miércoles, 4 de marzo de 2015

Pinchando bubones en la ciudad de San Roque

Lo primero que he de resaltar, es el ritmo al que nos conduce la puntuación. Camus y su traductora, Rosa Chacer, desde los pies de un personaje que se define a sí mismo como un cronista, caminan sin afán, indicándonos, en especial entre comas y puntos, cada detalle para que no nos perdamos de nada en este recorrido por una ciudad constreñida por la peste.

Los diálogos que acompañan el relato de los hechos, son las ventanas a través de las cuales vemos el espíritu de estos seres humanos, que no por ser de ficción dejan de ser reales. Igual de efectivo como son los diálogos, son las descripciones de los paisajes, las costumbres, el paso del tiempo, el físico de las personas. Cada palabra en esta obra nos transmite la realidad de un universo concreto y a la vez simbólico; sabemos que esa Oran está sólo en las páginas del libro, mas se aparta uno del libro y se da cuenta que es cierto: vivimos en Oran, acosados por la peste.

Falta un poco más, a mi juicio, en este libro, de la mirada femenina. La obra es dominada por lo que hacen o dejar de hacer, por lo que piensan, dicen y callan los hombres. Al inicio encontramos una descripción del “espíritu de Oran” a través de sus hombres, es decir sus actividades y modus vivendi, lo cual es un recurso acertado que daría mejores resultados si hubiese pasado también por la generalidad de sus mujeres. Quizás Camus, consciente de esto, insertó mediante la voz del cronista la siguiente frase: “El narrador se propone usar de todo ello cuando le parezca bien y cuando le plazca.

Pasando de una vez a las motivaciones de fondo por las cuales, a mi entender, Albert Camus escribió La peste, éstas no son otras que las de darnos un puntapié (fuerte y bien colocado, como corresponde a un practicante del fútbol) en la conciencia y un testimonio de fe en la humanidad, teniendo como base un pensamiento filosófico en el cual pone de manifiesto que ante lo absurdo, doloroso y complejo que resulta ser el estar vivos, nuestro primer compromiso como humanos es luchar por nuestra vida y el segundo es tratar de ser felices como individuos y como conjunto, pues más allá de esta vida (tal vez, y aun cuando por efectos de la angustia y la ilusión se llegue a la sensación de que sí lo hay en esta) no habrá dios que nos consuele, sino la Nada.

¡Oh, pobre! Desde los confines de nuestra historia, ¡Peste y Plaga! Virata, el de Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig, pudo darse cuenta y quiso liberarse. No pudo. ¡Si tan solo hubiese más santos sin dioses que pestíferos!

Domingo José Bolívar Peralta.
05/03/2015 02:42 a.m.

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