso apasiona porque nos
atemoriza, y tenemos la necesidad de miedo para reafirmar que estamos vivos y
que salga a flote esa cualidad primaria que es la voluntad de poder. Hay una
máxima que dice: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla.” La
incertidumbre, el error y la experiencia vienen a ser sinónimos de aquello que
nos enseñaron en la escuela: nacer, crecer y reproducir, salvo que en esta
analogía reproducir no significa multiplicarse sino repetir.
Entre los recursos técnicos que utiliza el autor para desarrollar su
historia me llama mucho la atención el manejo del tiempo, el lugar y la acción.
Nos deja en un lugar y un momento dentro de unas condiciones específicas, deja
eso para contar de otros lugares y momentos, y luego nos lleva al mismo lugar
que habíamos dejado, pero ya cambiado, dando un salto en el tiempo. Los
técnicos en programación de computadores cuando necesitan que se cumplan más de
una vez ciertas tareas en alguna aplicación que estén desarrollando, incluyen
en sus algoritmos estructuras que llaman bucles. Milan Kundera usa bucles para
su novela. Gracias a los bucles el programa le pregunta al usuario si quiere
volver a hacer algo, en este caso la novela le pregunta a Kundera si quiere
volver a una escena, Como los bucles pueden ofrecer opciones para que la misma
tarea no se ejecute del mismo modo, Kundera vuelve a la escena no para decir lo
mismo sino para explicar algo, decir algo más o adelantar un poco lo que va a
suceder en otro tiempo y lugar. La novela en su estructura recuerda el eterno
retorno.
Terminaré con esta última idea, ya que me estoy alargando mucho: “En el
trasfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del
Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser
es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos
acuerdo categórico con el ser.” Al respecto pienso que ya sea algún dios
creador o la Madre Naturaleza, quien sea que le haya dado al mundo sus
características que conocemos en cuanto a la vida y a la muerte, se ha
equivocado. Este mundo no es perfecto, no puede serlo, en principio, si para
vivir hay que matar. Quizás los únicos seres vivos perfectos sean los
autótrofos y la cosa más imperfecta sea la conciencia humana.
Domingo José Bolívar Peralta. 22 de diciembre del año 2.014 d.C. del
calendario Gregoriano. Para el Clan de Lectura Crítica de la Biblioteca Piloto del Caribe (Barranquilla)
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