miércoles, 4 de marzo de 2015

La paloma que no hizo más que cagar

Si como se dice, lo mejor es empezar por el inicio, tengo que decir al respecto que el inicio de esta obra es excelente. Encuentro en toda la obra, pero en especial hasta el primer punto seguido, un ritmo... Claro, es una traducción, la versión en español de lo que Süskind escribió en otro idioma; tal vez en esto el traductor tendría más mérito que el mismo Süskind en el idioma original en que fue escrita La paloma. Total, ese inicio tiene su toque de poesía en la cadencia de las palabras, incluso hay algunas rimas entre los relieves de su acentuación. Engancha de inmediato también porque nos dice algo que ocurrió, sin revelar detalles, sólo para que quedemos con la espina de saber más, de qué fue en sí lo que ocurrió, porque de hecho es bastante insólito que una paloma trastorne la vida de alguien.

Entrando más en la forma de lo que el escritor (y su traductor) me presentan, encuentro en toda la labor de escritura del libro unos interesantes juegos con la puntuación y el uso de caracteres tipográficos, que contribuyen de igual manera a jugar con el ritmo del relato. Hubo pasajes que leí con lentitud, casi con la misma serenidad metódica del señor Jonathan Noel, mas también encontré pasajes en los que el vértigo que invadió al protagonista, la ira y desprecio, contagiaron mi lectura. Es el ritmo, y el ir contado de manera que se descubra algo nuevo, o se termine de revelar algo que ya se había esbozado, lo que me mantuvo rehén de esta historia.

En cuanto al personaje principal, Jonathan Noel es un espécimen raro que aspira a encontrar la serenidad total y llegar así hasta el día de su muerte, a través de la rutina, del transitar siempre por caminos conocidos. Es un tipo asocial, porque ha llegado a la conclusión de que “no se podía confiar en los seres humanos y sólo era posible vivir en paz manteniéndose alejado de ellos.” Ha trazado unos márgenes de los cuales no debe ni quiere salirse nunca. ¿Por qué? ¿Acaso se deba a esa tarde en que vio el delantal de su madre sobre el respaldo de una silla, y más tarde la desaparición también de su padre? ¿A los amargos días de su infancia cuando permanecía encerrado en un sótano mientras oía cómo el mundo se destrozaba sobre su cabeza? Me llama la atención que su hermana menor sólo es mencionada dos veces y muy poco, como si hubiese perdido importancia para Jonathan. Ella huyó para no volver. O esa mujer con la que se casó, esperando el protagonista desde esa etapa de su juventud encontrar la paz que después logró construirse, pero no lo logró con aquella, que lo abandonó. Quizás era eso: Jonathan Noel no quería sufrir más por nada ni por nadie. Cerró con candado su interior y lanzó la llave a un río, con los ojos vendados, para no tener la posibilidad de abrirse nunca más. Le cerró su vida al amor, a la amistad, a las pasiones y se procuró un vivir maquinal que le evitase cualquier sobresalto.

Al describirnos el edificio donde este hombre sencillo (pero no simple) escogió establecer su vida, a través de los recuerdos de Jonathan Noel, el autor de esta novela corta (¿o quizás cuento largo?) también nos muestra una película acelerada de los cambios en la sociedad francesa, del devenir del país, según la clase de personas que ocupan las habitaciones del viejo edificio. Una especie de ultraresumen socioeconómico de Francia a través de aquellos años de posguerra hasta llegar a los años de las revoluciones estudiantiles y pasar luego aquella página de nobles ilusiones de la juventud francesa hasta etapas posteriores.

El señor Jonathan Noel, que pagaba para comprar esa habitación de la que sólo salía para ir a trabajar y hacer sus necesidades (cagar, mear, quizás también bañarse) y que la adoraba como lo más valioso en su vida, un día cualquiera encuentra que hay una paloma justo frente a su puerta.  Este hecho sin importancia trastorna de tal modo la vida de Jonathan que durante todo un día sufre una serie de calamidades, pierde su habitual compostura, se exaspera, envidia a otros con mejor fortuna y siente... odio. El odio que mantenía enclaustrado en una caja fuerte, empotrada en un rincón lleno de telarañas de su ser enclaustrado.

Las reacciones de Noel, sereno guardia de seguridad de un banco, hombre inmutable, desde la aparición de la paloma se tornan exageradas, sus pensamientos se vuelven catastróficos, apocalípticos. Empieza a verse a sí mismo como muy poca cosa, algo indigno y repugnante. Es como cuando una hermosa mañana cualquiera nosotros sin saber a ciencia cierta por qué, nos levantamos con el peso de una malparidez existencial. La paloma en sí no es nada, nada significa, tanto así que no la volveremos a encontrar. El problema está en Jonathan Noel. La olla de presión no aguantó más, la válvula liberó una gran cantidad de vapor acumulado en su interior.

Hay una escena de entre tantas de este relato que quiero transcribir a continuación, porque me parece que goza de un carácter sociológico que luego explicaré; es esta: “la multiplica­ción de la suciedad no incrementó la re­pugnancia de Jonathan sino que, por el contrario, reforzó su voluntad de resisten­cia: ante una sola mancha y un solo plu­món habría retrocedido y cerrado la puerta, para siempre. El hecho, sin em­bargo, de que la paloma hubiera ensuciado al parecer todo el pasillo –esta generaliza­ción del aborrecido fenómeno– movilizó todo su valor.” Me interesa y digo que le encuentro un carácter sociológico porque lo asimilo como semejante a estas manifestaciones sociales en las cuales las gentes, sobrepuestas a sus temores, marchan y gritan en contra de aquellas cosas que les afectan negativamente, en conjunto; que de tanto sentirse golpeadas ya han podido sacar coraje para enfrentar a aquellos que martillan y taladran sobre sus cabezas. No me extiendo en esto para no convertir este análisis literario en un panfleto sociopolítico.

También me ha llamado mucho la atención la parte en la que el ex soldado y dentro de pocos años jubilado señor Noel, se preocupa por lo que otros puedan pensar de él. Los rígidos márgenes en los que ha decidido vivir no se soportan sólo de lo que él piense de sí mismo. Es importante para él no llamar la atención de los demás, no generar en los otros pensamientos que lo hagan parecer un personaje extraordinario (aunque lo es) y siente muy dentro de sí que debe aparentar (y quizás, creerá él) ser lo más normal posible. Sus límites atienden también los límites de las convenciones sociales, aunque, paradójicamente, trata de interactuar lo menos posible con el resto de los seres humanos (y hasta con los animales, porque hasta una advenediza paloma tiene el poder de destruir su alcanzada tranquilidad). Un hombre cuyo carácter fue siempre sumiso, pero hecho a trompicones. Me parece que hay en él una hipersensibilidad que es lo que lo llevó a no desear exponerse más al dolor, a la angustia, a la incertidumbre.

Esta obra de Patrick Süskind la leí con agrado desde el principio hasta el fin. Las situaciones del personaje narradas por el “pequeño dios omnisciente” y las introspecciones del mismo me hicieron sonreír muchas veces, otras reí que seguro mis vecinos escucharon mis carcajadas, hubo momentos en los que sentí tristeza y lástima por Jonathan y hasta como había dicho antes, ira contra este mundo y toda esa gente que hay ahí sin enterarse de nada, como esos arrogantes meseros adolescentes que Noel veía desde la entrada principal del banco.

Sólo me queda decir que ojalá la lean.

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