Si como se dice, lo mejor es empezar por el
inicio, tengo que decir al respecto que el inicio de esta obra es excelente.
Encuentro en toda la obra, pero en especial hasta el primer punto seguido, un
ritmo... Claro, es una traducción, la versión en español de lo que Süskind
escribió en otro idioma; tal vez en esto el traductor tendría más mérito que el
mismo Süskind en el idioma original en que fue escrita La paloma. Total, ese inicio tiene su toque de poesía en la
cadencia de las palabras, incluso hay algunas rimas entre los relieves de su
acentuación. Engancha de inmediato también porque nos dice algo que ocurrió,
sin revelar detalles, sólo para que quedemos con la espina de saber más, de qué
fue en sí lo que ocurrió, porque de hecho es bastante insólito que una paloma
trastorne la vida de alguien.
Entrando más en la forma de lo que el
escritor (y su traductor) me presentan, encuentro en toda la labor de escritura
del libro unos interesantes juegos con la puntuación y el uso de caracteres
tipográficos, que contribuyen de igual manera a jugar con el ritmo del relato.
Hubo pasajes que leí con lentitud, casi con la misma serenidad metódica del
señor Jonathan Noel, mas también encontré pasajes en los que el vértigo que
invadió al protagonista, la ira y desprecio, contagiaron mi lectura. Es el
ritmo, y el ir contado de manera que se descubra algo nuevo, o se termine de
revelar algo que ya se había esbozado, lo que me mantuvo rehén de esta historia.
En cuanto al personaje principal, Jonathan
Noel es un espécimen raro que aspira a encontrar la serenidad total y llegar
así hasta el día de su muerte, a través de la rutina, del transitar siempre por
caminos conocidos. Es un tipo asocial, porque ha llegado a la conclusión de que
“no se podía confiar en los seres humanos y sólo era posible vivir en paz
manteniéndose alejado de ellos.” Ha trazado unos márgenes de los cuales no debe
ni quiere salirse nunca. ¿Por qué? ¿Acaso se deba a esa tarde en que vio el
delantal de su madre sobre el respaldo de una silla, y más tarde la
desaparición también de su padre? ¿A los amargos días de su infancia cuando
permanecía encerrado en un sótano mientras oía cómo el mundo se destrozaba
sobre su cabeza? Me llama la atención que su hermana menor sólo es mencionada
dos veces y muy poco, como si hubiese perdido importancia para Jonathan. Ella
huyó para no volver. O esa mujer con la que se casó, esperando el protagonista
desde esa etapa de su juventud encontrar la paz que después logró construirse,
pero no lo logró con aquella, que lo abandonó. Quizás era eso: Jonathan Noel no
quería sufrir más por nada ni por nadie. Cerró con candado su interior y lanzó
la llave a un río, con los ojos vendados, para no tener la posibilidad de
abrirse nunca más. Le cerró su vida al amor, a la amistad, a las pasiones y se
procuró un vivir maquinal que le evitase cualquier sobresalto.
Al describirnos el edificio donde este
hombre sencillo (pero no simple) escogió establecer su vida, a través de los
recuerdos de Jonathan Noel, el autor de esta novela corta (¿o quizás cuento
largo?) también nos muestra una película acelerada de los cambios en la
sociedad francesa, del devenir del país, según la clase de personas que ocupan las
habitaciones del viejo edificio. Una especie de ultraresumen socioeconómico de
Francia a través de aquellos años de posguerra hasta llegar a los años de las
revoluciones estudiantiles y pasar luego aquella página de nobles ilusiones de
la juventud francesa hasta etapas posteriores.
El señor Jonathan Noel, que pagaba para
comprar esa habitación de la que sólo salía para ir a trabajar y hacer sus
necesidades (cagar, mear, quizás también bañarse) y que la adoraba como lo más
valioso en su vida, un día cualquiera encuentra que hay una paloma justo frente
a su puerta. Este hecho sin importancia
trastorna de tal modo la vida de Jonathan que durante todo un día sufre una
serie de calamidades, pierde su habitual compostura, se exaspera, envidia a
otros con mejor fortuna y siente... odio. El odio que mantenía enclaustrado en
una caja fuerte, empotrada en un rincón lleno de telarañas de su ser
enclaustrado.
Las reacciones de Noel, sereno guardia de
seguridad de un banco, hombre inmutable, desde la aparición de la paloma se
tornan exageradas, sus pensamientos se vuelven catastróficos, apocalípticos.
Empieza a verse a sí mismo como muy poca cosa, algo indigno y repugnante. Es
como cuando una hermosa mañana cualquiera nosotros sin saber a ciencia cierta
por qué, nos levantamos con el peso de una malparidez existencial. La paloma en
sí no es nada, nada significa, tanto así que no la volveremos a encontrar. El
problema está en Jonathan Noel. La olla de presión no aguantó más, la válvula
liberó una gran cantidad de vapor acumulado en su interior.
Hay una escena de entre tantas de este
relato que quiero transcribir a continuación, porque me parece que goza de un
carácter sociológico que luego explicaré; es esta: “la multiplicación de la suciedad no
incrementó la repugnancia de Jonathan sino que, por el contrario, reforzó su
voluntad de resistencia: ante una sola mancha y un solo plumón habría
retrocedido y cerrado la puerta, para siempre. El hecho, sin embargo, de que
la paloma hubiera ensuciado al parecer todo el pasillo –esta generalización
del aborrecido fenómeno– movilizó todo su valor.” Me
interesa y digo que le encuentro un carácter sociológico porque lo asimilo como
semejante a estas manifestaciones sociales en las cuales las gentes,
sobrepuestas a sus temores, marchan y gritan en contra de aquellas cosas que
les afectan negativamente, en conjunto; que de tanto sentirse golpeadas ya han
podido sacar coraje para enfrentar a aquellos que martillan y taladran sobre
sus cabezas. No me extiendo en esto para no convertir este análisis literario
en un panfleto sociopolítico.
También me ha llamado mucho la atención la
parte en la que el ex soldado y dentro de pocos años jubilado señor Noel, se
preocupa por lo que otros puedan pensar de él. Los rígidos márgenes en los que
ha decidido vivir no se soportan sólo de lo que él piense de sí mismo. Es
importante para él no llamar la atención de los demás, no generar en los otros
pensamientos que lo hagan parecer un personaje extraordinario (aunque lo es) y
siente muy dentro de sí que debe aparentar (y quizás, creerá él) ser lo más
normal posible. Sus límites atienden también los límites de las convenciones
sociales, aunque, paradójicamente, trata de interactuar lo menos posible con el
resto de los seres humanos (y hasta con los animales, porque hasta una
advenediza paloma tiene el poder de destruir su alcanzada tranquilidad). Un
hombre cuyo carácter fue siempre sumiso, pero hecho a trompicones. Me parece
que hay en él una hipersensibilidad que es lo que lo llevó a no desear exponerse
más al dolor, a la angustia, a la incertidumbre.
Esta obra de Patrick Süskind la leí con
agrado desde el principio hasta el fin. Las situaciones del personaje narradas
por el “pequeño dios omnisciente” y las introspecciones del mismo me hicieron
sonreír muchas veces, otras reí que seguro mis vecinos escucharon mis
carcajadas, hubo momentos en los que sentí tristeza y lástima por Jonathan y
hasta como había dicho antes, ira contra este mundo y toda esa gente que hay
ahí sin enterarse de nada, como esos arrogantes meseros adolescentes que Noel
veía desde la entrada principal del banco.
Sólo me queda decir que ojalá la lean.
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